Sólo hay una regla

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Ya era de noche cuando volví al piso con mis amigas las gemelas. Habíamos salido a cenar y terminamos bebiendo más de la cuenta. Elenois y Selenne vivían en la cuarta planta, y me sabía mal no acompañarlas a estas horas.
Subimos al ascensor tambaleándonos las tres y yo presioné el botón con el número "4".

E: — Me lo he pasado genial, chicas.

Fue lo que le entendí.

— Sí, y yo.

Reí y me despedí de ellas en voz baja aunque dando ruidosos pasos.

Volví al ascensor que me dejó en la planta baja, donde yo me alojaba.

Se me cayeron las llaves haciendo un ruido horrible que retumbó en mis oídos unos segundos. Después empecé a reírme y volví a intentar abrir la puerta.
Tras un par de intentos más, lo conseguí y entré a mi pequeño piso.

Cerré con dificultades y me quité los tacones tirándolos a una esquina.
Caminé de lado a lado hasta entrar al baño y echar todo lo que había bebido. Estuve unos 10-15 minutos allí, luego me enjuagué y entré a mi habitación.

Me tiré a la cama y me revolví entre las sábanas.
Vi de reojo una fotografía familiar y no pude evitar tomarla entre mis manos.

La foto tenía varios años.
Salíamos mis padres, mi hermana y yo en una escapada que hicimos a un parque de diversiones.
Fue el último viaje familiar que hicimos.

Derramé una pequeña lágrima nostálgica, pensando en aquel feliz recuerdo.
Siempre que tomaba me ponía sentimental, ya fuera por una cosa u otra, acababa mal.

Debía de ir muy bebida porque se me hizo escuchar el timbre.
Hice caso omiso y cerré los ojos abrazando un cojín.

"Ding, dong"

Se repitió al cabo del rato.

Me levanté con muy pocas ganas y agarrándome a las paredes me acerqué para ver quién había al otro lado.
No tenía ni idea de quién podía ser, pero si pudiera elegir a alguno de los vecinos, sería al doctor.
Él estaba siendo muy amable conmigo.

F: — Mmm… Hola.

Me miró con una mueca de desconcierto en cuanto encendí la luz, seguramente por lo pálida y despeinada que estaba.

— Ah, hola… No he pedido leche.

Musité intentando cerrar la puerta, lo cual él me impidió.

— ¿Qué quieres, ordeñador de vacas?

Hablé dejando claro mi mal humor.
Pese a esto, sentí algo de lástima por él al ver cómo se entristecía su expresión.

— Oye, espera. No iba enserio

Coloqué un mechón de cabello que me molestaba detrás de mi oreja. Este cayó delante de mi rostro nuevamente, y cuando fui a recolocarlo, mis dedos tocaron el frío dorso de la mano de Francis.
Puso el mechón donde yo lo había dejado, mirándome con ese aire de tristeza que desprendía.

Un pequeño escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza ante aquel contacto.
Sentí cómo mis palpitaciones se aceleraban y algo de calor se posaba en mis mejillas.

— ¿Quieres que te deje entrar?

Pregunté con una sonrisa divertida manteniendo el contacto visual y acortando ligeramente la distancia.

F — ¿Al fin vas a dejarme?

Él también sonrió un poco y acercó su rostro al mío, provocando que nuestras narices chocaran.

— Bonito.

Reí por lo bajo y tomé su rostro con mis manos, ladeando también mi cabeza y queriendo cortar los pocos centímetros que nos distanciaban.
Nos miramos a los labios y cerramos los ojos mientras nos seguíamos acercando lentamente.

M: — ¿Qué hacéis?

Habló el director del D.D.D separándonos bruscamente.

M: — Aquí sólo hay una regla. No lo beses.

Sólo recuerdo sonreírle a Francis antes de que se fuera a su departamento, pero me gustaría acordarme mejor del tacto de su piel, de su coqueta sonrisa, o de la manera en la que me miraba.

Milk-"Man"? Francis MossesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora