Estando entre mis sabanas, logro sentirme un poco más tranquila. Mis pies están congelados, pero el resto de mi cuerpo está en una temperatura normal.
Una vez leí que era porque me encontraba en un instinto de supervivencia. Y ha sido verdad.
Cuando llegué en la noche del restaurante, venía con un trago amargo en la boca. Catalina estaba preocupada, pero no le permití verme más. Me despedí de ella de la manera más decente posible, pero cuando pude dejarla en su casa, agarré el coche a la máxima velocidad y conduje a la mía, intentando buscar una calma que no iba a poder lograr.
Y menos despues de que mi telefono vibró, con un mensaje de él. Eran las 2 am.
"Hola.Quizá no deba escribir a esta hora. Pero, me siento mal. He tenido varios inconvenientes y no pude sobrellevar las cosas de la mejor manera. Te extraño y me preguntaba si podríamos vernos".
Y a pesar de que estuve las últimas semanas esperando ese mensaje, lo que más me atemorizó, es que lo leí con la misma emoción. Ya lo había visto con esa chica, ¿por qué me seguía aferrando a la esperanza de que volviera a mi lado?
Trato de levantarme de la cama, son las 5 am. No he podido pegar ojo en toda la noche, pero en unas horas debo volver a la vida real. Me incapacité por un mes, pero en la oficina ya han estado preguntando por mí y no quiero elevar sospechas, porque bien se sabe, que debemos hacer el máximo esfuerzo para que personas con las que no tienes cercanía, no se enteren que estás mal.
Como puedo, saco energía de mi cuerpo y me doy un largo baño, aunque confieso que no sé si me empapa el agua de la ducha o mis lagrimas, que parecen no poder controlarse. Me lamenté despues, cuando en el espejo vi mi cara transformada debido a la hinchazon y a las rojeces. Me coloqué un poco de hielo en la cara y el aspecto mejoró. Ahora debía aplicarme cinco kilos de maquillaje y todo estaría bien.
Agarro una nueva prenda de mi closet, una que esperaba usar con él, en la cita de nuestro aniversario. Suspiro, debo dejar de estar dando lastima. A nadie le importa. La vida sigue, ¿yo por qué no puedo continuar?
Ignoro mis pensamientos, como siempre lo hago, y me dirijo al trabajo. Cuando me bajo del estacionamiento, en el recibidor de la empresa, me espera Perez, quien siempre me ha recibido con una enorme sonrisa y un apretón de manos.
- Hola, señorita Yara. Hace tiempo no la veía. ¿Cómo le ha ido? - Me saluda mientras se toma su matutino sorbo de café.
- Todo bien Perez, solo estaba incapacitada. Pero ya volvemos al ruedo. - Le sonrío, no tengo por qué tirar mis emociones sobre él.
Se queda en silencio unos momentos.
- Señorita, yo la conozco desde hace tres años. Conmigo no debe fingir, no se preocupe. - Me toma la mano y siento calidez, sinceridad.
Trago saliva. No es posible que me vea tan mal. O es posible que me conozca muy bien. Aveces las sonrisas no transmiten nada si la mirada está vacía.
- Gracias Perez.
Él no dice nada más y presiona el boton del ascensor para que yo pueda subir a mi piso. Lo bueno es que mi oficina es completamente privada, a petición mía, porque siempre he odiado que la gente esté holgazaneando cotorreando sobre lo que hacen los demás. Desde que me ascendieron a CEO de la empresa, todo ha mejorado para mí. Incluido mi estilo de vida.
Cuando se abren las puertas del ascensor, lo primero que veo son globos y toda clase de decoración de bienvenida a mi nombre. Me desconcerto, pero no digo nada, solo mantengo mi postura recta y mi sonrisa.
Escucho muchas felicitaciones, muchas palabras de ánimo, de bienvenida y sigo en un estado de sorpresa y quizá incomodidad. Y todo se me viene abajo, cuando escucho una voz en particular. Una voz que ha martillado mi mente desde hace meses y que anoche pude escuchar que vivo y en directo.
- Directora, nos alegra tenerla de vuelta y con la mejora en su estado de salud.
Me volteo lentamente y la veo.
Ella me sonríe falsamente y con su cara de inocente. Pero solo si supieran la arpía que es.
- Hola, no te conozco. - Digo en el tono más serio posible.
- ¿Segura? - pregunta sarcasticamente. Pero cuando nota que todos la observan, lo único que logra hacer es fingir demencia y taparse la cara con las manos en un gesto de ternura.
Un gesto que me revuelve el estómago.
- Lo siento, Directora. No nos hemos presentado. - Me extiende la mano. Yo se la dejo extendida y apenada la baja. - Mi nombre es Eire Santos. La he estado cubriendo en su oficina.
Dejó caer el bolso que llevaba en mi mano. Todos se sorprenden y yo finjo que me he mareado. La verdad es que no entiendo cómo pudieron darle acceso a esa si yo tengo la orden clara de que nadie entra a mi oficina sin mi consentimiento y sin que yo esté ahí.
La ira se apodera de mí, pero logro disimularla mientras dos empleados me ayudan a levantar mis cosas que se han caído. Las recojo, me despido y les agradezco a todos. Pero mi siguiente paso, es ir a toda prisa a la oficina del director operativo, porque curiosamente tiene el mismo apellido que la arpía.
Esto ni loca, se va a quedar de esta manera.
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SUSURROS SIN NOMBRE
RomansaElla, una chica que se dejó creer de sus mentiras. Él, un chico que no pudo cumplir con sus promesas, pues nunca aprendió que la palabra, vale.