F i n a l

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«El tren va a efectuar su salida».

Se escuchó una voz potente desde los altavoces de la estación de tren.

Lucerys estaba sentado cómodamente junto a la ventana, por la cual entraba la luz del sol con una fuerza que el castaño agradeció, porque gracias a ella, dentro de la oscuridad permanente que cegaba su visión, era capaz de ver algunas luces parpadeantes que le hacían sonreír.

Aemond se encontraba justo a su lado, observando cómo los labios del chico que amaba se curvaban al sentir el calor del sol sobre su rostro.

Sus manos estaban unidas con fuerza, porque como le prometió hace unas semanas, nunca se marcharía de su lado.

Cuando el tren llegó a su destino, los dos se bajaron y sintieron cómo las gotas de lluvia que se precipitaban desde el cielo caían sobre ellos.

Aemond se quitó el abrigo y cubrió sus cabezas con él, intentando evitar que ambos terminaran empapados.

–No miré el tiempo antes de salir, llueve mucho. Lucerys, ¿estás bien?

–¡Sí! –respondió con una sonrisa resplandeciente, la cual terminó por contagiársele a Aemond–. Me apetece mucho caminar.

Y eso hicieron, estuvieron algunos minutos caminando por las calles de aquel lugar al que visitarían por unos días y, cuando encontraron la posada que Aemond había alquilado por internet, la dueña les entregó las llaves y les explicó cómo funcionaban los electrodomésticos y el calentador del agua.

–Deberíamos secarnos la ropa, Luke. Nos hemos empapado.

–Sí, además ya es tarde y tengo hambre –Aemond esbozó una sonrisa al escuchar aquello, le parecía adorable que Lucerys siempre tuviera hambre–. Voy a llamar a Jacaerys y a mis padres, para decirles que ya hemos llegado.

–Sí, seguro que están preocupados por ti.

Mientras él llamaba a su familia, Aemond se acercó a la cocina para comenzar a preparar algo de comida. No había muchas cosas, pero sí lo suficiente como para poder hacer algo que les gustara a ambos antes de pasarse a comprar algo por la tienda.

Cogió cuatro huevos y algunas verduras que había en la nevera y preparó todo para poder hacer dos tortillas y una ensalada.

Cuando notó que Lucerys había acabado de hablar por teléfono, se limpió las manos y fue a buscarlo para que no se golpeara con ningún mueble de camino a la cocina.

–Gracias –comentó cuando las manos de Aemond lo guiaron hasta allí–. ¿Qué estás preparando? –preguntó mientras olfateaba el ambiente.

–No había mucho, pero voy a hacer dos tortillas y ensalada. Eso te gusta, ¿verdad?

ENVUELTO EN TU NOCHE | lucemondDonde viven las historias. Descúbrelo ahora