Simples palabras pusieron su mundo de cabeza y mermaron su ya de por sí nula confianza. Con apenas 16 años, se había superado más de lo que nunca pensó. De siempre sacar ceros, ahora obtenía notas entre 60 y 70, ¡con un ocasional 90! Había mejorado mucho en su vida y ya no caminaba viendo el suelo, o al menos así era hasta escuchar aquel comentario.
—Solo están con él por los aparatos de ese mapache— resonó en su mente una y otra vez. Las palabras cortantes y crueles le perforaron el corazón, sembrando la duda y la inseguridad en su interior.
Antes de que Doraemon llegara a su vida, Nobita recordaba una época en la que no tenía amigos. La fugaz imagen de Gigante y Suneo apareció en su mente antes de que él negara
—No... antes de que apareciera Doraemon, ellos solían molestarme demasiado— murmuró Nobita, sintiendo la amargura de aquellos recuerdos. —Solamente cuando su amigo aprecio mejoró, su actitud hacia mí mejoró un poco.—
La desconfianza se reflejaba en sus ojos mientras recordaba las veces que Gigante y Suneo se burlaban de él, haciéndolo sentir pequeño e insignificante.
—¿Realmente son mis amigos?— se preguntó en voz alta, aunque más para sí mismo que para alguien más. —O simplemente están a mi lado por los aparatos que me da Doraemon...—
El pensamiento lo atormentaba, haciéndolo cuestionar cada interacción que tenía con ellos. ¿Eran genuinas sus sonrisas y gestos amigables, o simplemente estaban interesados en lo que podían obtener de él?
Nobita sabía que Doraemon era su verdadero amigo, alguien que siempre estaba ahí para él, incluso cuando los demás se burlaban y lo menospreciaban. Pero la duda sobre Gigante, Suneo y Shizuka seguía ahí, erosionando su confianza y sembrando la sospecha en su mente.
—Quizás debería confrontarlos— pensó en voz alta, sintiendo un nudo en el estómago. Pero luego negó con la cabeza, una sombra de duda cruzando su rostro.
—No... no puedo—, murmuró para sí mismo, sintiendo la incertidumbre crecer en su interior. —Si lo hago y estoy equivocado, haré que se enojen conmigo... Además, un simple comentario no debería hacerme dudar de su amistad hacia mí.—
Nobita se mordió el labio inferior, luchando consigo mismo mientras las voces de Gigante, Suneo y Shizuka resonaban en su mente. Recordó los momentos en los que parecían ser genuinos amigos, riendo juntos y compartiendo momentos de diversión. Pero también recordó las veces en las que se burlaban de él, haciéndolo sentir pequeño e insignificante.
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Luna
Luka soltó un bufido de frustración. —No puedo creer que tengamos que expandir nuevamente los túneles— murmuró, sin poder creer cómo la población de conejos lunares había vuelto a crecer.
Luna, a su lado, sonrió con complicidad. —Bueno, son conejos, y todos sabemos que son conocidos por tener muchos hijos— comentó con un brillo juguetón en sus ojos mientras observaban cómo una volqueta se llevaba una gran cantidad de arena.
Luka rodó los ojos, sintiendo el estrés acumulado en sus hombros. —Sí, pero a este ritmo no tardaremos en ocupar toda la luna— murmuró con descontento. El sonido del taladro resonó con un ruido horripilante, haciendo que Luka y su hermana se encogieran instintivamente, agarrando sus orejas de conejo en un intento de silenciar aquel horrible ruido.
Luka se apresuró hacia el conejo que manejaba el taladro, preocupado por la situación. —¿Qué sucedió?— preguntó con urgencia.
El conejo, con una gran barba desordenada, soltó un bufido frustrado. —Golpeamos una roca demasiado dura... el taladro no puede atravesarla— murmuró, escupiendo el palillo de dientes que tenía en la boca