𝖛𝖎𝖎𝖎 | El Profesor de Pociones

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HABÍA CIENTOS DE ESCALERAS que se movían, uno tenía que darse prisa para que no tomar el camino equivocado

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HABÍA CIENTOS DE ESCALERAS que se movían, uno tenía que darse prisa para que no tomar el camino equivocado. Otras tenían un escalón que desaparecía a mitad de camino y había que recordarlo para saltar.

Las puertas no se abrían a menos que uno lo pidiera con amabilidad o les hiciera cosquillas en el lugar exacto, y había puertas que, en realidad, no eran sino sólidas paredes que fingían ser puertas.

Hyacinth tardó un poco en encontrar el Gran Comedor, pero cuando entró, se arrepintió. Habría preferido no desayunar.

Algunos estudiantes ya estaban comiendo pero al percatarse de su presencia, todas las miradas se centraron en ella.

— Allí, mira.

— ¿Es ella?

— Es increíble.

—¿Has visto su cicatriz?

— ¿Dónde está su mellizo?

Lo más vergonzoso era que ni se molestaban en señalarla disimuladamente. Para su mala suerte ni su hermano ni Ron estaban allí por lo que tuvo que sentarse a comer sola.

Desde el principio sabía que no sería fácil estar en un colegio extraño con chicos extraños. Y lo peor era que ella era aún más extraña. Pero en ese entonces contaba con que siempre tendría a Harry a su lado. Hagrid les había advertido sobre su fama entre los magos pero nunca creyó que fuera hasta ese punto. Estaban en libros, todos sabían quiénes eran, todos sabían que les había pasado, lo que Voldemort les había hecho a ellos y a su familia.

Y aun así rodeada de tanta gente se sintió sola.

Se preguntó cómo ha Harry se le hizo tan fácil hacerse amigo de Ron. Pero claro, ella ni siquiera podía hablar sin tartamudear.

Por un segundo, quiso estar con la señora Figg. Ella era lo más cercana a una amiga, ella la entendía, y ahora estaba lejos, a miles de kilómetros. Hyacinth casi podía escucharla diciendo que fuera valiente y no pudo evitar sonreír en su tristeza.

Después de desayunar, fue hacia sus clases. Era muy difícil recordar dónde estaba todo, ya que parecía que las cosas cambiaban de lugar continuamente. Las personas de los retratos seguían visitándose unos a otros, y estaba segura de que las armaduras podían andar.

Los fantasmas tampoco ayudaban. Siempre era una desagradable sorpresa que alguno se deslizara súbitamente a través de la puerta que se intentaba abrir. Peeves, el poltergeist, se encargaba de poner puertas cerradas y escaleras con trampas en el camino de los que llegaban tarde a clase.

También les tiraba papeleras a la cabeza, corría las alfombras debajo de los pies del que pasaba, les tiraba tizas o, invisible, se deslizaba por detrás, cogía la nariz de alguno y gritaba: ¡TENGO TU NARIZ!

La pelirroja fue la primera en llegar al aula, así que rápidamente se sentó en una de las mesas de enfrente, creyendo fervientemente en que, según las cosas que Harry le contaba de cómo era asistir a escuelas, entonces ningún alumno querría sentarse en ese lugar. Pero se equivocó en sus suposiciones, ya que repentinamente un niño tomó asiento en la silla vacía junto a ella.

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⏰ Última actualización: Oct 27 ⏰

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𝐇𝐘𝐀𝐂𝐈𝐍𝐓𝐇 𝐏𝐎𝐓𝐓𝐄𝐑 || Draco MalfoyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora