En un abrir y cerrar de ojos, estaban de vuelta en Japón. Satrou, con una sonrisa de satisfacción, había comprado un departamento nuevo y más grande, con vistas panorámicas de la ciudad y un parque cercano donde las niñas podían jugar. Las niñas, llenas de entusiasmo, exploraban cada rincón del nuevo hogar, sus risas resonando por los pasillos mientras descubrían sus nuevas habitaciones decoradas con sus colores favoritos. La reconciliación entre todos era palpable, como un cálido abrazo que envolvía a la familia. Cada día traía nuevas aventuras, como paseos por el parque y cenas familiares en el balcón, momentos de felicidad compartida que fortalecían los lazos que los unían.
Las mañanas para Suguru eran hogareñas y tener a Satrou a su lado era reconfortante para su instinto Omega, si así lo quieres llamar. Habían establecido una nueva rutina que les brindaba estabilidad y paz. Ambos se encargaban de llevar a Mimiko y a Nanako a la escuela, disfrutando de las conversaciones matutinas con sus hijas sobre sus sueños y planes para el día. Mientras tanto, Satoru luego se dirigía a su trabajo en la empresa, sintiéndose motivado por el nuevo comienzo. La ausencia de Toji, después de recoger a sus hijos y hacerse cargo de ellos, se sentía como un capítulo cerrado en sus vidas. Cada día, la familia encontraba consuelo en su nueva normalidad, compartiendo cenas caseras y momentos de juego en el parque cercano, fortaleciendo sus lazos y disfrutando de la tranquilidad que tanto habían anhelado.
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Fue un día ajetreado. Suguru había llegado del supermercado, listo para comenzar a preparar la cena. Caminó hacia la cocina y dejó las bolsas con un suspiro de alivio. Anoche, las niñas habían pedido su plato favorito, y con mucho gusto las consentiría, por supuesto. Sacó las verduras y la tabla para picar, luego dio media vuelta y tomó el cuchillo para rebanar la zanahoria. Estaba tan sumido en sus pensamientos, recordando las risas y las historias compartidas durante el día, que no sintió unas manos serpentear sobre su cintura por detrás. Se sobresaltó ligeramente, pero al girar la cabeza, vio a su marido sonriéndole con complicidad.
“Déjame ayudarte”, susurró Satoru, su voz ronca y cálida mientras su aliento rozaba la piel expuesta de Suguru. La tensión era palpable en el aire, pero también había una promesa de algo más, algo dulce y prohibido. Con una suavidad que contrastaba con la intensidad de la situación, tomó la mano de Suguru, aún empuñando el cuchillo.“¿Satoru y las niñas?”, preguntó el Omega, su voz temblorosa. Sus labios se acercaron peligrosamente a la oreja de Suguru, susurrando: “Shoko se ofreció a cuidarlas”. respondió Satoru, su sonrisa ampliándose mientras sus labios se posaban en la suave piel de la nuca de Suguru.
El Omega ronroneaba como un gato ante las caricias de Satoru, quien trazó un camino de fuego con sus besos por la nuca y los hombros. “Eres un descarado”, susurró, aunque su cuerpo, tenso y expectante, decía lo contrario. Satoru sonrió, su voz ronca como un trueno. “Quizás,” respondió, deslizando una mano bajo la camiseta del Omega. Sus dedos acariciaron la piel caliente, provocando un escalofrío que recorrió todo el cuerpo del Omega. Los besos de Satoru se profundizaron, más intensos, más exigentes, hasta que giró al Omega, atrapándolo en su mirada. Suguru lo miró, los ojos brillantes y las mejillas ardiendo. La habitación parecía haberse reducido a ellos dos, el aire cargado de una electricidad palpable.
“Eres tan lindo, Suguru,” ronroneó Satoru, atrapando la nuca del Omega. Acercándolo a la fría encimera, sus labios se encontraron en un beso intenso, demandante. Sus manos exploraron la espalda de Suguru, buscando cada curva, cada latido. Suguru se aferró a la cintura de Satoru, sus dedos rozando la tela de su camisa, mientras las piernas se le convertían en gelatina. Con un movimiento fluido, Satoru lo levantó y lo sentó sobre la encimera, apartando una tabla de cortar con un gesto despreocupado. “Quiero follarte en este preciso momento, mi amor,” murmuró contra sus labios, su voz ronca de deseo. Sus ojos se encontraron, desafiantes y llenos de promesa. Suguru, en una muestra de sumisión, abrió más las piernas y se recostó sobre la encimera. La mirada de Satoru se mezcló de excitación y adoración. Ver a Suguru así, después de tantos años, era sumamente satisfactorio. Satoru se inclinó hacia Suguru y lo besó suavemente, luego más profundamente. Los suspiros se entrelazaron, llenos de deseo. Con movimientos seguros, Satoru comenzó a desabrochar los pantalones ajustados de su esposo. Los bajó tan lentamente que Suguru no pudo evitar gemir, su cuerpo tenso y expectante.
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AMOR DE DOS
Fanfiction-Mi madre quiere ver a las niñas-. Dijo Gojo con calma y despacio. Como si fuera a perder el pellejo. -No-. Negó Suguru de inmediato. No quería volver a pasar humillaciones por parte de la familia del Alfa de pelo blanco. -Supuse que dirías eso...