El desconocido que yo veo

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Mamá fue la que se encargó de suturarme las heridas, me preguntó qué animal había sido y yo solo respondí que había sido uno grande. No podía describirlo, ni siquiera el ataque, nadie me creería, mucho menos ella. Siempre daba créditos a los otros antes que a mí. Ella decía que el tiempo que llevaba trabajando en el hospital no había visto heridas semejantes provocadas por un animal, dejé de poner atención cuando se me vino a la cabeza todo lo que había pasado. No podía ser real, sin embargo, aquí estaba la prueba, las cicatrices que me dejaría. Los puntos que mamá iba dejando.

«Que no piense ni un solo instante en decir que soy una suicida» me dije, pues en algunas ocasiones ella pensaba que podría hacerme daño cuando pensaba en muchas cosas, que si tuviera una navaja filosa en mano no lo pensaría dos veces y cuando me iba a dar un largo paseo por el río Wishkah o en alguna otra corriente sola, me podría aventar. No podría pasar, no era tan valiente como para hacer eso.

La temperatura comenzó a ascender cuando mamá terminó al igual que el suero, las nubes del cielo se movían por la suave brisa del viento y le daban paso al deslumbrante sol. Las neblinas ascendían por las copas de los árboles y en unos instantes habían desaparecido al igual que aquel desconocido, mi pierna tenía horribles puntadas que gracias al cielo no tenía que verlas por las vendas, me dieron ibuprofeno para el dolor y la inflamación. Las enfermeras me recomendaron reposo absoluto ya que una vez que pasara el efecto anestésico el dolor sería casi insoportable.

—Gracias por la información, en serio. Me agrada saber que tendré mucho dolor —dije y mamá me comió con la mirada.

Al terminar de recibir las inmunoglobulinas para que no muriera de rabia, subimos a una de las camionetas, con Aaron y Greg al frente, cuando ya estábamos en marcha, solas, mamá y yo en la parte de atrás, ella preguntó:

— ¿Qué hacías a las afueras de la ciudad?

También pensaba que consumía algún tipo de drogas. Lo cual estaba en un cincuenta por cierto. Solo Greg lo sabía.

—Te dije que tenía que hacer un trabajo con una compañera del colegio, en su casa, ya que la nuestra está al otro lado y Boggy está descompuesto...

Boggy era mi moto, mi adorado Harley-Davidson Street 750, fue difícil conseguirlo y más difícil todavía que mamá me diera permiso tenerlo, pero gracias a la intervención de Aaron —porque el desgraciado de Greg tenía una Ducati Monster 696— y por ello me comenzaron a gustar, a mis quince tuve mi primera moto, una BMW y posteriormente tuve a Boggy.

—Por eso exactamente ¿Por qué viniste hacia este lugar y no te dirigiste a casa?

Este es el reclamo, aunque pensándolo bien ¿Por qué había corrido hacia la dirección incorrecta? Mamá seguía esperando una respuesta coherente de mi parte y lo único que respondí fue:

—Algo me seguía ¿está bien?... ¿Acaso querías que corriera hacía esas cosas y muriera como papá? Tuve que huir.

Ella no respondió.

Sabía que el tema sobre papá era como un tabú, y no supe por qué lo había mencionado, quería mantener lo de los monstruos solo para mí, pero de cierta manera había removido las heridas emocionales tanto en mi madre como en mí, pues mi padre había muerto en la calle, en una noche fría y helada, de algo que las autoridades no supieron ni encontraron explicación.

La noche en que papá murió ella le había dicho que tenía que elegir; nunca supe si era por otra mujer o por su trabajo o por otra cosa, papá amaba a mamá.

Mientras íbamos por el camino, me puse a recordar a mi padre; todas las tardes dábamos largos paseos por la bahía o el río, las temporadas más frías era en la que todos los domingos nos la pasábamos metidos en la cama. La vez en que fuimos a Seattle a la casa de la abuela para el nacimiento de mi hermano pequeño, Joshua. Recordaba cuanto ansiábamos su llegada, yo había escogido su nombre. El viaje había durado horas y en esas nos pasábamos cantando las canciones de Bad Religion o Nirvana, la favorita de papá era Aneurysm. Y mamá era mucho más divertida en ese entonces, –en algunas ocasiones yo la culpé de su muerte— había llegado a decirle que la odiaba porque cuando terminó el entierro, ella se sumió en la tristeza, se dedicó a llorarle y quedarse dormida después de hacerlo, yo tenía casi once años y mi hermano Josh apenas tres, tuve que hacerme cargo de él porque ella nos había abandonado emocionalmente, no se levantaba de cama sino era para obligarla a bañarse y a tomar algún alimento o a comer lo que yo podía cocinar, que no era gran cosa, había pasado así cinco meses, dejé de asistir a la escuela y corrían los rumores de que si ella no nos hacía caso, llegaría la escuela Católica de Santa María para cuidar de nosotros.

Oscuros Secretos: El pecado del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora