Capítulo 7: El llanto de los perros

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  Respirando tan profundo como pude, me lleve las manos al pecho con tal de reprimir el dolor que fulminaba mis entrañas y me revolqué sobre la cama para hacer desaparecer el hormigueo de mi piel. Estaba viva otra vez y los vivos recuerdos de mi muerte aún clavados en mi mente. Mi cuerpo, por otro lado, estaba empapado de sudor, tanto que no me impresionaba si hubiese una pequeña laguna en donde estaba durmiendo.

—¡Masperkiles! —maldije entre dientes, tan pronto pude abrir los ojos y retomar el aliento.

Sobre la cama me encontré toda sudada observando al techo, aun así el dolor no se marchaba y mi visión seguía borrosa. Cayendo en el suelo, haciendo contacto con la superficie dura y sólida pude descansar mi espalda contra la cama. Aun con los ojos empegostados, me los froté vigorosamente, de pronto, se me pasó por la mente la posibilidad de mirar a la puerta de mi habitación. Ahí estaba mi madre, de pie, mirándome con sus ojos fulminantes desde la hendidura de la puerta.

—Tu mirada no es la misma, mi pequeña... —dijo ella, aprovechando el contacto visual, entrando a mi cuarto y caminando con las manos detrás de la espalda.

—¿De qué hablas... madre?

—Cómo sabías que estaba en la puerta, mirándote... ¿Acaso pudiste sentir mi mirada?

—Mamá... me estás asustando, —dije haciendo espacio entre ella y yo. Bien recuerdo que ella me dijo que le dijera mi condición en esta vida, pero no ahora, después de morir a manos de una iglesia, no sé en qué creer.

—Sabes lo que tengo entre mis manos.

Eso no fue una pregunta, ya era una afirmación, su presencia me sofocaba y sus movimientos me daban mala espina. Digamos que en este momento yo vivía con un tigre, que mientras come y juega es todo un amor que cualquiera quisiera quedarse para toda la vida, pero cuando le ves agachando la cabeza y mirándome como presa, te arrepientes. Mi madre está en modo depredador y con el cuchillo que tiene entre sus manos no me extraño que me mate si no le digo nada.

Saltando por la ventana, me encontré corriendo en un bosque oscuro entre mi casa y el pueblo. Por más que me alejara, el viento frío rozaba la piel desnuda de mi cuerpo, casi tan fuerte como la mirada de mi madre, quien silbaba con sus dedos. Sonidos se originaron entre los arbustos, eran conocidos y traían malos recuerdos. Toda una jauría de perros me bloqueaba el camino y gruñía tan feo que hacían que se me pusiera la piel de gallina.

Otro silbido se dio a escuchar, el tono era diferente, pero con este los perros se acercaron y me mordieron hasta tumbarme. Algunos encajaron sus dientes, pero fue en respuesta a los movimientos que estaba haciendo para defenderme. El comportamiento de ellos no se sentía como si estuvieran tratando de comerme.

Una vez mi madre llegó al lugar, ella me envolvió la cara con un pañuelo el cual tenía algo que me hizo perder el conocimiento. Lo último que le pude escuchar decir fue: "Disculpa que mamá tenga que ser así de fuerte contigo, pero no me dejaste opción."

...

Una vez más, mi nombre es Ivet y debo confesar que mi mayor error fue... no llegar a conocer quién, verdaderamente, era mi mamá.

Si, siendo sincera, este es el sótano de mi propia casa al que nunca he entrado. ¿Acaso, lo pueden creer? Dieciséis años y nunca tuve curiosidad de saber que existía en este lugar. Puedo justificarme con decir que soy más de 'techos' que de 'sótanos'.

Aquí, me desperté normalmente en otra vida, salté por la ventana y mi madre me puso a dormir. Cabe decir que mis heridas están vendadas y que esta silla está cómoda, pero estoy atada en frente de varias pantallas. Cada cuarto de esta casa al parecer tiene una cámara, incluso aquí donde estoy. No es que pueda ver la cámara por mucho que me esfuerce, aunque sé la dirección en la que está, pero me trae sentimientos encontrados. Como por ejemplo, siempre duermo desnuda, y ahora, no tengo ropa.

Sinabyss PitDonde viven las historias. Descúbrelo ahora