Capítulo II

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Alan:

—¿Crees que podría pedirle personalmente?— le preguntó a su amigo quien solo se mantenía limpiando el sembradio de pimiento sacando la maleza.
—Es una muchacha muy callada, pero tampoco creo que se muera por unas cuantas palabras...— Alan rodó los ojos algo exasperado, su amigo no cooperaba porque al parecer se había levantado con el pie izquierdo.

—No ayudas... iré a averiguar si está en su casa en estos momentos.

      Su amigo sonrió arrancando sin dificultad alguna de las enredaderas al rededor de su vegetal.

—La vi pasar hace como una hora por el callejón, se dirigía a la huerta donde hay manzanas. Podrías hablarle allí a solas.— Bajó y subió sus cejas socarrón, algo que hacía muy seguido cuando hablaba con Alan de esa hermosa muchacha.

—Yo sí sé respetar a una dama Juan, y la esperaré en la entrada del pueblo, no quiero generarle problemas con su padre. Aquí la mayoría de gente se la vive de chisme en chisme. —Refunfuñó ya que no le parecía una sorpresa que luego salieran a hablar de la muchacha cuando nisiquiera él genere motivos para que sus lenguas saltaran dentro de sus bocas. ¡Esa gente desayunan y comen porquerías! ¡Todo lo que a ellos les conviene para llenar su aburrimiento! Estaba cansado, sin embargo y lo único que lo alentaba a quedarse era su amada Ameli. Ella era el sol en sus mañas, la brisa en sus tardes y la luz en sus noches oscuras.

  Recordó la primera vez que la vio, fue hacía menos de dos años cuando a sus dieciocho años recién cumplidos decidió visitar a su madre, mujer cuya fortuna la había invertido en un gran supermercado a las afueras de la gran ciudad.

Caminó buscando la casa de su madre hasta que sin querer se topó con la muchacha quien de lejos acomodaba unas luces en frente de su puerta para festejar esa misma noche la navidad. Sus cabellos rojos danzaban con el viento, el vestido pulcramente planchado y adornado con moños descansaba feliz en sus caderas delgadas. Zapatos rosas hacían relucir sus delicados pies, quienes pronto se subieron a una silla para colgar lo faltante. El joven se acercó un poco hacia ella hasta que nada más faltaban dos pasos para llegar y estando así, habló: —Hola jovencita.

La muchacha concentrada en su quehacer se sobresaltó provocando un desliz en su pie quien pronto generó un desequilibrio he hizo caer a la muchacha hacia atrás.
Alan percatado de esto y más rápido que cualquier ave la sostuvo en sus brazos cuando el cuerpo de ella estaba a punto de golpear el suelo.
Sus ojos se conectaron, no dijeron absolutamente nada; pero la mirada que él encontró en ella fue lo que terminó por encandilar sus pupilas. La vista ante él era digno de un sueño, su rostro debió parecer un poema porque ella largó una leve risita provocando que el muchacho la soltase con cuidado.

—Lo siento... Y-yo no quise asustarte. ¿E-estás bien?¿no te has golpeado nada?¿no te he lastimado?— Apresurado y preocupado sostuvo la mano de la chica mirándolas, de pronto se sintió avergonzado.
Ella levantó la mirada y allí lo observó, un muchacho recién llegado que la salvó de una fea caída.

—Estoy bien no te preocupes, he tenido peores caídas.

Él se sorprendió y ella rió nerviosa por lo que había dicho.
—Quiero decir... no estuvo mal caer en tus brazos... porque bueno... eres el primero en sostenerme.— Su nerviosismo hizo que no pensara lo que dijera.

—Entiendo... —dijo él casi al borde de la carcajada. —Me alegro haber tenido ese honor.— Hizo una reverencia y ella continuó poniéndose roja de la pena.

—Lo siento, son los nervios. ¿No eres de por aquí? —preguntó cambiando de tema.
Él negó con la cabeza para luego soltar a la muchacha que al parecer sí estaba bien.

—No, recién llego de la ciudad a visitar la casa de mi madre. Ella ya debe de estar esperándome.

Agarró su maleta que anteriormente la había puesto al lado y se marchó, no sin antes volver a disculparse y preguntarle el nombre a tan adorable muchacha de ojos color cielo.

Mientras se perdía entre la multitud pudo ver de lejos lo hermoso que era el lugar y sin dudas algunas las mujeres.

—¿Alan? —preguntó su amigo. —¡Alan!

Acomodó sus pensamientos y miró a su amigo que ya se había sentado a su lado.

—¿Qué pasó? —preguntó.

—¿Es que eres idiota?¡Acaba de pasar Ameli! ¡Vé imbécil!

Se levantó de su lugar algo desorientado por haberle hechado una media siesta bajo un árbol luego de ponerse a recordar cómo conoció a la muchacha. Corrió como liebre sin pena alguna hasta que logró visualizarla. Se adelantó bajo la intensa mirada de los pajaritos, o bueno, eso creía él. Ella no podía verlo, iba a una distancia prudente pero por un callejón lleno de árboles, lo único que vería era la polvareda que él iba dejando detrás suyo.
Casi cae de dientes varias veces, otras maldecía como a miles de demonios por haberse dormido y cuando se encontró al final del cerco se recompuso. Tomó aire tantas veces que se mareó, también maldijo por eso, se aventó las axilas porque de seguro había transpirado y agarró una hoja de una planta y limpió sus zapatos llenos de tierra. Para su suerte no hacía calor, pero aún así había transpirado como un cerdo que le acababan de contar que será sacrificado. Ay sí, ese era él, algo desorientado cuando algunas cosas lo ponían al borde de un colapso.

La vio acercarse, de su pantalón sacó perfume y se lo aventó en todo el cuerpo. Si sus amigos lo vieran estarían revolcándose de la risa. Nunca en su vida había tenido tanta pena.

El comienzo del pueblo estaba a diez pasos, así que a penas ella se acercó sin mirarlo él apareció para saludarla.  Así habían dialogado cómodamente sin estar preocupados por los ojos curiosos de sus vecinos. Luego se cuestionó si no olía a cerdo mojado, pero ella no había hecho gesto de desagrado. Aún así se propuso a encontrarla nuevamente luego de darse un baño, porque no volvería a correr el riesgo de espantarla por estar transpirado, nervioso y con las nalgas amortuguadas por dormir sentado en el suelo. Varias horas después se rió como loco cuando se estaba bañando. Merecía un oscar por haberle hablado a una señorita y que no notase hasta las medias impares que tenía puesta.
Ese día definitivamente se había levantado con la cabeza al revés.

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César (El Golpe) +21Donde viven las historias. Descúbrelo ahora