CAPITULO 2: ¿MAMÁ?

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Zavutho se quedó unos instantes en silencio, atónito por la ausencia del cuerpo. Su mente se llenó de preguntas y sospechas, pero no tenía tiempo para dar vueltas en círculos. Su prioridad era recuperar la pesca, así que con un suspiro resignado, prosiguió hacia el lugar donde había dejado los peces.

—¿Cómo…? —pensó, su mente intentando aferrarse a una explicación lógica—. Si acabo de hablar con él… ¿pero cómo es posible?

El río, extrañamente sereno para esa época del año, apenas mostraba indicios de movimiento. Las usuales agitaciones del agua habían desaparecido, convirtiendo la superficie en un espejo inquietante.

Zavuth observó su entorno con atención, esperando encontrar alguna pista que explicara la misteriosa desaparición. Sin embargo, no había rastro alguno. Con manos temblorosas, sacó el cubo del bolsillo donde lo había ocultado, aferrándolo con fuerza mientras intentaba controlar su respiración acelerada.

—Esto es real… —murmuró, su voz quebrada por la confusión—. No, no, no… contrólate, Zavuth…

—se dio unas leves palmadas en la cabeza, como intentando sacudirse el miedo—. Si esto es verdad, no puedo engañarme.

Con una última mirada al lugar donde el cuerpo había estado, Zavuth decidió enfocarse. Caminó hacia donde había dejado sus pescados, y tras buscar un poco, los encontró. El alivio se mezcló con el temor mientras los recogía, su mente aún tambaleante por lo que acababa de presenciar.

Mientras se alejaba del río, sus pensamientos volvieron a la realidad más inmediata.

—Mi madre me va a regañar por tardar tanto… —susurró, apretando el cubo con más fuerza, acelerando el paso de vuelta a casa, intentando dejar atrás el misterio que acababa de experimentar, pero sabiendo que no podría olvidarlo fácilmente.

Zavutho siguió caminando, tratando en vano de apartar de la mente la imagen del cuerpo del hombre y su inexplicable desaparición. Su camino hacia la casa y el pensamiento de enfrentarse a la regañada de su madre lo hicieron concentrarse en otra cosa. Pero sin importar cuánto lo intentara, una sensación incómoda permanecía, una pesada sensación de que las cosas iban a cambiar pronto.
Llegó a casa y tomó una última respiración profunda antes de abrir la puerta.

Con pasos ligeramente titubeantes, entró lentamente a la casa de adobe. El ambiente ya estaba impregnado del aroma de la cocina, un rico estofado, su plato favorito, proveniente de la cocina donde se encontraba su madre.

La figura de su madre, trabajando diligentemente delante de los fogones, se giró para recibirlo. Su mirada era cálida pero también llena de reproches. Sus ojos notaron de inmediato la expresión desconcertada de Zavutho…

La apariencia de Catherine, tiene sus ojos, grandes y profundos como un par de lunas doradas, se clavan en la distancia con una expresión impasible. El contraste entre su mirada penetrante y su piel pálida hace que todo en su rostro parezca esculpido en mármol, casi etéreo.

Su cabello negro, liso como el viento en una noche sin luna, cae en cascada sobre sus hombros, formando un marco perfecto alrededor de su rostro delicado, pero firme. La sobriedad de su blusa marrón, abotonada hasta el cuello, resalta la seriedad que emana de su porte, como si cada línea en su vestimenta estuviera diseñada para ocultar un misterio más profundo.

En el centro de su pecho, colgando de un sencillo cordón, un amuleto reluce discretamente, tan enigmático como ella misma, evocando preguntas que tal vez nunca se respondan.

Su madre dejó de revolver la olla de estofado y se volvió hacia él.

—¿Dónde te has metido tanto rato? —El tono de su voz era serio, pero se notaba la preocupación subyacente en sus palabras.

Zavutho trató de recomponerse, aunque su mente seguía confundida.

—Lo siento, estaba… estaba atrapando peces —intentó explicar, aunque las palabras le sonaron falsas incluso a él mismo.

Su madre, mientras siguió preparando el estofado, arqueó una ceja. Su expresión era una mezcla de desconcierto y sospecha.

—¿Y cuánto tiempo toma atrapar un puñado de peces? El sol está a punto de ocultarse.

Zavutho sintió que el miedo le apretaba el estómago. Sabía que no podía decirle la verdad, pero tampoco quería mentirle.

—Creo que tenía algo de mala suerte hoy… —intentó justificarse débilmente.

Su madre se volvió por completo hacia él, cruzando los brazos sobre el pecho. Su mirada era penetrante, como si intentara ver a través de él.

—¿Estás seguro? Te ves pálido y asustado. Algo pasó allí afuera.
Zavutho intentó mantener la calma. Su pulso se aceleraba a cada segundo que pasaba.

—Estoy bien, de verdad. Sólo estoy un poco sobresaltado. Hay un animal extraño en el río… —intentó cambiar ligeramente el tema.

La expresión de su madre se suavizó un poco.

—¿Un animal extraño, dices? —repitió, con voz más tranquila. Su expresión se volvió reflexiva mientras continuaba preparando la cena.
Zavutho asintió, agradecido de que ella pareciera creerle, al menos parcialmente.

—Sí, se veía enorme… y tenía un gran cuerpo negro.

Sus ojos estaban fijos en el suelo, como si recordara vívidamente la imagen del cadáver del hombre tendido en la orilla del río.

Su madre se volvió hacia él nuevamente, con una expresión de sorpresa.

—¿Un gran cuerpo negro, eh? Eso suena como una pantera o un puma....—Sus labios se apretaron ligeramente, como si estuviera considerando las implicaciones de esa información. Después de un momento, habló nuevamente.

—Lo primero es lo primero. ¿Cuántos peces pescaste?

Zavutho intentó reunir la compostura y respondió en tono firme.

—Lo suficiente para hacer varios platos… —respondió, tratando de sonar lo más tranquilo posible.
Su madre pareció relajarse un poco más, complacida con la respuesta.

—Bien, al menos no todo fue una pérdida de tiempo… —murmuró, volviendo a su tarea en la cocina.

Mientras ella se concentraba en la cena, Zavutho aprovechó el momento para soltar un suspiro de alivio.

Su mente todavía se agitaba con los eventos recientes, pero por ahora, al menos por el momento, su mentira había aguantado. Aferró aún más el pequeño cubo ensangrentado en su bolsillo, sintiendo su peso como un recordatorio constante de la promesa que había hecho.

Mientras el estofado se enfriaba ligeramente sobre la mesa de madera, Zavuth y su madre comían en silencio. Él bajaba la cabeza, apenas probando el guiso, su mente atrapada en el recuerdo del hombre en el río y el extraño cubo ensangrentado que ahora guardaba en su bolsillo.

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