[8.] El aleteo de una mariposa

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No decidió abandonar a Jiang Cheng por egoísmo. Jamás tuvo la intención de que las cosas terminaran así. Pero es que eso pasa con personas como ella, personas que creen que por esforzarse un poco más lograrán algo distinto, algo bueno y que cambie el mundo a su alrededor para bien. Personas como ella creen en todo lo que dicen sus padres, no dudan del amor incondicional entre los miembros de una familia; ignoran las señales de todo lo que está maltrecho porque la realidad resulta ser muy dolorosa, muy cruel, si uno no se aferra a la esperanza.

Personas como ella piensan que los padres aman a sus hijos por igual, que a cada uno le dedican un interés equivalente, solo que lo expresan en distintas formas. A su manera, con sus altas y bajas.

El mundo que creó en su cabeza era así: sus padres eran los soberanos de Goryeo, personas sensatas y justas que, aun con sus diferencias, gobernaban con benevolencia. Su madre moviendo los hilos de la información, en constantes reuniones y viajes incógnito. Su padre organizando y saneando el nuevo territorio anexado, los otros miles de almas que estarían bajo su manto ahora que la guerra contra Baekje había terminado. Su hermano preparándose constantemente, con una obsesión que a veces preocupaba, para ser el mejor heredero. El mejor rey.

«Yanli, ayúdame a avivar las llamas», había pedido su madre con una mirada diluida, un día antes. La fuerza que ejercía en sus muñecas era excesiva, apremiante.

«¿El dolor de cabeza?», preguntó entonces su padre, su frente un poco sudorosa, sus dientes castañeando de vez en cuando. «Tranquila, se pasará dentro de poco, en cuanto las llamas se aviven. ¡Hazlo ahora antes de que lleguen los fantasmas!»

«La medicina que nos dio Jiang Cheng es realmente efectiva...»

Parada frente a su peor enemigo, sola y sin posibilidad de luchar contra un final inevitable, esas fueron las palabras que rompieron la ilusión para siempre, sin retorno.

—No puedo defenderme de otra manera, su alteza. Estoy seguro que diga lo que diga, se negará a aceptar que no tengo ningún motivo para herir a la familia real.

—Tu apellido es Jin —exhorta Jiang Yanli, la furia que no sabía podía sentir restallando en su fuero interior—, ¿me equivoco?

Meng Yao, Jing Guangyao, se limita a observarla en silencio, ni un atisbo de nerviosismo en su rostro.

—Si hay algo que puedo afirmar en esta vida, es que no fui un hijo muy querido. Ni tampoco filial.

—¿Por qué habría de creerte?

—Porque no tiene opción —sentencia Jin Guangyao—. Soy ciertamente ambicioso y busco el poder, pero tal poder es imposible sin una guía firme, además de confiable. Las victorias logradas por el querido general de Goryeo han dado paso a la luz de un nuevo amanecer y lo que menos se necesita en este momento es un desbalance causado por la enfermedad en ciernes de ambos monarcas. Ambos.

—¡Fuiste tú quien trajo la Amapola!

—Fueron ustedes, su alteza, quienes decidieron crear un poder más allá de su control. Decidieron utilizar la Amapola para acabar más rápido con una guerra que tarde o temprano ganarían, y ahora que los efectos los están alcanzando, es realmente inconcebible que ni siquiera se hacen a la idea del alcance que ya tiene —replica con pasos lentos y gestos grandilocuentes. Cada una de sus palabras es como una aguja nueva clavada a modo de puñal en su carne—. Por supuesto que serían traicionados por esos remanentes, sus mentes ya estaban condenadas desde hace tiempo. Venderían hasta el alma con tal de conseguir lo que tanto anhelan.

Hasta que florezca otra vez [WangXian / XiCheng]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora