[4.] El eco de las amapolas

65 9 3
                                    




Ya no recordaba la última vez que vio árboles, o siquiera una fuente de agua más significativa que el recoveco aquel que el ejército mantenía en contante vigilia en una cueva subterránea. La calidez del verano hacia cada vez más estragos en la moral de la gente y la comida escaseaba a ratos. Por eso las visiones o pérdidas de conocimiento no eran tan extrañas. Por eso la vida como soldado en medio del desierto era tan difícil, enloquecedora hasta sus más pequeños detalles. Pocas cosas deberían haber sido suficientes para extrañarlo. Hasta ese momento.

Nunca creyó estar en situación más bizarra y eso que, muchas veces, Jin Zixuan tuvo pesadillas muy vívidas de un mundo alterno donde una sombra le atravesaba el pecho de improviso.

No, qué va, lo que tenía frente a él sí que era bizarro.

No es que solo se encontrara a millas de su tierra natal, en territorio enemigo y rodeado de gente a quienes apresarían y torturarían apenas pusieran un pie en Baekje; es que ahora él era parte de este batallón cubierto de pelmazos que miraban con ojos de borrego al doctor Li.

Los hombres a su alrededor habían experimentado batallas que les había arrebatado algo distinto en cada ocasión. Era lógico suponer que sus prioridades eran la comida, los caballos, la logística tras el próximo ataque que se aproximaba y cómo es que harían para implementar el último invento de ese loco al que debían respetar. Se supone que todos y cada uno de los pelotones tenía las manos manchadas de sangre; que eran salvajes sedientos de sangre.

¿Este era el tan temido ejercito del Patriarca de Yiling? ¿Aquel protagonista de historias de terror nocturno para espantar no solo a los niños, sino también a sus padres y abuelos? ¿Ese patriarca de Yiling?

—No se preocupe, Doctor Li. Ya no me duele mucho.

—Doctor Li, ¡necesito su opinión acerca de esto?

Y allá iba otro borrego, su mirada brillante y su tono de voz embelesado por razones que no quería darse la molestia de entender.

La cruzada contra las huestes lideradas por el esbirro de su padre, Jin Zixun, había comenzado ya hace seis meses. La cantidad de victorias habrían sido suficientes para subir los ánimos de batalla si es que no fuera por lo mucho que todavía faltaba para que la lucha terminara. Su padre estaba dispuesto a lo que sea con tal de unir ambas ciudades en un gran imperio, tal y como había sido el sueño del derrotado Wen. Alzarse sobre todos sin importar quién se encontrara a sus pies era solo una parte de su maravillosa personalidad.

No es que Jin Zixuan se viera desafectado ante el largo camino que los esperaba adelante; por supuesto que dolía despedir a tantos tras cada batalla. La cantidad de diarios que había llenado con su letra y pensamientos en un intento de apaciguar sus pesadillas era muestra suficiente de que él tampoco era ajeno a la desesperanza. En el transcurso de todos los meses desde que se había unido al ejército de Wei Wuxian, Jin Zixuan había escrito más de lo que había hecho en toda su vida. Al escribir había encontrado un escape bastante útil no solo para las pesadillas, sino también para su estrés o sentimientos extremos. Se consideraba alguien sosegado y centrado.

Pero odiar a Li Xuelian era más sencillo que escribir.

—Lo he repetido muchas veces, el punto Hegu tiene una utilidad mayor a la de un simple alivio para el dolor de cabeza.

—¿Está seguro que no contrajo una fiebre? Quizá la falta de agua esté afectando... —comentó con una sensación de satisfacción interna. ¡Por fin podría ganar una discusión con este terco!—. ¿Es que quieres arruinar por completo el flujo de energía de este pobre diablo? ¡Como sigas con tus experimentos, acabarás matándolo!

Hasta que florezca otra vez [WangXian / XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora