Se acurrucó sentado en la cama, abrazando sus piernas mientras temblaba, no porque tuviera frío, sino más bien porque estaba inquieto.
Las palabras de las criadas no dejaban de repetirse una y otra vez en su cabeza como un disco rayado. ¿Y si tenían razón?, por Dios, obvio que tenían razón. Kaori era una princesa, podía tener tantos esclavos y prostitutos como quisiera. Podía liberar y esclavisar a tanta gente como se le diera la gana. Él solo era uno más del montón.
La puerta fue abierta de golpe, haciendo que diera un pequeño salto y comenzara a temblar. A la habitación entró un hombre alto de unos 40 años, traía puestas unas ropas super finas y caras, sabía distinguirlas por su anterior trabajo; y tambien una corona de oro con diamantes, zafiros, esmeraldas, rubiés... bueno, eran demasiadas piedras preciosas como para poder contarlas con los dedos; pero lo peor de todo es que lo miraba con enojo.
Se sorprendió aún más cuando escuchó y vio llegar a Kaori detrás del mayor, quien parecía estar bastante inquieta y molesta.-¿Por qué le das un trato tan especial a una simple perra? -. El hombre volteó molesto hacia la albina y soltó con desdén, importándole poco la prescencia del asustado Omega.
-Padre, le pido por favor que no lo insulte. Él no tiene la culpa de na-... -. Fue interrumpida rápidamente por la mirada frívola del contrario, frunció el ceño por aquello y sudó frío.
-Siempre es lo mismo, salvas, salvas, y salvas, pero esperas que yo lo haga todo -. El albino se rascó la cien con frustración, intentaba entender la actitud de su hija, realmente lo intentaba, pero era simplemente imposible -. Solo te estás perjudicando, ¿quiéres que te enseñe una lección?.
-¿Qué espera que haga, padre?, al ver a tanta gente sufriendo en esclavitud no puedo evitar sentirme mal. No todos somos tan crueles como usted -. Sus ojos rojos brillaron, pero al dirigirse hacia el peliverde que temblaba volvieron a la normalidad.
-¡Cuida tus palabras!, ¡no soy solo tu padre, también soy tu rey!, ¡¿qué es esta osadía?!, ¿¡quiéres que tu cabeza ruede?! -. Gritó enfurecido y tomó al peliverde con fuerza del brazo, logrando que el más pequeño soltara un quejido -. ¡¿Y todo por esta simple ramera a la que han tocado vayan a saber cuantos Alfas?!.
Izuku se quedó helado.
-¡Su majestad!, ¡usted sabe que lo respeto!, pero hay tanta gente allá afuera muriendo por esclavitud. No volveré a molestarlo, pero suelte al chico, él no tiene la culpa de nada -. La voz de Kaori tembló, no por miedo de que su padre la lastimara a ella, sino porque lastimara a Izuku y a los otros muchachos que trajo.
El contrario carraspeó con enojo y soltó el fragil cuerpo del pecoso, mandándolo al suelo con fuerza, logrando que la naríz del chico comenzara a sangrar.
-Llevátelo a otro lugar, a él y a los demás que trajiste. O sus cabezas rodarán -. Kaori reverenció al otro hasta que se fue, al igual que Bakugou que en todo momento estuvo preparado para saltarle encima al Alfa con tal de proteger a la ojirubí.
-¡Izuku!, ¡por Dios!, ¿estás bien? -. Se agachó para tomar el rostro de Deku, limpiando la naríz sangrante de este junto con las lágrimas que habían abandonado sus ojos.
"Y a los demás que trajiste". Parece que las sirvientas tenían razón, él no era el primero ni el último, solo uno más del montón.
-Su majestad~... -. Sollozó débilmente y con la mirada perdida, acurrucándose en los brazos de la albina.
-Lo siento tanto, todo es mi culpa -. Revolvió con suavidad los alocados cabellos verdes -. Katsuki, ve a ver como están los demás -. Sintió el agarre de Izuku apretarse aún más.
-Si.
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Izuku no tenía derecho sobre Kaori, y él lo sabía muy bien. Su alteza era alguien libre, no como él, ella jamás podría pertenecerle a un simple esclavo como el peliverde; pero eso no quitaba que doliera, por supuesto que lo hacía.
Ella era la única persona que lo trató bien desde el principio, sin juzgarlo, ni maltratarlo, y por eso no pudo evitar encariñarse tan rápidamente. Por eso sentía todo aquello como una traición.
¿Los demás también se sentirían como él?, ¿o acaso era el único confundido?.
Tembló cuando leves espasmos de su llanto atacaron su cuerpo, junto con los insesantes hipitos que no abandonaban sus labios a pesar de los esfuerzos de la peliblanca porque dejara de llorar.
Kaori llevó su mano hasta la pecosa mejilla, que ahora se encontraba totalmente mojada, para acariciarla con suavidad. Usó su magia para calentar un poco sus manos tratando de darle calor al pequeño.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -. Preguntó Katsuki una vez llegó con ellos.
-Busca un lugar, una casa grande donde puedan vivir comodos -. Tomó al pecoso entre sus brazos para colocarlo en su cama. Quizo dejarlo ahí pero el menor aún no la soltaba y temblaba mucho, así que siguió abrazándolo.
-¿No sería mejor que fueran parte de su harén? -. Indagó el rubio.
¿Un harén?. No, no, no, no; ¡eso no puede ser!. Volteó a mirar a la albina con rapidez.
-Jamás me dejará crear un harén de esclavos, además, sería horrible eso. Se supone que los traje a aquí para que fueran libres, no para convertirlos en mis esclavos.
-Tienes razón, entonces buscaré la mejor casa en el pueblo -. Realizó una reverencia y salió de la habitación, dejando en un silencio incómodo a ambos jóvenes.
La de ojos rojos miró de reojo al pobre chico y sonrió levemente cuando notó que sus sollozos estaban desapareciendo. Tomó el mojado rostro entre sus manos y colocó un pequeño beso en la frente del menor, lo cual causó un sonrojo en el chico y mariposas en su estómago.
-Eres demasiado hermoso como para llorar; por favor, ya no lo hagas -. Tembloroso le regaló la mejor sonrisa que pudo hacer a la contraria, quien se la devolvió y empezó a besar todo su rostro.
Apretó los puños, estaba triste, enojado. Por primera vez creyó que tenía algo solo para él, algo que no iba a tener que compartir con nadie más. Pero ahí estaba, llorando en los brazos de alguien que pensó que le pertenecía y ahora resulta que estaba equivocado.
Kaori no era suya, no podía ser suya porque él no era nadie.
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Concubino || Izuku Midoriya
RomanceIzuku Midoriya, un esclavo que fue entregado al Palacio Imperial por su antiguo amo, vendiéndolo a la Princesa por una cuantiosa suma de dinero. Jamás pensó que de ser un esclavo pasaría a ser un concubino tan reconocido y amado por el pueblo.