Nobita no sabía cuánto tiempo había pasado desde que partieron de la Tierra. El espacio hacía que todo se sintiera irreal, y sin un reloj que funcionara, no podía saber si habían sido horas o días. Pero el dolor en su pecho y las imágenes que lo atormentaban le recordaban que lo que había vivido era muy real.
Todo había comenzado un par de días atrás, cuando una nave roja apareció de la nada. El impacto los sacudió con fuerza, y en medio de la confusión, una criatura aterradora salió de la nave enemiga: un cocodrilo enorme, de pie sobre dos patas, sus ojos llenos de furia y sus colmillos brillando bajo las luces de la nave.
El caos fue inmediato. Goro Goro se lanzó sin dudarlo para proteger a Liam, pero el monstruo era demasiado fuerte. Nobita observó con horror cómo el cocodrilo atrapaba a Goro Goro con sus fauces, arrancándole el brazo de un mordisco. El grito de dolor de su amigo resonó en la pequeña cabina, llenándola de un eco que Nobita nunca olvidaría.
Pero Goro Goro, a pesar de la herida, siguió luchando, impidiendo que la criatura acabara con Liam. En medio del pánico, Nobita vio la pistola en el suelo, caída durante el forcejeo. Sin pensarlo, la tomó, con sus manos temblorosas. Apuntó como pudo, mientras la criatura giraba hacia él con una mirada feroz. Apretó el gatillo.
El disparo resonó como un trueno. El cocodrilo se detuvo, soltando un gruñido ahogado antes de desplomarse en el suelo. Nobita lo vio luchar por respirar, aferrándose a la vida en sus últimos momentos, hasta que finalmente, todo quedó en silencio.
Pero en ese momento, cuando la adrenalina empezó a desvanecerse, algo más comenzó a crecer dentro de Nobita. Se dejó caer al lado de Goro Goro, respirando con dificultad, pero no pudo evitar mirar el cuerpo del cocodrilo. Había matado a alguien. Sí, era una criatura alienígena, un monstruo que había atacado... pero Nobita no podía dejar de sentir un nudo en el estómago. Había apretado el gatillo. Él había sido quien había decidido acabar con una vida.
La victoria se sentía vacía.
Mientras veía a su amigo herido y a la criatura muerta, Nobita se preguntaba si todo lo que había pasado valía la pena.
El brazo de Goro Goro fue curado rápidamente, algo que al principio les dio esperanza. Nobita pensó, aunque fuera por un momento, que todo había terminado. El aire en la nave parecía más liviano y las heridas, tanto físicas como emocionales, empezaban a sanar. Pero la calma duró poco. Fueron atacados nuevamente, no una, sino tres veces más, en un período que se sintió eterno.
Nobita tuvo que matar de nuevo. Y luego otra vez. Las balas salían de su arma como si fueran parte de él, pero cada disparo lo desgastaba más. Ya no había espacio para el miedo ni para los pensamientos de duda, solo el instinto de sobrevivir.
Tras el último ataque, Nobita se dejó caer en el suelo, agotado. Miró sus manos, esas mismas manos que habían tomado la vida de tres seres, y sintió cómo el peso de lo que había hecho lo aplastaba.
—Goro Goro... —dijo con la voz apagada, como si cada palabra le costara un mundo— Ya no puedo más—
Goro Goro, aún con el brazo curado, lo miró en silencio. Había notado el cambio en su amigo. Nobita ya no era el mismo chico asustado que había dudado en disparar la primera vez. Ahora, había algo roto en sus ojos, algo que Goro Goro no sabía cómo reparar.
El collar en el cuello de Goro Goro emitió una luz convirtiendo los habituales Goro Goro que producía en palabras —Has hecho lo que tenías que hacer, Nobita —respondió Goro Goro, intentando sonar firme— Nos has salvado a todos—
Pero las palabras de Goro Goro no hacían eco en el corazón de Nobita. Sabía que tenía razón, lo que hizo fue necesario. Si no hubiese disparado, ellos no estarían vivos. Sin embargo, ese pensamiento no aliviaba el vacío que lo consumía.