Continuación

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Y lo fue. Al menos para mí. Las flores rojas y amarillas representaban la pasión, muchas veces la sexualidad, la fecundidad y el sexo, el deseo, la felicidad, el entusiasmo... si las flores todavía no habían florecido y eran capullos, representaban algo parecido a la abstinencia, a la virginidad. No me acordaba de qué clase de flores eran las que habían en el ramo que le regalé a ella. Tulipanes, rosas rojas y claveles, quizás. Algún jazmín y un junquillo en el centro, que significaba potencia sexual. También había lilas, el primer amor. Si no me equivocaba, la azucena quería decir...

– ¿Todavía estás haciendo mierda? – giré la cabeza. Tom me observaba desde el columpio, sentado en él, con las piernas abiertas y los codos apoyados sobre las rodillas.

– ¿A dónde has ido? - pregunté.

– A por esto. - alzó un vaso de plástico que humeaba. Le dio un pequeño sorbo y puso mala cara. – Arg... odio las cosas tan amargas. ¿Lo quieres? – me lo tendió y yo alcé el brazo para cogerlo. Por la oscuridad no podía distinguir el color del líquido, pero por el olor supe que se trataba de delicioso chocolate caliente... chocolate que, precisamente, no me gustaba en absoluto.

– ¿Amargo? Pero si es chocolate. Es dulce. – Tom se encogió de hombros.

– Ese es amargo. Me sigue dando asco igual.

– Ah.

– ¿No te lo vas a beber? Entrarás en calor, no has parado de tiritar desde que hemos salido de casa. – me sorprendió su observación. Así que se había dado cuenta...

– Es que el chocolate no me gusta mucho.

– ¡Mierda! ¿Me he equivocado?

– Me gusta más el café. De dulces solo me gustan los helados, dulces de crema y nata y la tarta que no sea de chocolate. No soy muy goloso. Me van más las chuches y gominolas.

– Bueno, tenemos algo en común. A mí no me gustan las cosas dulces, al menos no hasta que te conocí. – alcé una ceja, sin entender. – Te he comprado el chocolate porque pensé que te gustaría. Era lo único medianamente dulce y caliente que había en la máquina y como tú... eres igual de dulce. – creo que me ruboricé y una sonrisa de gilipollas rematado afloró en mis labios. Me estaba piropeando o ¿era imaginación mía? Nunca me habían piropeado, eso era para chicas y supuse que así de tontita debía sentirse una chica cuando el tío que le gusta le dice esas cosas tan... bonitas.

– No digas idioteces.

– ¿Por qué? Si es la verdad. No había conocido a alguien tan dulce en mi vida. De hecho, por tu culpa hasta se me ha picado una muela. ¿Sabes cuánto cuesta el dentista aquí, Muñeco? Porque vas a tener que pagármelo. – estaba notando la cara ardiendo, los colores variando de rojo a más rojo aún, el calor subiendo. Tom tenía una cara de chico calculador, adorable y enigmático que... que... ¡Que me corría!

– ¿Esos son los truquitos que utilizas con las chicas de Stuttgart? – murmuré, bajando la cabeza hacia el chocolate humeante.

– Aunque los utilizara con ellas, ¿qué más da? A ti ya te tengo ganado, no me hace falta decirte cosas cursis para tenerte. Sería muy estúpido por mi parte gastar saliva diciendo mentiras sin necesidad. – si algo había tenido de especial el piropo que me había soltado, esa oración se lo cargó por completo. Le di la espalda, con las mejillas hinchadas intentando tragarme las palabras bordes que pensaba soltarle y me tragué el chocolate en dos sorbos. Me abrasé la garganta y arrojé el vaso al suelo, con la lengua al aire, intentando calmar el ardor de mi lengua. ¡Buag, pero qué malo estaba!

– Eres especialista en cargarte momentos bonitos, eh.

– Soy especialista en muchas cosas, pero sí. Los momentos bonitos a mi lado no duran mucho, seguramente, estarías mejor con Natalie. Me apuesto lo que sea a que con ella, esas palabritas cursis de enamorados nunca sobran. – sacudí la cabeza, restregándome un poco las manos por los ojos. Natalie, Natalie, Natalie... tantos recuerdos me hacían ponerme tierno y dolorosamente sensible.

Juego de Muñecos | by saraeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora