Intenté ahogarme hace dos años. Tenía tan sólo diecisiete, y sentí que el mundo estaba en mi contra.
Recuerdo haber visto por la ventana a mis antiguas amigas, con sus vestidos de fiesta, parcialmente cubiertos por una toga.
Recuerdo el resentimiento por la vida que me había sido robada. Esa felicidad ya no me pertenecía.
Antes de que mi madre me sacara de la escuela, habíamos leído Hamlet. Pensé en Ophelia y en lo injusta que era la vida con nosotras.
Por eso me puse mi único vestido (una horrible prenda larga que parecía algo que usaría un Amish) y mientras las demás chicas disfrutaban la noche esperando que sus dulces diecisiete fueran para siempre, yo metí mi cabeza en la bañera esperando que se acabaran los amargos míos.
Sentí el frío meterse en mi cuerpo, las fuerzas abandonarme.
Quise gritar, pero no sabía exactamente qué gritar.
Por un momento creí ver a mi padre, extendiendo sus brazos hacia mí. Está bien rendirse. Pero no podía ver su rostro.
Creo que era yo misma consolandome.
Con mis últimas fuerzas le pedí perdón a Dios.
Entonces sentí unos brazos sacarme de la bañera. No le podía ganar a mi madre.
Aún con los oídos pitando, recuerdo sus palabras claramente.
Aterrada, peinando los cabellos húmedos fuera de mi cara pálida. Nunca me había tocado con tanta delicadeza. Nunca me había sostenido entre sus brazos, sin importar si empapaba su ropa.
Tuvo miedo. De ella o de mí, no lo sé.
Con voz piadosa, tan benevolente que sentí las lágrimas surcarme el rostro.
― Bianca, ¿Quieres irte al infierno?
No volvió a abrazarme y nunca volvimos a hablar de ello.
Pero, ¿era necesario morir para arder entre las llamas eternas?
Siento su mirada sobre mí y rio como desquiciada.
Por primera vez le gané a mi madre.
El infierno existía en la tierra, después de todo. Y tenía el nombre de Oliver Quick.
― De qué te ríes, ¿eh?
No me estoy ahogando, pero me siento como en el incidente de los diecisiete, y me entran ganas de morir de nuevo.
― Gracias, Oliver.
Volví a una bañera,
¿Podía un cuchillo no cortar? Para que servía si no, si ese es su propósito. Más Oliver era un cuchillo sin filo, hundiéndose en mi carne, perforando mi corazón sin desangrarme.
¿Por qué no me dejas morir?
Sus toques me herían, sus besos me cortaban, y sus embestidas, me degollaban.
Sin embargo su mano era firme, piadosa.
― Lo hago por tu bien, Bianca―repetía en aquel tono condescendiente que antes me hacía enojar, pero ahora me sonaba más a una plegaria.
Una y otra vez, hasta que sus roces dejaron de lastimarme, y cada trazo suyo en mi piel me aliviaba.
― ¿No que eres santa, Bianca? ¿No te recuerda esto al cielo?
Siento su lengua dentro de mí. Eres tonto, Oliver. Jamás me iré al cielo.
Extraño las tardes en que hablaba con Dios. Extraño la iglesia vacía en las tardes, y la tranquilidad que me daba. Extraño a quién era antes de Oxford.
Nunca lo olvido y siempre me extraño.
Ha muerto mi inocencia, y la locura que el placer provocó en mí ha mermado en una especie de rechazo que me provoca náuseas.
― Necesito que me respondas, Bianca.
Me veo obligada a obedecer. Es todo lo que sé hacer.
― El cielo no existe, Oliver.
Toma mi rostro entre sus manos, y la benevolencia desaparece. No sé por qué pensé que era bueno. Oliver es maldad. Oliver es violencia.
― Mírame cuando me hablas―cumplo y el ríe―. ¿Te digo algo? Me gusta más así tu mirada.
Se detiene un segundo, como pensando.
― Vacía. Me recuerda a las muñecas de porcelana.
Porque me quieres quebrar.
Porque sabes que soy frágil.
Sabes que me has quebrado.
― Y hay belleza en ello, Bianca―repite mi nombre, disfrutando la autoridad que decirlo le da sobre mí―. Belleza que Felix no sabe apreciar. ¿No lo ves? Sólo yo puedo hacerlo.
Se acerca hacía mi rostro, peligroso. El agua de la bañera se menea con su rápido movimiento.
― Tienes suerte. Me gustan las cosas rotas. Disfruto romperlas―su mano presiona mi muslo hasta que duele. Así recuerdo que estoy viva―. Mi muñeca, Bianca. Tú has sido mi juguete favorito.
Dejo que sus dedos húmedos entren a mi palpitante centro, esperando por él. Sus dedos presionan mi clítoris, trazando de forma lenta círculos. Se acerca de nuevo, ahora sus caderas contra las mías. Siento su miembro aunque no esté dentro mío, erecto.
― No tienes idea de cuánto he querido hacer ésto―pausa―. Estoy obsesionado contigo. Con Felix. Saber que has sido de ambos me hace...―se detiene y toma un respiro profundo―. Debería darte lo que mereces por ser tan buena. Obediente y leal, como un perro.
Oliver muerde suavemente el lóbulo de mi oreja al mismo tiempo que inserta otro dedo dentro de mí. Un gemido se me escapa.
― El perro sabe ladrar―se burla.
Es lo que merezco. Se me sale una lágrima, y no sé si es porque estoy abrumada o excitada pero siento el juicio nublado.
Ahora siempre parezco estar perdida.
Sus dedos aceleran el tempo, haciendo que mi visión se ponga borrosa. Me muerdo el labio con intensidad ante la sensación.
― Mierda―maldice, excitado.
Seguía cayendo en los juegos de Quick. Había ganado esta ronda, de nuevo.
Golpea mi punto sensible y veo estrellas. Tengo que aceptarlo aunque no me guste: sus dedos dentro de mí se sienten increíbles. Así que entierro mis dedos en su cabello con fuerza, halando mientras él abusa de mi clítoris, succionando en la piel sensible, su lengua fría contra mi piel. Se forman burbujas en la bañera, el agua caliente de repente.
Siento un nudo en la parte baja de mi vientre, al tiempo que más gemidos se escapan de entre mis labios.
― ¿Sabes?―murmuro a nadie en particular―. Yo también me gusto más así.
Si ya estaba rota, no podrían dañarme más.
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Like A Prayer,ㅤㅤㅤSaltburn
Fiksi PenggemarI'm down on my knees, I wanna take you there. ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤ Love Triangle. Felix Catton / Oliver Quick. Saltburn