La historia transcurre en la Edad Moderna, en un pequeño pueblo de campesinos que vivían de la tierra, trabajando con dedicación bajo el sol y la lluvia. Día tras día, sembraban y cosechaban sus plantas, cuidando de sus huertos con esmero. Era una vida de arduo esfuerzo, pero todo lo que recolectaban era esencial para mantener sus hogares y alimentar a sus familias. El sustento que conseguían no solo nutría a sus cuerpos, sino que fortalecía los lazos que unían a la comunidad, en la que la familia y el compañerismo eran valores fundamentales.
Entre estos campesinos había un niño de apenas diez años, Zavutho Montague, conocido por todos como Zavuth. Aunque joven, Zavuth ya entendía la importancia del trabajo en la tierra y compartía con su gente la esperanza de un futuro mejor. Su nombre corto resonaba en el pueblo con afecto, un símbolo de su lugar en el corazón de la comunidad.
El niño tenía un rostro que parecía esculpido en la más delicada porcelana, con una piel tan suave y clara que reflejaba la luz como un lienzo recién pintado. Sus ojos, grandes y luminosos, brillaban con un tono dorado de marrón que contrastaba con la oscuridad de su cabello. Estos ojos, casi hipnóticos, eran como dos espejos del sol, irradiando calidez y una inocencia que envolvía a quienes se encontraban con su mirada.
A pesar de su juventud, sus ojos también revelaban una profundidad inusual, como si su corta vida ya le hubiera ofrecido más de lo que a otros les tomaría años comprender.
Su cabello, negro y desordenado, caía en suaves mechones alrededor de su rostro, con puntas que se curvaban ligeramente hacia afuera, dándole un aire despreocupado, pero al mismo tiempo, meticulosamente cuidado. Los mechones se deslizaban sobre su frente, enmarcando sus cejas finas que parecían estar siempre ligeramente alzadas, en una expresión de perpetua curiosidad.
Zavuth llevaba una camisa blanca que acentuaba la palidez de su piel, y sobre ella, una chaqueta ligera que caía sobre sus hombros con la naturalidad de quien no busca destacar. Los tonos apagados de su ropa no hacían más que resaltar la vivacidad de su rostro, convirtiéndolo en el punto focal de su apariencia. Sus labios, de un rosa pálido, se curvaban en una ligera mueca, un gesto que no alcanzaba a ser una sonrisa, pero tampoco era una expresión de tristeza. Parecía más bien un reflejo de su naturaleza introspectiva, de un niño que observa más de lo que habla, que escucha más de lo que comparte.
Había en él una mezcla fascinante de fragilidad y fortaleza, de inocencia y sabiduría prematura. Su figura menuda y delicada contrastaba con la intensidad de su mirada, creando una presencia que, aunque silenciosa, no podía pasar desapercibida. Era un niño que, a pesar de su juventud, parecía llevar consigo un aura de misterio, como si dentro de él se escondieran historias que aún no se habían contado.
Un día, su madre, Catherine, la única figura materna en su vida, ya que su padre había desaparecido sin dejar rastro, le pidió a Zavuth que fuera a pescar al río. Era una temporada en la que abundaban los peces, y Zavuth aceptó la tarea con entusiasmo, sabiendo que ayudaría a su familia. Aunque era un niño humilde, siempre estaba dispuesto a compartir lo que tenía.
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ZAVUTH
Science FictionEn la vida, existen momentos de dicha que nos ofrecen, aunque solo sea por un breve suspiro, la ilusión de escapar de la áspera realidad. Pero tarde o temprano, esa realidad regresa con una brutalidad despiadada, desnudando las sombras que llevamos...