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Arioc era una mujer muy hermosa e interesante. Desde pequeña sabía que quería ser psicóloga para ayudar a quien lo necesite. Así había conocido a su esposo, una psicóloga y su paciente, un amor en principio muy prohibido. Luego del alta siguieron conociéndose hasta enamorarse. Él siempre fue un hombre con problemas para manejar sus emociones y sus acciones, aun así, ella había encontrado con quien quería pasar el resto de su vida. Todas las tardes, Arioc, le contaba sobre un nuevo libro que había leído en la biblioteca del piso de arriba, una receta para hacer o, si su esposo había tenido un mal día, simplemente se hacían compañía el uno al otro. Solo había pasado un tiempo cuando se quedaron sin su hija y él hizo todo lo posible por mejorar la situación en la casa. El ambiente se había vuelto tenso y sombrío. Desde ese acontecimiento, su esposa no salía de la casa y la habitación de la niña permanecía cerrada. 

- Cariño, cuéntame ¿qué quieres comer hoy? - Arioc tenía una cantidad infinita de recetas. Él amaba comer, ella amaba cocinar. 

- Ari ya dime la nueva receta que tienes en mente - No siempre era amable con ella, pero su simple contestación era suficiente para abrir camino a que Arioc hablase.

Nunca se mencionaba su desaparecida hija, despertaba unos sentimientos en él que era mejor mantener ocultos. Arioc trata mantener a su esposo estable, pero parece que cuanto más lo ayuda, más empeora. Esta noche durmieron juntos, pero no fue como siempre. Su esposa, antes, le daba una paz inimaginable al estar a su lado. Pero esa paz cambió, se convirtió en un cuerpo frío y poco presente, una tristeza que con cada segundo se volvía más dolorosa.

La mañana siguiente despertó solo. Arioc debió ir, como de costumbre, a la biblioteca. Generalmente la veía solo en los horarios de almuerzo y cena, ya que él no sabía cocinar y necesitaba de su ayuda. La casa, de un aspecto descuidado y sucio, estaba llena de fotos antes de la tragedia. La familia era feliz, al menos para las fotos.

- Cariño, necesitamos hablar. - Arioc había aparecido desde la oscuridad con unos libros en la mano. - Creo que debemos hablar de nuestra hija.

- Arioc, sabes muy bien que no quiero hablar nunca más de ese día. - Lentamente iba aumentando el tono de su voz, acercándose hacia su esposa.

- E-e-está bien cariño, no hace falta que lo hagamos si tu no quieres es... - Un llanto interrumpió el inicio de la pelea.

- ¿De dónde viene eso? - Ambos se dieron vuelta hacia donde el ruido continuaba.

- C-creo que viene de arriba - Arioc continuaba con la voz temblorosa, pero seguía a su esposo por las escaleras.

En el primer piso se encontraban la biblioteca y el cuarto de la niña. Era el piso más afectado por las lluvias, tuvieron que secar muchos libros y reparar las nuevas goteras que iban apareciendo. La madera se había visto arruinada por la humedad y la puerta de la habitación de la niña era casi imposible de abrir. El llanto provenía de esa habitación. Mientras subían escalón por escalón, fueron reconociendo el llanto y, a medida que se daban cuenta, iban más rápido. Él estaba asustado, en cambio, Arioc estaba emocionada, solo quería llegar a destino. Al estar frente a la puerta, él empezó a revivir los sentimientos que alguna vez lo habían traído a esta habitación con una ira incontrolable. Ciego por sus emociones, agarró a Arioc con fuerza y la empujó hacia la puerta. Empezó la discusión que Arioc ya había escuchado hace un tiempo. Juntos abrieron la puerta de la habitación bruscamente. Se encontraron con una habitación sucia, con decoración infantil, una casa de muñecas y una cama. La puerta se cierra y al ver que no tiene picaporte del lado de adentro, ambos quedan encerrados en el oscuro dormitorio. 

- ¿Ahora qué? Encerrados en la habitación más abandonada y sucia de la casa - dijo él

- Encerrados los dos no, pero tú sí.  Hazte cargo de tus acciones. - fueron las últimas palabras de Arioc antes de salir por la puerta, traspasándola sin esfuerzo alguno, desvaneciéndose para siempre.

En él surge la ansiedad y preocupación, hasta que vuelve a escuchar el llanto. Logra ver, con la luz que entra por la única ventana sin tapar, la cama. No estaba solo. Él se acerca y ve el cuerpo de su hija, ya fallecida, en una posición de descanso y cara de sufrimiento. Al lado, en el piso, se encuentra con el cuerpo de Arioc, golpeado y maltratado. 

Recuerda los hechos. Tras una discusión más intensa que las anteriores, la niña se esconde en su habitación. Arioc va a buscarla para irse de la casa con ella, pero su esposo llegó primero. Había matado a su esposa y encerrado a su hija con el cuerpo de su madre, la había abandonado para que muriese de hambre y deshidratación, culpándose de lo que había pasado. El espíritu de Arioc le mostro lo ocurrido para descansar en paz y llevarse a su hija con ella, dejando al culpable encerrado para morir sufriendo con sus propios pensamientos atormentándole. Con la misma muerte que había matado a su hija, con el mismo filo del dolor en su garganta.

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