Mojando la frazada

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Lo que sientes cuando picas el pastel,
esa sensación de preparar una ensalada;
como cuando terminas tu origami de papel
o como cuando pintas un paisaje de la nada.

Es precioso, fructífero, casi saboreable;
un sentimiento interno cuanto menos palpable.
Un hecho maravilloso aún más comparable
con los ojos dóciles de una mujer amable.

El deseo tan ameno, tan recóndito y oculto
como teniendo sed cuando abres la bebida;
esa impaciencia que a tu mente le hace bulto
es la que un depredador le propone a su comida.

Feroz y deseoso, embarrándote de saliva;
se lanza y la acorrala como perro de caza.
Pero qué morbosa amenaza a la vista pasiva
de una mujer cuando el cuello le abrazan.

Se queja y resiste, gime y grita de vez en cuando;
es un paisaje que encierra matices
y más intensas se van reflejando.

Poco a poco, se está transformando:
ahora se queja, pero se deja;
ahora araña, pero se abre.
Ahora resulta que, para esta pareja,
ya no existe lo sano sobre lo salvaje.

¡Qué hermosura se ha tornado
entre suspiros y sudores fuertes!
Ahora nadie los hace de lado
ni aunque intervenga la mismísima muerte.

Porque no hay quien le arranque al hombre
esas imágenes tan tiernas,
las que lo tienen esclavo sin nombre,
que no son más
que la de estar entre sus piernas.

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⏰ Última actualización: Apr 03 ⏰

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