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### Capítulo 4: Sombra en la Costa Dorada

California nos recibió con un aire de promesa. El sol siempre parecía brillar, las palmeras se balanceaban suavemente, y el océano se extendía con un azul infinito. Nos establecimos en un pequeño departamento cerca de la costa, lejos de la fría indiferencia de nuestra antigua vida. Era un lugar pequeño, con paredes agrietadas y ventanas que rechinaban al abrirse, pero era nuestro. Nos sentíamos libres en ese rincón alejado, donde no éramos conocidos ni juzgados. Al menos, por un tiempo, pudimos respirar sin sentir la presión constante de ser observados o condenados.

La vida en California no era fácil, pero era nuestra. Craig y yo aprendimos a sobrevivir con los trabajos ocasionales que encontrábamos. Yo conseguí empleo en una cafetería como ayudante de cocina, donde el sonido constante de platos golpeándose y el aroma de la grasa caliente se volvieron parte de mi rutina diaria. Craig, por su parte, encontró un lugar en una tienda de discos, un trabajo que aunque no encajaba con el, mucha gente iba (puede que porque es muy guapo, no lo sé). No éramos adinerados, apenas llegábamos a fin de mes, pero teníamos lo que más importaba: libertad y, sobre todo, el uno al otro.

Las noches de California tenían un encanto especial, llenas de música y luces. Las discotecas rebosaban con energía, y aunque no nos sentíamos siempre del todo seguros, había una extraña sensación de pertenencia cuando nos encontrábamos entre otros como nosotros, situaciones similares con historias diferentes. Eran pequeños momentos donde las etiquetas y los prejuicios desaparecían, donde podíamos ser quienes éramos sin temor a las miradas o a los murmullos. Era 1976, un año crucial para el país. Las elecciones presidenciales se acercaban, y la tensión política se sentía en cada esquina. Muchos estaban esperanzados con los cambios que podrían venir; otros, sin embargo, deseaban un regreso a las viejas costumbres.

Aquella noche en particular, Craig y yo decidimos salir. Vestidos con nuestras mejores ropas, caminamos de la mano por las calles, buscando escapar de la rutina. Era un pequeño lujo que no siempre nos permitíamos, pero esa noche sentíamos que lo merecíamos, sobretodo después de tanto arduo trabajo. La discoteca estaba abarrotada, la música vibraba en nuestros cuerpos y, por un instante, todo se sintió bien. Podíamos ser nosotros mismos sin temor, al menos por esas horas. Nos movíamos al ritmo de la música, perdiéndonos en la multitud, riendo como si nada en el mundo pudiera tocarnos.

Cuando la música comenzó a apagarse y las luces se atenuaron, sabíamos que era hora de irnos. Salimos a la brisa fresca de la noche, todavía riendo por alguna tontería que habíamos compartido. Nos agarramos de las manos, un pequeño acto que siempre me llenaba el corazón de una sensación especial de cercanía y aunque es un pensamiento cursi. Pero en la distancia, vi a un grupo de hombres observándonos, con miradas que me hicieron estremecer.

-Craig, tal vez deberíamos... -No terminé la frase. Ya era demasiado tarde.

El primer golpe vino sin advertencia, directo a Craig. El golpe contundente lo impactó en la cabeza, y lo vi tambalearse, soltando mi mano mientras caía al suelo. Todo se volvió caótico en un instante. Los insultos, llenos de odio y veneno, llenaban el aire. Intenté cubrir a Craig, desesperado por protegerlo mientras más golpes llovían sobre él y yo. Podía escuchar su respiración entrecortada, sus quejidos de dolor. No importaba cuánto intentara luchar, no tenía la fuerza suficiente para detenerlos.

-¡Déjenos en paz! -grité con la voz quebrada, mientras sentía cómo uno de los hombres me empujaba hacia atrás. Me desplomé en el pavimento, pero volví a levantarme, impulsado por la adrenalina y el miedo.

Craig intentaba levantarse, tambaleante, con la sangre corriendo por su rostro. Su mirada estaba perdida, como si apenas estuviera consciente. Lo rodearon de nuevo, y esta vez uno de ellos sacó una barra metálica. Mi corazón se detuvo cuando vi el brillo del arma improvisada alzarse en el aire, y antes de poder moverme, la barra descendió brutalmente sobre su cabeza.

That's not my Craig | Creek Donde viven las historias. Descúbrelo ahora