Hace 300 años.
El sonido ensordecedor de mi alarma me sacó abruptamente de mi sueño. ¿La había ajustado sin darme cuenta? Al despertar de golpe, mi cabeza chocó contra el techo de mi pequeño cuarto. Desde mi litera, observé a mi hermano aún dormido mientras afuera resonaban los pasos rítmicos de las botas y el constante tamborileo de la lluvia contra mi ventana. Habían anunciado el reclutamiento anual, pero había olvidado la fecha.
Con las piernas balanceándose desde la litera, me llevé la mano a la frente, sintiendo el calor anormal del ambiente. Recordé cómo el sudor resbalaba por mi rostro, como un niño en su tobogán favorito. Desperté a mi hermano como de costumbre, pero como siempre, no obtuve respuesta. Me dirigí en busca de mi madre, arrastrando los pies sobre el frío suelo de cemento, mientras la casa, con sus paredes sin pintar y algunos cuadros torcidos, evocaba recuerdos de tiempos más prósperos. ¿Cuándo fue la última vez que mi padre pensó en arreglar esa humedad que se filtraba detrás del frigorífico?
Llegué a la cocina, pero mi madre no estaba allí. Regresé a mi habitación para despertar a mi hermano, pellizcando su mejilla. Esta vez, su mirada fría me hizo preguntarme si alguna vez dejaría de ser así. "Mamá no está", informé con una voz más grave de lo usual.
Entonces, la puerta se abrió de golpe y apareció mi padre. A pesar de su imponente estatura y fuerza, siempre irradiaba amabilidad. Su prominente bigote, adornado con algunas canas, me tranquilizaba de alguna manera. Traía un regalo y, susurrándome, me indicó: "Ve y despierta a tu hermano. Les traje algo". Una vez más, fui a despertarlo, pero esta vez lo encontré sentado junto a la ventana.
"Pierre", grité con entusiasmo, "¡Papá ha vuelto con un regalo!"
Pierre se volvió hacia mí, su mirada vacía como si hubiera perdido toda esperanza hace mucho tiempo. Siempre me pregunté si mi hermano siempre había sido así.
Juntos nos dirigimos a la mesa donde papá estaba sentado, una gran caja apenas envuelta con hojas de periódico local reposaba frente a él. Mientras todos nos acomodábamos, no pude evitar notar el titular de una de las hojas: "El fin se acerca".
Justo antes de que papá comenzara a hablar, una explosión sacudió toda la casa. Preocupado, nos instó a no movernos mientras, con rostro lleno de tierra, nos indicaba que nos quedáramos quietos. Agachándose como si quisiera pasar desapercibido, apartó la vieja tela que usábamos como cortina y, con desesperación en los ojos, gritó: "¡Vayan por sus cosas!".
Pierre corrió como si toda su vida hubiera estado esperando ese momento, pero yo me quedé paralizado. Papá se acercó y me levantó en brazos, mi cabeza reposando sobre su hombro.
"Pierre", gritó nuevamente. Pude ver a mi hermano regresar corriendo a la cocina con una mochila en mano.
"Tenemos que irnos, Pierre, sígueme", dijo papá, exaltado, mientras nos llevaba hacia la puerta.
El humo llenaba el ambiente, impidiéndome ver claramente. Traté de abrir los ojos, pero la ceniza me obligaba a cerrarlos. Los gritos y lamentos llenaban el aire, y ansiaba ver algo.
Otra explosión resonó y papá comenzó a correr. A medida que avanzábamos, los gritos de dolor se intensificaban. Cuando finalmente logré abrir los ojos, presencié una escena que nunca olvidaría: la escuela donde solía jugar con mis amigos estaba reducida a escombros, como si una mano gigante la hubiera aplastado. Papá me dejó en el suelo, me miró y me indicó una dirección con el dedo.
"Hijo, corre hacia esa puerta", apuntó, "No mires atrás bajo ninguna circunstancia. Confía en mí". Sin dudarlo, obedecí y corrí hacia la salida. Al llegar, fui empujado por alguien más y caí por unas escaleras, golpeándome la cabeza varias veces. De repente, todo se volvió borroso.
Mi madre estaba allí, o eso creí ver, ayudando a los heridos. Intenté gritar, pero mi voz no salía. Intenté ponerme de pie, pero fallé. La desesperación se apoderó de mí, no poder moverme ni hablar mientras mi madre estaba a escasos metros era peor que cualquier otra tortura. Escuché a un hombre llorando desconsoladamente y las dudas invadieron mi mente. Mi vista comenzó a nublarse nuevamente, los sonidos desaparecieron.
Tiempo despues, desperté con una luz deslumbrante frente a mí. Al voltear a mi izquierda, me encontré con una escena grotesca: una pila de cuerpos en llamas verdes, el olor a carne quemada invadiendo mis sentidos. Vomite sobre mi hombro, fui empujado bruscamente. Todo fue caótico y rápido.
Alguien preguntaba nombres, pero mi mente estaba aturdida. Cuando llegó mi turno, respondí tembloroso. La mujer, con una sonrisa, continuó con su tarea. Luego, nos llevaron junto a una pila de cadáveres en llamas. El calor me invadía, y casi sentía cómo cada cabello de mi cuerpo se consumía. Antes de cerrar los ojos y dejarme llevar por el calor, vi un cráter donde solía estar mi ciudad. Entonces supe que todo había terminado.
Esta informacion fue extraida del cerebro intacto de un Desolado primitivo.
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Leyendas del Sol Naciente
Ciencia FicciónDespués de una serie devastadora de guerras nucleares, la tierra quedó estéril y desolada. La fertilidad de la tierra desapareció por completo, dejando a la humanidad luchando por sobrevivir en un mundo desprovisto de recursos básicos para la agricu...