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Satoru observaba desde la distancia, su silueta tensa y rígida recortada contra el horizonte anaranjado del atardecer. La presencia de ese hombre, un alfa desconocido y magnético, cerca de su Suguru, encendía una chispa de celos que ardía en su pecho, una llama de posesividad que consumía su compostura. No era solo la proximidad física lo que lo perturbaba, sino la familiaridad con la que Toji trataba a Suguru, tocando su cabello con una intimidad que Satoru consideraba exclusivamente suya.

Apretó el volante con furia contenida, sus nudillos palideciendo ante la presión, y bajó del auto rojo con pasos decididos y dominantes, cada movimiento irradiando un aura de autoridad indiscutible. El aire se llenó de la electricidad de su ira, y las hojas de los árboles cercanos parecían susurrar con inquietud.

—“Suguru, ¿Quién es este?” Dijo Satoru con una voz que apenas contenía su ira, su tono tan cortante como el viento invernal.

Suguru se puso tenso hasta los huesos, la voz de Satoru era baja y peligrosa, un gruñido apenas contenido que resonaba con la autoridad de un alfa acostumbrado a ser obedecido. Suguru, sintiendo la intensidad de la mirada de Satoru sobre él, luchaba por mantener la calma, su respiración profunda y medida en un esfuerzo por calmar la tensión que se cernía en el aire.

—"Es solo un amigo, Satoru. No hay nada de qué preocuparse." –Dijo Suguru, su voz un bálsamo intentando suavizar la tensión, liberando feromonas calmantes en un intento por apaciguar la situación.

Pero Satoru no estaba convencido. Podía sentir las feromonas de Toji en el aire, un aroma desafiante que marcaba el territorio que Satoru consideraba suyo. La paciencia de Satoru se deshilachaba ante la provocación de un intruso en su dominio.

El albino se acercó con pasos decididos. —"Un amigo no mira a lo que es mío con tanta... familiaridad.”— Su voz era un susurro amenazante, y el espacio entre ellos se cargó con la promesa de un conflicto inminente.

La tensión entre los dos alfas era como una cuerda tirante, lista para romperse. Suguru sabía que debía actuar rápido para desactivar la bomba de tiempo que era el orgullo de Satoru. La sonrisa de Toji se ensanchó, y pasó sus brazos musculosos sobre los hombros de Suguru mientras tanto, Suguru cerró los ojos con resignación, sabiendo que algo así iba a suceder; Toji era demasiado impulsivo y no desperdiciaría el momento para burlarse y reclamar de cualquier forma una jerarquía.

El alfa de pelo blanco, luchaba por mantener a raya la tormenta que se gestaba en su interior, pero al ver cómo el pelinegro pasaba sus brazos sobre los hombros de Suguru, atrayéndolo hacia su cuerpo con una posesividad descarada, algo dentro de él chisporroteó peligrosamente. La pasividad con la que Suguru se dejaba manejar encendió una chispa de ira en Satoru, su cerebro se activó y se sobrecalentó, impulsado por un instinto territorial que amenazaba con desbordarse.

Satoru tomó el cuello de la camisa del Alfa mayor y lo acercó cara a cara. Su mano se alzó y estaba a punto de lanzar un puñetazo al rostro tosco de Toji, sus manos crispadas y listas para descargar la furia que hervía en su sangre. Pero en el último momento, Suguru reaccionó, colocando sus manos sobre el pecho de Satoru en un intento desesperado de empujarlo hacia atrás, de poner distancia entre ellos y la violencia inminente.

Suguru con voz firme, aunque sus ojos revelaban una preocupación creciente - "Satoru, por favor, no hagas esto. No aquí, no ahora." Su súplica era un hilo de esperanza en la oscuridad, un llamado a la razón en medio del caos.

La tensión era palpable, vibrando en el aire como una cuerda de violín tensada al límite. Suguru no encontró resistencia al empujar a Satoru; el alfa se detuvo en seco, su respiración se volvió agitada, y sus ojos ardían con la intensidad de un alfa desafiado. La mirada firme de Suguru lo anclaba al momento presente, un recordatorio silencioso de que había más en juego que su orgullo herido.

El tumulto había capturado la atención de los más jóvenes. Los niños, atraídos por la conmoción, se asomaron para descubrir la causa. Megumi, aún en los brazos de su hermana, Tsumiki, parpadeaba somnoliento, ajeno al drama que se desarrollaba. Las gemelas, con sus pequeñas manos aferradas a las piernas de Tsumiki, espiaban la escena con ojos curiosos y cautelosos, sus rostros reflejando la confusión y la preocupación que flotaba en el aire.


Satoru, cuya ira había sido tan palpable y amenazante, sintió cómo la furia se disipaba ligeramente ante la vista de los niños. La inocencia de los pequeños era un recordatorio silencioso de que había ojos que lo observaban, que aprendían de sus acciones. Suguru, aprovechando la pausa, colocó una mano tranquilizadora en el brazo de Satoru, su tacto un ancla en la tormenta.

—"Miren, no es nada, solo estábamos hablando,"— dijo Suguru, dirigiéndose a los niños con una sonrisa forzada. Toji, con una mirada de complicidad hacia Satoru, soltó a Suguru y dio un paso atrás, extendiendo sus manos en un gesto de paz.

—"Es cierto, chicos. A veces los adultos tienen desacuerdos, pero todo está bien ahora."— La voz de Satoru, aunque todavía tensa, había perdido su filo. Se agachó para estar a la altura de las Nanako y Mimiko, ofreciéndoles una sonrisa que buscaba ser reconfortante.

Tsumiki, con Megumi aún en sus brazos, se acercó a Satoru y Suguru. —"¿Podemos ayudar en algo?"— preguntó, su voz llena de una madurez que no correspondía a su edad.

La pregunta de Tsumiki fue como un bálsamo, y la atmósfera cargada comenzó a disolverse. Satoru se enderezó, mirando a Suguru con una nueva comprensión. —"No, todo está bajo control. Gracias, Tsumiki."— Su respuesta fue suave, un reconocimiento tácito de que la presencia de los niños había evitado que la situación se saliera de control.

Toji, con una sonrisa burlona aún en sus labios, se despidió con un gesto casual de la mano y se alejó, dejando que el aire se llenara de alivio. Suguru, con una mirada agradecida hacia los niños, se volvió hacia Satoru.

—"Gracias,"— murmuró Suguru, su voz apenas audible. Satoru asintió, su expresión todavía tensa, pero su postura había suavizado. Los niños, sintiendo que la crisis había pasado, comenzaron a dispersarse, con las gemelas murmurando entre ellas y Tsumiki llevando a Megumi de vuelta a la seguridad de su hogar.

La crisis había sido evitada, pero quedaba claro que había conversaciones pendientes, verdades que necesitaban ser dichas y entendimientos que debían alcanzarse. Pero por ahora, la paz había sido restaurada, y eso era suficiente.

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Suguru se movía con una eficiencia silenciosa en la cocina, sus manos hábiles preparaban los ingredientes con una destreza que hablaba de años de práctica. El sonido del cuchillo contra la tabla de cortar creaba un ritmo constante, mientras que el aroma del ajo y la cebolla se elevaba en el aire, mezclándose con el olor reconfortante del arroz recién cocido. La sartén chisporroteaba al contacto con las verduras, y el aceite bailaba alrededor de los trozos de tofu dorándose a la perfección.

Los hermanos Fushiguro y las gemelas, se acercaron a la mesa con pequeños pasos, cada uno llevando platos y cubiertos, colocándolos con cuidado en su lugar. Sus movimientos eran cuidadosos, intentando no hacer ruido, conscientes del silencio cargado que flotaba entre Suguru y Satoru. La mesa se llenaba poco a poco, con tazones de salsa de soja y pequeñas porciones de encurtidos brillando bajo la luz tenue de la lámpara.

El ambiente seguía tenso entre Suguru y Satoru, una corriente eléctrica de emociones no dichas que se extendía entre ellos como una neblina invisible. A pesar de esto, la calidez de la comida y la presencia de los niños inyectaba un sentido de normalidad y rutina en la escena.

Suguru sirvió la comida en platos, la presentación era sencilla pero apetitosa, con colores vibrantes que invitaban a dejar de lado las preocupaciones, aunque fuera por un momento. Nanako y Mimiko observaban a sus padres, sus ojos oscilando entre la preocupación y la anticipación por la comida.

Finalmente, todos se sentaron, y aunque las palabras eran escasas, los sabores hablaban por sí mismos, creando un puente sobre el abismo de tensión. Con cada bocado, la atmósfera se suavizaba, y aunque el camino hacia la reconciliación aún era incierto, la comida compartida ofrecía un comienzo, un recordatorio de los lazos que los unían.

La cena había terminado y los platos ya estaban limpios, Suguru se tomó un momento para sentarse con Tsumiki y las gemelas, Nanako y Mimiko. Con una sonrisa suave, les preguntó sobre su día en la escuela, interesado en cada detalle de sus pequeñas aventuras.

—"¿Cómo les fue hoy? ¿Aprendieron algo nuevo?"— preguntó Suguru, su voz era cálida y acogedora, un contraste con las miradas frías que ocasionalmente lanzaba a Satoru.

Las gemelas comenzaron a hablar con entusiasmo, contando historias de maestros y amigos, de juegos en el recreo y dibujos en clase de arte. Tsumiki, más reservada, compartió su éxito en un examen de matemáticas, sus ojos brillaban con un orgullo contenido.

Después de la charla, Suguru se levantó y comenzó a preparar los futones para sus invitados. Extendió cuidadosamente cada futón en el suelo, asegurándose de que Tsumiki y Megumi tuvieran todo lo necesario para una noche cómoda. A pesar de su atención al detalle, su mente estaba inquieta, y sus ojos encontraban a Satoru, enviándole miradas cargadas de resentimiento.

Una vez que los futones estuvieron listos, Suguru llamó a Nanako y Mimiko para acostarlas. Las pequeñas se aferraron a él, sus voces somnolientas murmuraban buenas noches. Suguru les contó una breve historia, su voz suave y rítmica, antes de apagar la luz y cerrar la puerta con suavidad.

La quietud de la noche envolvía la casa, un manto de silencio que solo intensificaba la tensión latente entre Suguru y Satoru. A pesar de la calma aparente, la energía entre ellos era una chispa a punto de encenderse, una promesa de confrontación que se mantenía apenas contenida por la presencia de los niños y la rutina nocturna.

Suguru, consciente de la persistencia de Satoru, intentó esquivarlo con un movimiento ágil, buscando rodear el cuerpo del alfa para evitar un enfrentamiento directo. Pero Satoru, movido por una determinación férrea, actuó con rapidez. Sus manos encontraron las caderas de Suguru, y con un gesto firme y decidido, lo arrinconó contra la pared, cerrando el espacio entre ellos.

La respiración de Suguru se aceleró, su espalda contra la pared fría, y la mirada de Satoru sobre él era intensa, una mezcla de desafío y una pregunta silenciosa que pendía en el aire. La proximidad forzada por Satoru era una declaración sin palabras, un reclamo tácito de atención y respuesta.

—"Suguru,"— la voz de Satoru era baja, un murmullo que resonaba en el silencio,—“Necesitamos hablar, resolver esto."—La urgencia en su tono era evidente.

La tensión en la habitación era palpable, como una tormenta a punto de estallar. Satoru, con su orgullo de alfa herido y su mente inundada de dudas, finalmente cedió a la presión de sus emociones.

—"¿Quién es él, Suguru? ¿Por qué lo tratas con tanta familiaridad?"— La voz de Satoru era un gruñido bajo, cada palabra cargada con el peso de su desconfianza y su necesidad de posesión.

Suguru sostuvo la mirada de Satoru, sus ojos reflejaban una mezcla de frustración y firmeza. —"Satoru. No tienes derecho a reclamarme nada. Si estoy saliendo con alguien, eso no sería asunto tuyo."— Su respuesta fue clara y directa, además de ser un veneno mortal, dejando en evidencia la distancia emocional que ahora los separaba.

Satoru se quedó sin palabras por un momento, la revelación de Suguru golpeándolo con la fuerza de una verdad que no quería aceptar. Aunque la relación entre Suguru y Toji no era más que una amistad, el pasado que compartían era suficiente para encender la chispa de los celos en Satoru.

—"¿De dónde lo conoces?"— Satoru dijo, fundido en los celos que le quemaban el cráneo. Ya no le importaba pisotear el honor de Suguru.—"¿A caso haces que ese Alfa te meta su verga en tu coño necesitado, con mis hijas presentes aquí?. Tenia mis sospechas que no podrías vivir sin un hombre a tu lado"—. Las palabras eran como una aguja atravesando el pecho de Suguru, quien estaba tentado a decirle al alfa que se fuera a la mierda, pero no pretendió aclararle a Satoru que él y Toji no estaban saliendo en definitiva. Así que prefiero jugar un poco.

Las comisuras de los labios carnosos de Suguru se alzaron con gracia, delineando una sonrisa que era tanto un arte como una arma. El aire se llenó con el sutil aroma de su colonia, una mezcla embriagadora de cedro y cítricos que siempre parecía seguirlo. Pasó sus manos, suaves y cálidas, sobre los hombros tensos de Satoru, ejerciendo una presión reconfortante que prometía alivio y amenaza a la vez. Inclinó su cabeza con una inocencia tan perfectamente fingida que casi parecía real, sus ojos oscuros brillando con astucia y desafío.

Suguru mantuvo la mirada fija en Satoru, su expresión serena pero sus ojos destilando una firmeza inquebrantable.—"~Satoru~,"— el omega cantó, su voz una melodía baja y seductora que vibraba en el espacio entre ellos. —"Toji y yo tenemos una amistad que trasciende lo convencional. Somos libres, sin ataduras que nos definan o nos limiten."— Hizo una pausa, permitiendo que sus palabras se asentaran en el aire cargado entre ellos.

AMOR DE DOS Donde viven las historias. Descúbrelo ahora