Capítulo V

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14 de junio

Rai pedaleó lo más veloz que pudo; tan solo faltaban cinco minutos para que comenzara su sesión y le quedaba una ruta que le llevaba por lo menos quince.

Conocía muy bien a su psicóloga; era una maníaca con el tiempo.

Pelear contra el tiempo, según Lydia, era la incapacidad de poder dominarlo. Mantener el orden en su vida para llevarlo junto a este había sido uno de los tantos pleitos en los que Rai había perdido.

Su excusa era que estaba con su novia pasando la tarde. La verdad era que se había quedado dormido.

La noche anterior, sin ser capaz de regularlo, se había quedado hasta tarde con sus amigos. Hubiese sido poco sorprendente de no ser que estaba en pleno período de exámenes y su madre lo mataría si llegaba a enterarse. O quizás ya lo predecía; desde que se había despertado no le había dirigido ni los buenos días.

Adelantó autos sin cesar y revisó su reloj de muñeca por quinta vez desde que había salido de casa. La calle estaba repleta al ser hora pico y si pronto no llegaba, sentía que se desvanecería del cansancio.

—Vamos... —insistió cuando un autobús le bloqueó el camino. Claramente no era su mejor día.

Cuando llegó a las cercanías del edificio, dejó la bicicleta en mitad del camino, saludó a la jardinera y le adelantó que iba con mucha prisa.

Gideon era una buena mujer; lo entendería.

El ascensor iba repleto y casi le niegan la entrada a Rai. Le dio igual enemistarse con toda esa gente con tal de llegar lo más pronto posible al estudio de Lydia. Las miradas de trabajadores cansados no iban a distraerlo de su objetivo.

Se colocó bien a una esquina, detrás de un hombre corpulento y con olor a cigarro, mientras que una niña camuflada entre las piernas de la gente le observaba. Rai solo esperó que el trayecto se hiciera lo más corto posible.

El hombre corpulento bajó, la niña siguió mirándolo y Rai revisó nuevamente la hora. 

—Mierda. —Ya iba pasado por quince minutos.

Lydia lo mataría, sin duda.

—¡Ey! —rezongó la niña tras el insulto. No tuvo tiempo para disculparse cuando enfiló hacia la salida.

El edificio era un laberinto de apartamentos. Rai se preguntaba en la mente de qué arquitecto había sido buena idea diseñarlo de esa forma. Solía perderse seguido, y, cuando el miedo lo había apoderado, no podía ser la excepción.

El número de la puerta de Lydia, el 492, apareció delante suyo y Rai empujó la puerta con prisa.

—Lo siento tanto, Lydia, no volverá a pa...

—¿Qué te abruma, Rai?

Hacía apenas segundos que Rai había traspasado el marco de la puerta y Lydia había captado sus emociones inmediatamente.

Su psicóloga estaba sentada en su sofá rojo chillón, cruzada de piernas y encendiendo un incienso en la mesita que lo separaba de ella. Olía a limón, como ella. Su cabello, rubio y canoso, estaba envuelto en un rodete y sus manos, tan esqueléticas como de costumbre, desfilaban nuevos anillos con piedras enormes. Su collar del árbol de la vida no podía faltar.

Lydia era la representación de la tranquilidad. Nunca se le veía con prisa, nunca se le veía demasiado contenta o descontenta. Rai creía que era de esas playas donde la marea rara vez se agitaba; sin embargo, siempre marcaba como una pincelada en un lienzo.

—Siéntate. ¿Has reconocido el olor a limón?

—Para no hacerlo —rio. Era el olor de Lydia.

Buscó sitio en el sofá de dos piezas verde musgo que no combinaba nada con el sofá rojo, mucho menos con la alfombra amarilla. Pero así era Lydia, exótica.

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⏰ Última actualización: Apr 01 ⏰

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El enigma de los dos cuerpos | #ONC2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora