Clase de filosofía

1 0 0
                                    

Greg tuvo la suerte de que Aaron le haya dado el auto de nuevo, la primera hora me tocaba Filosofía antes de la clase de Biología, pero no era la clase de Biología que me hacía erizar los vellos de mi nuca. Me sentía extraña de nuevo, pero esta vez estaba segura de que no estaba soñando. Había frio y todos estaban abrigados, al igual que yo, llevaba un suéter negro con capucha, un gorro que la abuela me había tejido hacia un año atrás, cuando salí del auto el vaho de mi respiración se podía ver como una fina cortina en el aíre, parecía estar fumando un puro de los que el sr. Oliver acostumbraba fumar en la librería, pero no recordaba que los tiempos en Aberdeen que estuviesen así de fríos, los alumnos que pasaban cerca de nosotros se abrazaban para entrar en calor.

—Puff, que frío hace —murmuró Greg frotándose las manos al bajar después de mí.

—Creo que es por el cambio de estación.

—Pero todavía estamos en otoño y sabes que aquí no es de ser frío, es de hacer calor como el desierto del Sahara —expuso.

—Bueno, es porque es otoño y ya —objeté.

—Quizá haya una tormenta.

—Bueno, no soy meteoróloga, puede que la naturaleza le guste jugar un poco.

Me miró frunciendo el entrecejo, como si estuviese conteniendo una sonrisa.

—Oye, no me mires así —repuse.

—Bueno. Está bien, ya hasta el frío se me quito con tu teoría.

—No dije que fuera una —reprendí.

Así cada uno se fue a su propia aula, yo yendo entre la multitud para ir a mi casillero, me chocaba con uno y con otro, a ninguno parecía saber su nombre pero sí conocerlos por sus rostros y las clases que me tocaba con algunos, una chica a quien no le gustó que yo me haya despistado me gritó.

De los cinco dedos que tengo, uno es el mejor y le dediqué esa. Greg se había reído, y luego se fue a su aula de la tercera planta y yo en una de las primeras.

Cuando llegué al salón de filosofía me fui al pupitre que estaba cerca de la ventana y vi la pizarra que decía unas mentadas sobre las chicas porristas, entre ellas el nombre de Jane —en realidad su nombre siempre era mencionado por todos los rincones—.

Leí en voz baja cuando me senté y puse mi mochila sobre el pupitre.

"JANE CASTLE ES UNA ZORRA, PERRA MALDITA". «Supongo que Jane estrena novio y una caja de preservativos.»

Apenas llegaban algunos alumnos cuando sonó el timbre. El profesor Allan Hope llegó cojeando, «que hombre tan puntal». No era muy alto, moreno, de ojos marrón, su cabello le ondeaba de una forma graciosa, no debía tener más de cuarenta años, tenía barba en forma de candado, tenía un rostro que lo hacía ver de mal carácter pero en realidad era genial como persona. Además, su voz era suave y serena, como si estuviera en constante pensamiento quizá efecto de la marihuana. Llevaba una carpeta negra de piel en la mano izquierda entre sus costados y en la mano derecha llevaba su portafolio, el momento en que puso sus cosas todas estábamos ya en silencio para poner atención a una frase célebre al que debíamos decir a quién pertenecía.

La petición de él cuando llegase al salón era poner atención y pensar.

—"Pienso, luego existo" —pronunció alzando las manos en una forma de hacer llegar el mensaje a nuestros pensamientos.

Parecía un pensador fuera del plano.

—René Descartes —respondí, había leído su libro la noche anterior en mi habitación.

Oscuros Secretos: El pecado del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora