Extra

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Cuando abrí mis ojos, me encontraba en una habitación con paredes blancas. Mi cabeza aún daba vueltas y lo último que recordaba era estar en la sala viendo la televisión y luego quedarme dormido. Me sentía pesado, como si mi cuerpo cargara piedras. Intenté hablar, pero sentí mis labios entumecidos y al querer mover mi brazo, noté que era incapaz de hacerlo. Bajé la mirada y contemplé que estaba sobre una cama, con mis brazos atrapados bajo una camisa de fuerza. Me agité un poco, intentando liberarme, pero fui incapaz.

Cuando apenas estaba recuperando mis sentidos, vi que la puerta del cuarto se abría y de allí ingresaban una mujer y un hombre vestidos de blanco. Sentí que la sangre se iba de mi rostro al darme cuenta: estaba en un manicomio. Mi cuerpo tembló involuntariamente y mi mente se fue de un lugar a otro, mientras pensaba cómo demonios había llegado aquí.

Entonces, los recuerdos volvieron a mí. Recordé la mañana de ese día, después de que el padre de Craig nos descubriera...

Esa mañana bajé por las escaleras y me encontré con mis padres. Vi sus expresiones calmadas, pero no fue difícil, incluso para alguien tan ansioso como yo, darme cuenta de que el ambiente era diferente. Sin embargo, no supuse nada malo. ¿En realidad alguna vez les he importado a estas personas?

Saludé a mis padres con voz temblorosa y me senté a la mesa. Mi madre me sirvió una taza de café humeante, mientras mi padre permanecía en silencio, absorto en la lectura de su periódico matutino. Esperé, quizás una pregunta, un gesto que demostrara algún interés, pero parecía que nada de eso les inquietaba en lo más mínimo.

Allí sentado, con mis manos temblorosas sosteniendo la taza, contemplé mi reflejo en el oscuro líquido, notando lo desaliñado de mi cabello. Inhalé el aroma reconfortante del café y cuando iba a dar el primer sorbo, mi madre apareció con mi desayuno: tocino, huevos y tostadas. Me dedicó una suave sonrisa y me dio una leve palmada en el hombro, un gesto que logró reconfortarme un poco. Mi estado de ánimo mejoró ligeramente y sujeté los cubiertos, consciente de los molestos ruidos que produciría al comer, dada la constante agitación de mis manos. Algo a lo que ya estaba acostumbrado.

Mi padre echó una mirada a la ventana entreabierta y comentó con naturalidad: —Parece que hoy lloverá—. Mi madre, mientras servía los platos para ella y mi padre, agregó con calma: —Los días de lluvia aumentan mucho nuestras ventas. Una lástima—.

Cuando les pregunté por qué, simplemente me ignoraron, como solían hacer. No insistí más, acostumbrado a su falta de respuesta, y continué comiendo en silencio, bebiendo mi café con demasiada prisa y sintiendo el ardor en mi garganta. Acabé mi desayuno y me levanté de la mesa, dispuesto a irme, cuando mi madre me detuvo.

—Tweek—, dijo con su habitual tranquilidad, y volví a tomar asiento, pensando que finalmente me regañarían. —¿Puedes ayudarme en algo en la cocina?—.

No me sorprendió y obedientemente, reuní los platos sucios apilándolos y tomé los cubiertos, siguiendo a mi madre mientras ella llevaba las tazas vacías de café a la cocina. Deposité los platos en el fregadero y mientras lavaba los trastos, ella se acercó y me preguntó:

—Hijo, ¿eres gay?—

Me quedé en silencio, con sus ojos cafés clavados en los míos. Abrí los labios para hablar, pero las palabras se quedaron atascadas, y solo pude temblar involuntariamente mientras pensaba cómo responder.

—Me lo temía tanto...—, murmuró mi madre, tocándose la mejilla con la palma de la mano. —Pero no te preocupes, cariño—.

¿Qué?—, cuestioné, sorprendido. ¿Acaso era la primera vez que me apoyaban en algo? Sonreí sintiendo mariposas en el estómago. —¿No estás molesta?—.

That's not my Craig | Creek Donde viven las historias. Descúbrelo ahora