Capitulo Inédito

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Me estaba empezando a doler la cabeza otra vez. No podía dormir.
El sonido de los coches y las escandalosas motos pasando a toda velocidad frente a mí casa me estaban causando jaqueca. Llevaba días enteros sin pegar ojo por culpa de esos conductores temerarios y eso afectaba a mi maldito rendimiento en la universidad. Ya habían sido dos las veces que me había quedado frito en plena clase de economía y el profesor estaba por mandarme a la puta calle ¡el muy cabrón siempre me había tenido manía! Aunque comprendía que no resultara muy motivador ver a uno de tus alumnos pegarse una siesta delante de tus narices mientras das clase.

Me revolví en la cama un poco, hundiendo la cabeza en la almohada después de fijarme en el despertador. Todavía eran las dos y media. Mañana me quedaría frito otra vez, seguro.

Había cerrado la ventana de un portazo y había vuelto a la cama de nuevo, un poco acalorado, quitándome la camiseta y bajando a por un vaso de agua. Cuando pasé por delante de la habitación de Tom (mi malvado y monstruoso hermano gemelo), anduve de puntillas sin hacer el menor ruido, corrí hasta la cocina, abrí el refrigerador y le di un buen sorbo a una de las primeras botellas bien fresquitas que encontré.

Casi estábamos en invierno y hacía un frío de narices en la calle, pero en mi casa, con la calefacción puesta y los gruesos edredones de las camas, casi no nos percatábamos de la ausencia del verano.

Subí de nuevo a mi cuarto con la botella, abanicándome con la mano y apagué la calefacción. Cuando estuve de nuevo frente a la habitación de Tom, me detuve. El muy mamón era como un perro, olía y oía cualquier cosa con unos sentidos increíblemente agudizados y esa noche no tenía ganas de hacer… “nada”. Y cuando decía “nada” no me refería a un masaje, un juego entre hermanos, una pelea tonta, un pique estúpido, no. Cuando decía “nada” en referencia a mi hermano, quería decir hacer el amor, en el sentido estricto de la expresión. H-a-c-e-r e-l a-m-o-r, es decir, echar un polvo, acostarnos juntos, folletear… hay muchas formas de describirlo, pero sin duda, la que lo aclaraba todo entre nosotros era incesto.
Odiaba esa maldita palabra. ¡Me hacía sentir tan culpable y cerdo! Pero no podía negar que me gustara…

Tom tenía la fea manía de venir a mi cama a veces, en plena noche, meterse entre las sábanas y toquetearme hasta que me despertaba asustado pensando que un desconocido intentaba violarme en mi propia casa. La realidad no era tan diferente a como me la imaginaba. Tom prácticamente era un desconocido para mí a pesar de ser hermanos. Lo había conocido hacía apenas un par de semanas y él ya me trataba con total confianza, cosa que yo era incapaz de hacer por mucho que nos acostáramos de vez en cuando, sobretodo, cuando mi madre no estaba en casa.

Yo intentaba esquivarlo cuando se ponía pesado, pero no había forma de evitarlo. Tom era tan insistente, cautivador, enigmático y maligno, que era imposible que no cayera a sus pies en cuanto cruzábamos miradas, aunque yo intentara disimularlo. No sabía qué puñetas había visto en mí alguien así, un cabronazo que había vivido toda su vida en los barrios bajos con mi padre, del cual apenas sabía nada después de que se separara de mi madre a los cuatro años de nacer ambos, Tom y yo, separándonos a los dos.

Apenas guardaba recuerdos de aquella época y quizás por eso, Tom no tuviera ningún reparo en acostarse conmigo y tal vez, debido a ello yo mismo se lo toleraba, porque… aunque los genes y la sangre dijeran lo contrario, Tom y yo teníamos de hermanos lo que dos asesinos de santos.

Correteé por el pasillo otra vez de puntillas y casi caí al suelo escurriéndome en terreno llano. Era torpe de narices.
Abrí la puerta de mi cuarto y me introduje en él, esperando que Tom no hubiera escuchado el rodillazo que me acaba de dar contra el suelo y, dejando la botella de agua sobre el escritorio, fui hasta la cama. Me introduje en ella justo en el momento en que algo duro y sonoro tronó contra la ventana cerrada de mi habitación. Me alcé, sobresaltado y otra vez, al cabo de escasos segundos, ese algo volvió a chocar contra el cristal de mi ventana.

Juego de Muñecos | by saraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora