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Los rumores vuelan tal como el viento. Todos sabían del supuesto robo de la familia de David. Para su sorpresa, Robin no le había dicho nada, al menos por ahora.

La humillación y el hostigamiento que recibía lo estaba volviendo loco. Decidió encerrarse en su habitación y no salir hasta el año siguiente. Estaba acurrucado en su cama, sintiéndose miserable. Cuando escuchó la puerta abrirse y como alguien se aclaraba la garganta, supo que era Robin.
—¿Estás bien?— escuchó.
Se secó las lágrimas y volvió a su expresión fría. Robin estaba parado junto a su cama, sin saber bien qué decirle o dónde pararse para no incomodarlo.
—Si, no es asunto tuyo. — le respondió cortante. 

Robin se acomodaba los rulos en su cabello por lo nervioso e incómodo que le ponía la actitud arrogante de David.
—Yo vengo a traerte malas noticias. — Habló distantemente. Mayner maldijo internamente a todo y a todos. ¿Qué otra mala noticia?
—También vamos a compartir habitación en el viaje al Condado de Las Hadas.— soltó y arrugó la nariz, mostrándose asustado por la reacción de David, quién agarró su almohada y le gritó, mientras golpeaba la cama.
—Pienso igual.—  respondió de manera divertida Robin, intentando aligerar el ambiente. 

—¿¡Porqué me pasa esto a mí?!— gritó histérico.
Robin dio un paso atrás por el grito, siempre sentía que todos le gritaban.
—Perdón. — murmuró.
Dav alzó una ceja.
—¿De qué te disculpas?— lo miró confundido.
Robin pensó y se quedó quieto unos segundos.
—Es que… me gritaste. Creí que estabas molesto conmigo. — bajó la mirada. Sintiéndose avergonzado y estúpido.
David se levantó de la cama y lo miró de reojo.
—Santo Dios, ¿quién te hizo tanto daño? Digo, para que creas eso. —
Robin pensó. ¿De dónde salía ese terror abrumador a que lo odien sin razón?
Lo primero que se le vino a la cabeza fueron los gritos y enojos tontos de Adam. Quizás si había problemas en el Paraíso, pero estaba muy cómodo ahí aunque esté sufriendo.
—Adam.— murmuró para sí mismo.
—¿Qué?— soltó David sorprendido, parecía que Robin respondió que Adam era quien le hizo tanto daño.

Gatewary no supo si lo dijo o lo pensó, así que se quedó pensando en silencio. 
—Escúchame una cosa, Arthur. Si Adam te hace tanto daño, es mejor que lo dejes. —

Robin lo miró mal. Una mirada siniestra se dibujó en sus ojos. Nada usual y muy perturbador en él. David se asustó.
—¿Y tú que sabes, eh? Nada.
Estoy bien así. — le respondió en el mismo aire que emanaba su mirada.
—Vete al diablo, Arthur. Sigue sufriendo solo. No es mi problema. — lo increpó.
Y se dirigió a la puerta. 
Robin se enojó y agarró a David del brazo.
Mayner juraría que el chico tenía los ojos rojos, parecía otra persona, como si un demonio estuviera dentro de él.
—¡Suéltame!— le gritó. El chico lo agarró más fuerte del brazo, le salía humo por la nariz, parecía un toro enfurecido. Robin lo tenía agarrado del antebrazo, David juraría que el Arthur tenía las mano con fuego, lo estaba lastimando, era como si una fogata lo estuviera agarrando.
—Arthur, déjame. — rogó.

David vio como Rob se transformaba. Sus ojos miel volvían a ser los mismos de siempre, sus rizos se acomodaron, su rostro volvió a ser el mismo angelical y preocupado, el fuego que emanaba el agarre se apagó, pero le seguía ardiendo, el tacto volvió a ser suave como pluma. Robin lo soltó y David chocó contra la puerta.
—Yo…— murmuró.

Mayner tenía la respiración acelerada, se agarraba la quemadura del brazo y se quejaba de dolor.
—¿Qué diablos? ¿Cómo?— fue lo único que pudo decir.
Robin se acercó.
—Lo siento, de verdad. Déjame ayudarte. — lo tomó suavemente del brazo y distinguió la roja y casi en carne viva herida de David.
Se sintió horrible, un monstruo.
—Perdón. — susurró, dió un leve soplido cálido sobre la herida, David lo miró extrañado. Funcionó en algunas partes y ya no le ardía tanto, era extraño porque ese soplido sanador era un poder distintivo en animales. Por los nervios que tenía, su magia no funcionaba bien, así que no lo sanó del todo. 
—Llama a un enfermero. — pidió Dav.
—No. — pensó. —No quiero meterme en problemas. — explicó Robin.

David iba a protestar, pero entendió a Robin. En su lugar, diría lo mismo. Debe ser una de las pocas veces en su vida que se ponía en el lugar del otro. No solía ser muy empático.  Después se preguntaría acerca de las propiedades mágicas que tenía Robin.
—¿Y qué vamos a hacer?— cuestionó nervioso mientras sujetaba su herida.

A Robin se le encendió la lámparita.
—No me odies. — advirtió el más bajo.
—¿De qué— David no pudo responder porque el chico que le había quemado el brazo aplicó el beso de la vida, en un intento desesperado por sanar la herida y no meterse en problemas.

David quedó estático mientras Robin le robaba el beso y lo sostenía de las mejillas.
El chico rompió el beso lentamente.
—No se me ocurrió nada más brillante. — explicó. Dav bajó la mirada y con asombro vio cómo su herida cicatrizaba en cuestión de segundos. 
David quedó temblando por los nervios y lo inesperado de la situación, ni siquiera podía mirar a Robin a los ojos, y probablemente mañana por la mañana tampoco pueda mirar a Adam a los ojos.

El Mago y El Dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora