Familia de tres.

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En las siguientes semanas, la casa de los Sainz floreció con una nueva energía, transformándose finalmente en un hogar donde una familia fragmentada encontró la plenitud. Chiara llenaba cada rincón con risas contagiosas, mientras la felicidad se apoderaba del espacio junto a sus padres. Se establecieron rutinas familiares, se compartieron películas favoritas y se disfrutaron salidas cada fin de semana, creando recuerdos que unían aún más a la nueva familia.

Para Carlos, las noches solitarias quedaron en el pasado. Ahora, nunca más dormía solo, pues el calor y la seguridad del omega lo acompañaban siempre. Sin embargo, a pesar de la alegría que llenaba su vida, había momentos de tristeza inexplicable.

Su lobo interior, aunque feliz y protegido a lado de Lando, aún sufría heridas emocionales que no lograba comprender del todo. Carlos se esforzaba por entender y sanar esos sentimientos heridos, pero a veces parecían escapársele entre los dedos, dejándolo con una sensación de desconcierto y anhelo por la plenitud emocional, es difícil comprender a su lobo cuando aúlla con tristeza por las noches.

Se sumerge en una profunda depresión mientras lucha contra los tormentosos pensamientos que recorren su mente y su corazón. La insistente voz de su lobo, recordándole que marcar a Lando fue un error, lo consume con culpabilidad y pesar. Se siente como si hubieran traicionado el recuerdo de Charles, rompiendo el vínculo que compartían de manera egoísta y débil.

Las lágrimas brotan libremente en la soledad de su oficina, mientras intenta encontrar consuelo en el silencio de la noche, llegando tarde a casa para evitar enfrentarse a la presencia reconfortante de Lando y su hija. Cada momento en la casa vacía resuena con la ausencia de Charles, y los recuerdos de su amor y su vida juntos lo abruman sin piedad.

Carlos se sumerge en un mar de autocrítica y remordimiento, lamentando no haber estado presente para Charles y su hija cuando más lo necesitaban. Se aferra a la culpa, hundiéndose más y más en la oscuridad de su dolor y su arrepentimiento, anhelando desesperadamente una forma de redención que parece inalcanzable.

Fue un error aceptar a Lando en su familia, o peor, vincularse a él cuando era lo único que conservaba de Charles.

En la penumbra de la sala, el silencio pesaba más que cualquier palabra no dicha. Lando observaba a Carlos con ojos entrecerrados, percibiendo a través del vínculo la incomodidad y la tristeza que emanaban de su compañero. Un suspiro escapó de sus labios mientras luchaba por contener su propia ira.

— ¿Hasta cuándo vas a seguir evadiendo tus sentimientos, Carlos? Estoy harto de este muro que has construido entre nosotros.—

Carlos levantó la mirada, sus ojos oscurecidos por la tormenta emocional que lo consumía.

— No es tan fácil como crees, cielo. No puedo simplemente apagar mis emociones como si fuera un interruptor para intentar no dañarte.— Señala su cuello con recelo.

— No estoy pidiendo que lo hagas, pero ¿Acaso no entiendes que estamos en esto juntos? Tu tristeza me está destrozando.—

La tensión en la habitación era palpable, como una cuerda a punto de romperse bajo la presión.

— Lo siento si no soy lo que esperas, Lando. Pero no puedo fingir que todo está bien cuando no lo está. No después de lo que hemos hecho.

— ¿Y qué pasa con Chiara? ¿Te has detenido a pensar en cómo esto está afectando a nuestra hija?

El golpe fue directo al corazón de Carlos, que se tambaleó ante las palabras de Lando.

“Nuestra hija”
“Nuestra hija”
“Nuestra hija”

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