Capítulo 2

198 24 0
                                    

La mañana siguiente Argentina esperaba que las cosas fueran medianamente fáciles.

—Alemania, ¿estás despierto? —preguntó el argentino a las nueve en punto, en el marco de la habitación. El sol ya había salido hace rato y él se había levantado junto a el, solo faltaba Alemania.

No recibió respuesta, el niño parecía estar profundamente dormido.

Argentina solo suspiró ante eso, el cansancio del muchacho claramente estaba justificado, ¿cual sería el horario en sus tierras? Seguro que variaba bastante y se imaginaba que ese tal ONU lo había hecho viajar por medio continente con tal de buscarle lugar. Debía estar agotado.

No sabía si el alemán estaba cómodo ahí. Le había dado la habitación de invitados más decente que había, con las paredes pintadas de un blanco pálido y el techo de un color crema desgastado. El sitio olía a humedad y encierro, pero Alemania no había puesto queja ante eso.

De hecho, no lo había escuchado hablar desde que se habían presentado.

Cerro la puerta con cautela y recorrió el pasillo con el piso de cerámica fría, una cerámica que odiaba porque era resbaladiza, pero aquella casa había sido un regalo, y a pesar de que no le gustaban muchas cosas, ¿quién era él para rechazarlo? Tal vez el poco tiempo que estaba en su casa había pasado factura, la humedad en algunas habitaciones era notoria y había goteras, pero era un lugar amplio y cómodo, y si no fuera por ese sitio probablemente se hubiese tenido que ir a vivir Casa Rosada y él, claramente, odiaba la idea de despertarse y estar rodeado de conflictos políticos.

Bajó las escaleras, que daban a una sala bonita de piso alfombrado. Frente al sillón había una mesa ratona repleta de papeles de facturas, una carpeta que decía "República Argentina" a punto de explotar de lo llena que estaba y en el suelo de paso podían apreciarse cartas de fechas atrasadas que jamás había abierto. De la nada, por un sentimiento de culpa, había decidido leerlas.

Sí, era un desastre en varios sentidos, pero ya tendría tiempo para ordenar.

Y de la nada, el timbre sonó.

Previendo quien era, porque lo había mandado a llamar, Argentina chistó y tomó la carta que había escrito la noche anterior con prisa.

Cruzó un pequeño pasillo hasta que abrió la puerta.

—Te llamé para las seis, ¿donde mierda te habías metido? —habló el argentino con mal humor de entrada. El contrario solo río ante esa actitud esperada.

—Andaba durmiendo, sos el único que madruga, ¿sabes? —Un muchacho alto pero no tanto como Argentina se hizo presente del otro lado. Tenía unas ondas similares a las suyas, solo que a diferencia de tener un color celeston con tonos rubios como él, tenía un color azabache que ya le había dicho que le quedaba horroroso.

—Baires, no estoy para boludeces —retó el argentino —esto es serio, muy serio.

—No sé si ya te dije pero creo que esto de ser paloma mensajera es más un trabajo de Córdoba que mío, ¿no? —dijo burlón Buenos Aires —pero al fin y al cabo yo siempre hago todo su trabajo...

—Ajá, entregá esto —le dió la carta en mano sin darle un mínimo de bolilla —no la leas o vas a ver eh. Es una carta por puros asuntos de diplomacia, no pienses mal.

El bonaerense tomó el ligero sobre en manos y al ver la dirección de entrega junto al destinatario, borró ligeramente su sonrisa y miró a su padre con la ceja alzada.

—¿Diplomacia? ¿Desde cuando diplomacia con este tipo? —preguntó Buenos Aires, con un tono ligeramente ofendido —Por lo menos decime que la "diplomacia" es con... no sé, ¡Francia! Que es mucho mas decente, ¿Pero él?

Aprendiendo a Contar Estrellas [Countryhumans]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora