Muy cerca

5 0 0
                                    

No siento nada, ninguna parte de mi cuerpo, ningún sentimiento... nada. Todo es oscuridad. No puedo decir que es aterrador, ni siquiera si hace frío o calor. Como ya dije, no siento nada en lo absoluto. Es como si en estos instantes ya no existiera.

Entonces, una luz azulada aparta la oscuridad y vuelvo a sentir el dolor, el frío de la sangre manchando mi cuerpo y el aire que entra desesperadamente por la boca. Vuelvo a ver, deslumbrándome con el ardiente sol que comienza a abrumarme de calor. Las fuerzas regresan, mi cuerpo reacciona a mis impulsos y, como lo hice ya decenas de veces, me vuelvo a levantar.

Un hilo de sangre pasa por mi visión, quedando roja por la terquedad de no querer limpiarla. Veo a mi alrededor para intentar orientarme, aunque es difícil, todo se vislumbra con lentitud, como si primero tuviera que esperar a que una densa neblina se disperse. Será porque mis ojos apenas están volviendo a funcionar y las heridas no ayudan a que me recupere.

Miro para todos lados con desesperación, como si fuera un animal acorralado, y veo que por mi costado se acerca un hacha. Un aura azul me rodea y consigo esquivar el ataque por puro instinto. Sigo sin saber lo que sucede y busco que no me afecte: como es de costumbre, devuelvo el golpe casi al instante de esquivar el hacha, pero mi aura, brevemente, cambio a un brillo carmesí en ese instante. Golpeo algo, o a alguien. Es duro y frio, pero consigo abollarlo, mis nudillos arden del dolor, uno que no experimentaba desde mis primeros días de entrenamiento.

Olvidé usar mi energía espiritual. Ya recuerdo que debo rodear mis puños en ella para evitar lastimarme. Esto se siente como despertar de una borrachera, pero mucho peor.

Retrocedo, un pitido comienza a sonar, mis oídos se están encendiendo. Escucho alaridos y gritos, pero bajos, aunque van ganando potencia a medida que mi vista mejora. El sonido de varias pisadas, junto al romper del viento de algo que se balancea contra mí, me hace volver a reaccionar. Esquivo un lucero del alba y vuelvo a escuchar al viento ser atravesado. Desvío dos flechas con los puños, ahora envueltos en aquella energía espiritual.

Frente a mí se alza una silueta, más grande que yo y que porta el arma que casi me golpea. Con velocidad, me abalanzo contra eso antes de que pueda atacarme de vuelta. Salto y consigo llegar a su cabeza, me aferro a su pecho con las garras de mis pies y ataco al cuello, mi aura vuele a brilla en rojo. Cae como un tronco al piso.

Aterrizo sobre mis pies y vuelvo a escuchar al viento. Atrapo dos flechas y, con la naturaleza de un arroyo, las devuelvo a su origen. Los quejidos de dolor me hacen saber que les di, también oigo que caen al piso; fui certero, más de lo que creí.

El sonido se tranquiliza, la niebla se dispersa y el dolor puntiagudo llega a mi pecho. Es tan fuerte que me obliga a arrodillarme. Me veo la herida, una muy grande, hecha con algo contundente, quizás el lucero del alba, no lo recuerdo. Solo sé que casi me mata. De no ser por mi energía espiritual, la oscuridad me hubiera atrapado para la eternidad.

Veo mí alrededor. Varios guerreros humanos con armaduras imperiales, golpeados y ensangrentados, pero casi ninguno muerto, todos inconscientes y con heridas leves, a excepción de los últimos que derribé. No estaba tan consciente y controlado como para cumplir mi promesa.

Estoy en un campamento. Poco a poco comienzo a recordar. Me llamo Dorn, y estaba buscando a mi hermana. Sabía que había sido capturada por humanos para tenerla de esclava, pero no sé dónde, por eso intenté infiltrarme en este campamento para buscar información de su paradero. Todo iba bien, había conseguido unos documentos que confirmaban su compra como esclava, junto al nombre del lugar al que fue trasladada y el de su nuevo dueño, un amo de coliseo. Mientras leía los documentos, me descuidé y un soldado me vio.

Todo escaló muy rápido y muy mal. Me vi obligado a pelear contra todo un batallón. Fue difícil, muy difícil, pero todavía no puedo morir, aunque ya debí haber muerto hace mucho. Desde que pelee en la arena de combate clandestina y luego me escapé, jamás paré de estar a punto de morir. Las heridas y mis pesadillas no dejaron de acompañarme en ningún momento, incluso creo que las grietas que decoran mis escamas son cada vez más grandes.

Sé muy bien que este cuerpo ya no debería funcionar, la herida en mi pecho solo lo confirma aún más, pero no puedo morir. Debo encontrar a mi hermana, debo hacerme cargo de mi responsabilidad. Compensar mi cobardía con tenacidad.

Intento levantarme y, de repente, siento un aterrador escalofrió recorrer mi espalda, volteo y, con la vista manchada en sangre, la veo. Una figura encapuchada con una hoz y las manos huesudas, pero tan pequeña como yo. Por un momento veo borroso. Estuve muy cerca, demasiado, y ella ya estaba presente para reclamarme... o quizás...

—¿Sigo vivo? —pregunto, inseguro de la respuesta.

Me siento vivo, aunque no deba estarlo, pero podría ser un engaño. No me extrañaría que la muerte a cargo de los kobolds sea tan engañosa y traicionera como los mismos, aunque no sea algo que me defina.

La figura esquelética se quita la capucha. Como imaginaba, es un kobold, no puedo distinguir si macho o hembra, sus escamas son grises y su piel se ve deteriorada. No tiene ojos, solo cuencas vacías.

Me devuelve una inquietante sonrisa.

—A estas alturas, no sabría responderte; estas en las fronteras de la vida y la muerte —responde con una voz femenina acompañada por un eco de ultratumba—. Y no puedo evitar excitarme por verte tan muerto y, a la vez, tan vivo. De hecho, estoy ansiosa por ver hasta dónde puedes llegar en ese estado.

Escucho el rugido de una bestia que no reconozco seguido de un trueno y despierto. Es de noche, estoy rodeado por los cuerpos de los guerreros aún inconscientes o inmóviles. El dolor persiste, pero ya no es tortuoso. Me levanto y noto que la herida en mi pecho está cicatrizada, pero no sana.

—No tengo tiempo que perder —musito para despejarme y hacia una capa con capucha para colocármela.

Ahora estoy más que seguro que la muerte me asecha y parece que solo estoy retrasando lo inevitable. Es frustrante, porque no siento que los problemas vayan a terminar pronto y no pienso morir, no hasta que encuentre a mi hermana y compense mis errores.

—Espero que seas tan paciente como dicen —musitoal aire, sabiendo que, aunque no la vea, está observándome muy de cerca.

ResquebrajadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora