Capítulo VIII

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Narrador omnisciente:

Una mañana del mes de julio, justo un mes antes del cumpleaños número veinte de Ameli, se marcharon rumbo a la capital junto a otras personas buscando un lugar donde trabajar o abastecerse, ya que el alimento escaseaba en el pueblo donde habían nacido ambas hermanas.
 
Pasó casi un año desde que la madre de Alan se había marchado, algunos días mandaba cartas, luego dejó de llegarles y eso a Ameli la puso nerviosa, temiendo lo peor, puesto a que aquella mujer se había convertido en un apoyo emocional para las cosas que les estaba sucediendo. Encontrarla era uno de los motivos por el cual había preparado una maleta con escaso unas cuantas cosas y su hermana de ya trece años pegada a su mano hacía muchas preguntas, las cuales Ameli le costaba responder.
Era notable el miedo de ambas, nunca se habían marchado sin la compañía de sus padres, nunca habían conocido más allá de las praderas y árboles, nunca se habían sentido tan solas e independientes.
Ameli observó la carreta que a lo lejos dejaba a la vista su antiguo hogar, aquel donde albergaba sus recuerdos, su tiempo, su vida y su madre, que no tuvo el valor de acercarse pues no quería romperse allí teniendo en sus manos la responsabilidad de una persona tan valiosa para ella como lo era su hermanita pequeña. Abrazó a Nahiara ocultando las ganas de llorar mientras el polvo dejaba un hilo de tristeza en el camino, ambas hermanas se abrazaron y con un buen edredón se taparon para apaciguar un poco el frío invernal.

—¿Papá estará donde estamos yendo, hermana? —dijo Nahiara con la esperanza de que Ameli le respondiera que sí, pero su cara se contrajo de tristeza y solo se limitó a entender que de verdad no lo encontrarían, había pasado mucho tiempo desde que se había ido con los soldados y eso la tenía al borde de la depresión.
Para Nahiara su madre era su vida entera, pero su padre era su razón de sonreír todos los días. Comenzó a recordar las veces que le hacía caramelo de azúcar sentados frente al fogón que solía prenderlo por las mañanas bien temprano, él le hacía el café con leche mientras se cebaba unos ricos mates y unas tostadas de pan amasado que nunca faltaba en la mesa.  Siempre eran los primeros en levantarse y madrugar; a pesar de que su padre era albañil, también sabía mucho de la tierra y la ganadería, Nahiara solía acompañarlo antes de que el sol apareciera para ordeñar algunas vacas, darles el maíz a los pollos y lechuga para los chanchos.  Tenían una casa bonita con varias hectáreas de tierra donde los animales eran libres de ir y venir, eso amaba Nahiara más que sus libros de cuentos o estudiar matemáticas.

Eran momentos difícil que muy pocas veces se podría decir "las cosas pasan por algo, quizás la vida te está dando una gran enseñanza", pero Ameli sabía que quitarle a su madre, raptar a su padre y llevarse a su novio no era solo una lección de vida o un aprendizaje donde saques algo bueno, porque el sentimiento de pérdida, el dolor en el pecho y la angustia de no saber lo que estaba pasando no se podría considerar algo bueno, más bien eran las consecuencias de haber confiado en que a sus padres los tendría para siempre y si ella hubiera sabido, los habría abrazado mucho más.

—¡Vamos, bajen, bajen! —Ameli abrió sus ojos luego se quedarse dormida y agarró con fuerza a su hermana quien algo desorientada y somnolienta observó su alrededor—. ¡Que se bajen he dicho!

Varias personas de la carreta comenzaron a descender y ambas hicieron lo mismo, ya que se habían detenido por los soldados que custodiaban la entrada a la ciudad. Ameli agarró a su hermana de la mano, sintiendo los temblores que su cuerpo emitía por el miedo, no se atrevía a mirarlos a la cara así que agachó la cabeza acomodando el gorro que le tapaba la cara e hizo lo mismo con Nahiara, quien se mantenía pegada a su brazo.

—¡Todos en fila y las manos arriba, vamos! —gritó el soldado con un arma  en sus manos, caminó despacio hasta posarse frente a las hermanas.

—¡Sácate la capucha, mujer! —volvió a gritar haciéndola estremecer todo el cuerpo y ambas hicieron lo que se les pidió. 

Los demás soldados investigaban lo que llevaban en la carreta, incluso el caballo que tiraba de ella había sido inspeccionado y al no encontrar nada, las tres personas, Ameli, su hermana y quien manejaba pudieron volver a subir, no sin antes ser revisados de pies a cabeza para descartar esa idea errónea que los soldados replicaban cada que encontraban a un "sospechoso", ya que según ellos eran espías.

El viaje transcurrió intranquilo, ya que la tensión y el miedo se podía sentir en el ambiente, nadie emitía palabra alguna, todos estaban tan asustados como ellas y no era para menos, ya que su pueblo había sufrido a causa de los militares y toparse de frente con ellos fue impactante, más para ambas hermanas, quienes nunca se habían topado con uno ni siquiera de lejos.
Ameli creía que todos eran malos, la madre de Alan le había contado como habían sido los sucesos y la desesperación que vivió la gente que se le fue arrebatado algún familiar. Las madres perdieron a sus hijas, embarazadas fueron torturadas para luego ser llevadas a quien sabe dónde, los muchachos como Alan fueron forzados a salir con la cabeza gacha sin protestas, sin embargo, Alan se defendió como pudo, a ella la golpearon y él se interpuso recibiendo un golpe en la pierna doblando sus huesos al punto de romperlo.
Su madre no pudo hacer más que solo suplicar por su hijo, sin embargo, aquellos hombres parecían no escuchar ni lamentarse por su dolor.
Ameli trató de mantener la calma ante los relatos, pero se le fue imposible no derramar las lágrimas imaginando lo que tuvo que haber sufrido aquel chico que se había ganado su corazón, a ella le dolía el alma y no pudo dejar de llorar por él, por su padre y por su madre.

Transcurrieron horas donde las hermanas iban en completo silencio, hasta que de pronto se detuvo la carreta y quien la manejaba les dijo que ese era el final de su camino, que desde ese instante cada quien debía tomar el rumbo que deseara, no sin antes advertirles que se cuidaran y llevaran consigo siempre su identificación personal, eso les podría salvar la vida y hasta ese momento Ameli se percató que ni ella ni su hermana las tenían, ya que todo había quedado en su antiguo hogar, aquel al que ella no había querido acercarse.
Comenzó a sentirse nerviosa, Nahiara la observa sin entender lo que pasaba y cuando bajaron con sus pocas pertenencias, se encontraron solas en medio de una gran ciudad repleta de carrozas y edificios muy bonitos, adornados con árboles y césped.

—Hermana, ¿Te duele algo? —interrogó Nahiara, a lo cual Ameli negó fingiendo una sonrisa, la cual se vio forzada ya que el miedo en su cuerpo era evidente. Se preguntaba una y otra vez como podría hacer para tener una identificación sin que los militares las encontrara primero. No tenían dinero, no tenían algún bien de valor que puedan entregar a cambio de ayuda y nadie las ayudaría pues estaban en un lugar donde la gente solo se preocupaba por su bienestar, nadie se arriesgaría a darles una mano sabiendo que en alguna inspección ellos pagarían el precio por encubrir a alguien indocumentado.

Ambas emprendieron rumbo buscando a alguien que las ayude aún si las esperanzas eran casi nulas. Ameli se aseguraba de cuidar muy bien de su hermana y la niña se limitaba a hacer lo que ella le dijera, porque a pesar de que Ameli no sabía ni leer o escribir, tenía la astucia e inteligencia para cuidarla y eso la hacía sentir tranquila. A pesar de todo, era su hermana mayor y confiaba en ella.

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He estado teniendo problemas con la aplicación pues Wattpad (como siempre) cambia los guiones largos del diálogo (—) a otros más cortos (-) nunca voy a entender porqué sucede esto, pero bueno, espero les agrade este capítulo que a pesar de ser corto, es muy importante.

César (El Golpe) +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora