La mañana en el campamento amanece fría y húmeda, así que aún medio dormida me arrimo al calor de Cat, que duerme profundamente a mi lado en la tienda de campaña.
Agradezco la sensación de solidez del suelo, que no se tambalea como en el barco, y la protección de las lonas contra el fuerte viento del exterior. Siento cómo la suave luz ámbar del sol me baña la cara, y sin abrir los ojos noto los movimientos y el sonido de la respiración de mi compañera, que se amortigua bajo las mantas de lana. Y estoy tan a gusto y tan relajada que me empiezo a volver a quedar dormida.
En ese momento Cat tiene un escalofrío y se acerca un poco más a mí, completamente dormida. Desliza uno de sus brazos sobre mi cintura y se pega como una lapa, respirando contra mi cuello.
—Valentina...— Susurra tan bajo que apenas la oigo, y me quedo inmóvil.
Un pinchacito de envidia me recorre el cuerpo durante medio segundo. No sé cómo lo hago para enamorarme un poquito de cada chica especial que conozco, con lo cansado que es tener sentimientos por alguien todo el tiempo. Pero no lo puedo evitar, llevo toda la vida siendo así... Abro los ojos y observo sus facciones, con el sol iluminando su piel oliva y esas cejas y pestañas oscuras, y me resigno a pensar en que por lo menos sé apreciar la belleza que tiene cada persona...
Además, a la hora de la verdad yo siempre pierdo el interés o me asusto, así que no debería sentir envidia... Sino pena por la chica que llegó al barco queriendo a alguien con quien ya no podrá estar... Abrazo con cariño a Cat, por la chica que no puede hacerlo, y me vuelvo a quedar dormida.
. . . . .
Cuando volvemos a entrar, el interior del barco sigue tan húmedo y oscuro como recordaba, así que echo un último vistazo a la preciosa bahía turquesa y entro para sentarme de nuevo junto a mi remo. El mapita de Cat sigue grabado en la pared de madera, y aunque Meike y yo compartimos un par de comentarios a lo largo del día y comemos con la italiana, el silencio vuelve a apoderarse del navío. Pero esta vez por el cansancio acumulado después de tantos días de viaje.
. . . . .
Al amanecer la capitana da la orden de detenernos y nos deja salir a cubierta. Meike y Cat llegan antes que yo a la trampilla y, para cuando la cruzo, ya me están llamando desde uno de los laterales del barco.
—Vega, mira! Malta..!
El mar brillante refleja el amanecer ámbar del cielo, lleno de nubes naranjas y rojas. Y justo donde se juntan, frente a nosotras, se yergue una isla de piedra blanca y arena sobre la que se distinguen claramente un par de bosques y una larga cordillera montañosa. En el medio hay una bahía de aguas claras en la que flotan varios barcos de vela, conectada con el mar a través de un estrecho que tiene a ambos lados dos grandes fortalezas de piedra anaranjada.
—Hemos llegado...— Susurro.
—Empieza la aventura...— Murmura Cat, y las tres sonreímos, nuestra emoción e incertidumbre palpables en el aire.
—Mirad esas montañas! Me muero por explorarlas!— Dice de pronto Meike. —Holanda es más plana que un plato...— Cat y yo nos reímos y la italiana continúa:
—Pues yo me muero por ver las distintas fortalezas. He oído que hay cinco diferentes y seis pueblos, y que la isla tiene forma de rosquilla...
—De qué?— Pregunta Meike confundida.
—De rosquilla! No tenéis ese postre en Holanda? Mi abuelo siempre las hace con anís y azúcar...— Digo recordando la cesta en la alacena.
—Hmmm. En mi casa les ponemos limón...
Cat y yo nos relamemos mientras Meike sigue mirándonos estupefacta.
—No te preocupes Mei, en cuanto desembarquemos y lleguemos al castillo te hacemos unas Vega y yo para que las pruebes. Y de paso te damos la receta para que la lleves un día a tu tierra y les alegres la vida al resto de holandeses.
—Recoged vuestras pertenencias y preparaos para desembarcar!— Anuncia de pronto la capitana desde la proa, donde acaban de soltar el ancla.
Cinco minutos después las tres estamos listas de nuevo en cubierta, con nuestras mochilas improvisadas llenas de lo poco que nos dejaron traer.
—Yo no sé vosotras, pero yo estoy lista para abandonar este barco definitivamente y volver a tierra firme, la verdad...— Comento alegre.
—Pues espero que te guste la islita, porque sin barcos es lo único que vas a ver de ahora en adelante... —Se burla Cat, mirando de nuevo al peñón. —Yo la verdad es que me muero por superar el primer año de entrenamiento intensivo para que nos dejen empezar a salir en pequeños viajes de comercio o diplomáticos, a Sicilia o Túnez...
Suspira lentamente concentrada en las olas, y sé perfectamente en quién está pensando... Así que apoyo mi brazo en su hombro, y le hablo de todas las cosas que vamos a aprender juntas las tres aquí, y de que seremos las mejores de nuestra promoción para ganarnos el derecho a viajar lo antes posible.
Ella sonríe y me abraza de vuelta, realimentándonos en esa promesa.
—Chicas...— Dice de pronto Meike, que lleva un tiempo callada mirando a través de su catalejo. Y cuando se gira tiene una expresión de pena: —Creo... que las fortalezas están separadas por patrias... Y que nos van a separar según las nuestras... Cada fortaleza tiene una bandera, igual que los botes que vienen a por noso...
—Reclutas británicas! Meike Van Moer! Descended a vuestros botes por babor. Caterina Candiani y Vega Valcarpio a estribor a esperar a los vuestros.— Anuncia en ese momento una mujer con un pergamino.
Se me encoge el corazón mientras noto como se escapa entre mis manos de nuevo la poca seguridad que había logrado depositar en las dos extranjeras que me acompañan. Dos amigas que me vuelven a quitar, como mi familia hace unos días, por leyes superiores a mí...
Me aferro a la barandilla para no caerme: otra vez a empezar de cero, con gente que no conozco, justo cuando empezaba a sentirme por fin un poco en casa y empezábamos a ser un equipo. Se me humedecen los ojos, pero miro a Meike, tan impasible como siempre. Se nota que está un poco decepcionada, pero se mantiene firme y segura. Cat a su lado mira nerviosa a nuestros botes, que se acercan desde el estrecho, y yo me muerdo el labio...
No voy a negar mis emociones, pero me tengo que mantener entera, como ellas. No puedo empezar esta etapa también llorando, como cuando embarqué en Valencia.
Así que les doy un fuerte abrazo a las dos, y les prometo que volveremos a vernos en cuanto nos dejen salir de nuestras fortalezas. Al fin y al cabo solo es una isla...
Me cuelgo la mochila al hombro y abotono mi abrigo de lana oscura, respirando hondo, lista para embarcar. Cat y yo observamos a Meike mientras se sube a un bote en el que hay una mujer uniformada y dos pescadores, todos ellos rubitos también y con la misma complexión que nuestra amiga.
En seguida llega el bote de Cat, tripulado por dos mujeres de pelo rizado oscuro, y su mismo acento alegre.
—Ragazza, benvenuta a Malta, la vostra nuova patria!
Cat sonríe y conversa algo con ellas. Luego les lanza su mochila y se sube a las escalerillas para descender hasta donde la esperan. Pero antes de desparecer por el borde, apoya su mano en la mía y me mira con esos ojos brillantes, dicendo una última vez en latín:
—No importa si en la isla somos diferentes o nuestras órdenes están enfrentadas. Nos volveremos a ver, verdad?
—Claro— Sonrío, y la abrazo por encima de la barandilla. Luego la miro directamente a los ojos. —Gracias por hacer mi viaje a esta nueva vida mucho más ameno y divertido, Cat... Nos volveremos a ver, te lo prometo.
Segundos después la italiana, como Meike, me saluda mientras se aleja hacia la bahía.
—Jóven!— Dice una voz de pronto. Y el corazón se me acelera al escuchar mi lengua materna. Me giro hacia la derecha y veo el último bote acercándose al barco. Dos pescadoras anudan varios cabos mientras una mujer uniformada me sonríe, luego me tiende la mano:
—Vega Valcarpio, verdad? Bueno, Legia Valcarpio mientras seas aprendiz de soldado... Bienvenida a Malta, te estábamos esperando. Eres la última española en llegar, las otras esperan en la fortaleza...
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La Orden de Malta
PertualanganFuera de la isla se declaran guerras constantes; dentro deben trabajar juntas o morir. Podrá Vega entrenarse para destacar y elevar a su nación sobre las demás, sin olvidar que la unión hace la fuerza? En la isla de Malta jóvenes guerreras italianas...