Capítulo 4: Memorias en la Noche

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Después de colgar con Marta, paso las horas restantes del día sumergida en las tareas cotidianas. Limpio mi apartamento, una actividad casi meditativa que me permite ordenar mis pensamientos tanto como mi espacio. La ducha posterior es un ritual de purificación, el agua caliente lava las preocupaciones y me prepara para la jornada laboral.

Me visto con cuidado, eligiendo una blusa y una falda que proyecten la profesionalidad que mi puesto de recepcionista requiere. Antes de salir, reviso mi bolso: llaves, billetera, el broche que siempre llevo conmigo para la suerte.

El hotel está a solo unos pasos de la playa, y el sonido del mar acompaña mi camino. Las luces del vestíbulo brillan con promesas de historias por descubrir, de viajeros y turistas que buscan un descanso junto al mar.

Al llegar, intercambio saludos con el personal del día.

-¿Alguna novedad? -pregunto, mientras me instalo detrás del mostrador.

-Tranquilo por ahora, pero ya sabes cómo es esto. La calma antes de la tormenta -responde Diego, el recepcionista que termina su turno.

-Bueno, espero que la única tormenta sea la del océano -digo, mirando hacia las puertas que dan a la playa.

Después de unos minutos llega una pareja. Me acomodo y me alistó para atender con una sonrisa en mi cara.

-¡Bienvenidos al Paraíso del Mar! ¿Primera vez con nosotros?
pregunto a una pareja que entra cargada de maletas y sonrisas.

-Sí, y esperamos que no sea la última -responde el hombre, mientras su pareja asiente entusiasmada.

-Con ese espíritu, seguro que no lo será. Si necesitan recomendaciones para construir castillos de arena, soy la experta local. -bromeo, entregándoles las llaves de su habitación.

Mientras ellos se dirigen al ascensor, un grupo de jóvenes entra, riendo y hablando en voz alta.

-¿Tienen servicio de despertador? No queremos perdernos el amanecer- pregunta uno de ellos, con una sonrisa traviesa.

-Por supuesto, pero les advierto, el sol no espera por nadie, así que asegúrense de no celebrar demasiado esta noche. -respondo con una guiñada.

Entre cliente y cliente, intercambio comentarios con mis compañeros. -¿Crees que la pareja del 204 finalmente saldrá de su habitación esta noche? -le pregunto a Lucía, la camarera del turno nocturno.

-Solo si descubren que la playa no se va a ninguna parte. -responde ella con una risa.

El tiempo pasa volando entre consultas y bromas. Cada interacción es una oportunidad para ofrecer un servicio con una sonrisa y, a veces, una risa compartida. La noche en el hotel es una sinfonía de momentos humanos, y yo soy parte de la orquesta que la interpreta.

Después llega otra pareja que pregunta por los mejores restaurantes locales, y les ofrezco mis recomendaciones con una sonrisa. Un hombre de negocios necesita un despertador para una reunión temprano, y me aseguro de programarlo personalmente.

Durante los momentos de quietud, me pierdo en la vista del mar a través de las ventanas. El desconocido de la playa, las palabras de Marta, todo parece lejano y cercano a la vez.

Cuando llega la hora de mi descanso, tomo un café en la pequeña cafetería del hotel. El aroma del grano recién molido es reconfortante, y mientras observo las olas bajo la luz de la luna, me pregunto qué secretos traerá la marea esta noche.

Me uno a mis compañeros en la sala de descanso, donde el aroma del café compite con las risas que ya llenan el ambiente.

-¿Alguien ha visto el fantasma del huésped que nunca hace check-out? -bromeo, sirviéndome una taza de café.

El Abismo De la Memoria: Secretos Perversos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora