Capítulo 3. El Más Posesivo

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—Ese maldito imbécil te tocó.

—Me estrechó la pinche mano, no mames.

—No me importa, no debería ni mirarte. Le gustas, Mex, se nota a leguas que le gustas—. Había ira y frustración en sus plabras.

—Ya, claro. Hemos convivido a lo mucho unas veces al año, no puedes hablar en serio, Canadá.

—Amor—. Su tono no fué cariñoso, no iba con la intención de llamarlo, era para corregirlo.

—No puedes hablar en serio amor. ¿Contento?

—No, hablo muy en serio. Si ese idiota te vuelve a tocar, se quedará sin mano—. Él solo ajustó su agarre posesivo sobre él. Era un abrazo, un abrazo muy abrumador.

—No le cortarás la mano a Finlandia.

—¿Por qué mierda no? ¿Te gusta, o qué? —. Él lo apretó más sobre su regazo, y con una mano tomó las mejillas del mexicano hasta levantar sus labios.

—No, pendejo, pero a él tampoco le gusto—. México habló como pudo, ente dientes–. Tu sabes que te amo a ti. Además, cortarle la mano sería un crimen.

Era algo que había repetido más veces ese año que en toda su vida.

—No si no se enteran, quizá en vez de conformarme con una mano busque el cadáver entero.

México evitó maldecir o rodar los ojos, y solo se acurrucó más sobre su novio. Éste abrazó todo su cuerpo en una bolita como respuesta.

—Necesitamos a Finlandia vivo para que haya paz en el mundo, tonto. Si solo desaparece sin dejar rastro, todos entrarán en pánico.

—¿Tú necesitas? —. Parecía que el canadiense solo escuchaba lo que quería.

México ya era consciente de los pensamientos homicidas que llegaba a tener su pareja, incluso desde antes de que este se dividiera. Él también sabía que era capaz de llevarlos a cabo.

—Dios, cállate el osico un rato, mi amor—. Decidió por responder.

Y pareció funcionar, pues Canadá solo apretó los labios con el ceño fruncido, mientras reforzaba su agarre y lo apretujaba contra su pecho. Como si temiera que al soltarlo se fuera de su lado para siempre.

—Quiero que solo le hables tú, y pocas veces. Si él te habla a ti lo ignorarás—. Demandó.

—¿Alguna cosita más que se te ofrezca, mi vida? —. México habló con un tono de completo sarcasmo.

—Mex, lo digo en serio—. Su voz se escuchaba enojada y frustrada.

—Dices muchas cosa en serio y que parecen no tener sentido, Canadá. Uhum, amor. Yo también hablo en serio, no me gusta, no le gusto.

—Le gustas.

—¿Cómo llegaste siquiera a esa conclusión con solo verlo unos segundos?

Canadá guardó silencio cuando su mirada se encontró con la del mexicano. Éste entrecerró los ojos y abrió la boca.

—¡Lo acosaste!

—Me gusta llamarle stalking.

—¡La misma mamada!—. México bufó y cruzó sus brazos. —Así que descubriste que en realidad le gusto. No es que tengas super intuición.

—Diría ambas, cuando no estás volteando el tipo te mira como Cannie cuando llevas camisas de resaque. Pero también tiene una foto tuya de fondo en su estúpido teléfono—. Canadá estaba que echaba fuego por los ojos, cada palabra era pronunciada con coraje que parecía gruñidos.

México abrió los ojos y miró a su novio, como queriendo ver si era en serio. Canadá asintió con gesto aburrido.

—Te estoy diciendo que tengo buenas razones para mandarlo a dormir con los peces.

—Aún con eso, no debes matarlo. Mira que es arriesgado—. México no se atrevía a decir algo como "No puedes matarlo porque es mi amigo". Eso solo motivaría más a Canadá.

—Puedo manejar algunos riesgos—. Se encogió de hombros, aún con una vena palpitante en su frente.

—Pero yo no—. México usó su voz más seria para demostrar su punto—. ¿Qué pasaría conmigo si te descubren, eh? ¿Crees que nos dejarán estar juntos? ¡Nos van a separar, Canadá! Me llevarán lejos de ti, y tu irás a la prisión de rehabilitación.

El semblante furioso de Canadá había flaqueado, sus dedos apretaron la piel de México. Se había quedado sin palabras.

—¿Solo la mano? Como advertencia—. Parecía un niño regañado.

—No. Pero haré caso a lo que me dices entonces, si de verdad le gusto, debo poner distancia, ¿bien? Porque eres mi novio, y él lo sabe, sabe que te amo a ti—. México besó a Canadá con suavidad. Él le correspondió torpemente, con las manos ansiosas sin saber en que parte de su cuerpo colocarlas.

—Puedo vivir con eso—. Fué lo que respondió el canadiense, antes de volver a fundirse en un beso con su hermoso novio.

Suyo, solo de él.

Mex's canadiansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora