Capítulo 2. El Más Lujurioso

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Soltó un jadeo, su respiración era agitada y entrecortada.

—Me aprietas demasiado, bebé, estás tenso.

México gimió cuando su novio gimió en su oído, luego ahogó el siguiente tras una embestida.

—Estamos en pleno baño de la sede, ¿Esperas que esté tranquilo mientras cogemos? —. Sus palabras eran temblorosas e inestables, pero lo dicho no parecía afectar al canadiense, que solo aumentó su ritmo.

—Ponte en mi lugar, Mex, ¿Cómo esperas que no tenga ganas de follarte cuando te pones esos malditos jeans apretados?—. Llevó sus dientes al cuello del menor, mordiendo con suavidad su piel—. Creí que me conocías mejor, vida mía.

El mexicano cubrió su boca con su mano, haciendo un intento por amortiguar los gemidos que soltaba con cada estocada del canadiense.

Fué hace tan solo seis minutos cuando Cannie (a quien usualmente llevaba a la juntas por su personalidad decente, pues solo actuaba extraño junto a México) le envió un mensaje de texto. Éste decía dos simples palabras "Al baño".

Sabía lo que significaba, y sabía que si no hacía caso solo empeoraría.

Es así como terminó aquí, en un cubículo de los baños, con los la pantalones hasta la rodilla, y su novio pervertido jodiendolo por detrás.

—¡Nos vamos a meter en problemas!

—Amorcito, ¿cuándo te ha importado meterte en unos cuantos problemas? —. El canadiense solo rió divertido por el sonrojo en las mejillas del más bajo, y reafirmó su agarre en sus caderas.

Sintiendo la entrada del mexicano aflojarse a su alrededor, se excitó y lo jodió con más fuerza, cada embestida más profunda y rápida.

México ya no podía callarse por completo y se le escapaban gemidos agudos y complacidos.

Cuando su novio le dió atención a su propio miembro, rodeandolo y acariciando, le tomó solo unos segundos correrse en su mano.

—Eres tan sucio, bebé —. Escuchó su voz, sintiendo besos por sus hombros y nuca—. Tan perfecto para mí—. Su voz era suave y demandante, incluso un susurro parecía una indecente caricia.

Luego de varias estocadas más, Canadá se apretó hacia él y gimió complacido.

—Mierda, te amo.

—Sal de mi, culero, ni pienses en otra ronda porque debemos volver a la pinche junta.

—Bien, te lo concedo. Pero sabes lo que te espera en casa, entonces—. Cannie lo soltó y botó el condón en el cesto de papeles.

—Puta madre—. Resopló, pero también reprimió una traicionera sonrisa.

Mex's canadiansDonde viven las historias. Descúbrelo ahora