La tarde del sábado continuaba en el mundo real. Allí, Vanesa estaba tumbada en la cama y como dormida, mientras en su mente veía una celda pequeña de ladrillos rojos, con una mujer desnuda de espaldas a ella, y una voz masculina le ordenaba darle unos azotes con un látigo. La mujer azotada debía contar cada golpe que recibía hasta llegar a 50.
En otro lugar, Cristina también estaba tumbada en su cama, mientras en su mente y a una velocidad diferente se sucedían los estímulos sensoriales.
Era de noche en Dominion. Cristina fue llevada a la carreta del capitán Ogawa. Los guardias le quitaron todas las ataduras y la dejaron desnuda en su presencia, quedando unos pasos detrás de ella. El capitán se quitó la parte superior de su peto dejando al descubierto un torso musculado.
Cristina sintió la necesidad de ponerse de rodillas. "Como suele decir Nieves" pensó, "este hombre hace que me corra sólo de verlo". El interior de la carreta era como una habitación grande, con algunos baúles y una cama bastante grande.
-¿Eres sumisa? - preguntó el capitán.
-Sí, Señor.
-Lo sospechaba, no te comportas igual que esa tal Laira. Bien, eso hará que todo sea mucho más fácil para todos. ¿Aceptas convertirte en nuestra esclava?
-Sí, Señor.
-¿Tienes experiencia como sumisa?
-No, Señor, lo siento.
-A partir de ahora harás todo lo que yo te mande. Obedecerás a mis hombres como si fueran mis órdenes. No levantarás la mirada ni hablarás sin nuestro permiso. ¿Entendido, esclava?
-Sí, Señor, entendido.
-Besa mis botas.
Cristina se inclinó para besarlas sin dudarlo.
-Chicos, dejadnos a solas. - ordenó a sus dos hombres, que salieron de la carreta y cerraron la puerta. - Ahora quiero que te pongas de pie, de espaldas. Voy a esposarte.
-Sí, Señor, haré todo lo que usted mande.
-Prefiero a las chicas como tú, que saben lo que quieren. Las otras, las que son como Laira, dan muchos problemas al principio. Luego se calman, se toman la captura como una nueva aventura... Ahora su objetivo es escapar, y mientras tanto viven una situación peligrosa. Por eso no se desconectan, porque creen que podrán escapar. La parte sexual no les disgusta, al fin y al cabo, es parte de la aventura. La mayoría de ellas han fantaseado alguna vez con ser capturadas, y con el tiempo descubren que les gusta la esclavitud, aceptan su destino, las domamos, se vuelven obedientes, y podemos hacer con ellas todo lo que queramos. Pero tú ya sabes que te gusta, tu doma será más rápida.
Mientras el Amo hablaba las esposas se cerraron alrededor de las muñecas de Cristina, y luego una capucha de cuero cubrió sus ojos.
-¿Entiendes que para nosotros una esclava, antes que nada, debe servirnos sexualmente?
-Sí, Señor, lo entiendo.
-Entonces voy a empezar a usarte. Primero voy a castigarte con mis manos, después usaré algunos instrumentos con tu cuerpo, y finalmente te follaré como a una perra.
Cristina no respondió. Estaba muy nerviosa, quizás más de lo que nunca había estado en toda su vida. Una palmada en el culo la pilló por sorpresa, pero se dejó hacer. Unas manos fuertes la pusieron tendida sobre las rodillas del capitán, y las palmadas se sucedieron.
De vez en cuando paraba para masturbarla. Cristina quería pedirle que le metiese algún dedo, quería decirlo, pero no se atrevía. Le había prohibido hablar sin permiso, pero aunque no lo hubiera hecho le imponía tanto aquel hombre que se hubiera quedado sin palabras. Los cachetes continuaron, la excitación siguió aumentando, pero no volvía a tocar sus genitales. Quería pedírselo, hubiera sido capaz de suplicar, pero no podía.
Y tampoco podía ver nada. Con lo que le atraía su cuerpo, y no podía verlo. La puso de rodillas y le dio unas bofetadas en las tetas. Le puso pinzas. Cristina gemía y jadeaba, hasta que el capitán se la metió en la boca. Paró al rato, la azotó con algo que parecía una vara, en pecho, muslos y nalgas, y se la volvió a meter.
Acabaron en la cama, con ella de rodillas y el culo levantado, la cara sobre las sábanas, y el Amo detrás de ella. Por fin llegó la penetración vaginal que tanto necesitaba, aunque una parte de ella no podía dejar de pensar que nada de eso era real, que ni siquiera el Amo era una persona real, y que el cuerpo físico de ella estaba en otra cama sin que nada ni nadie la penetrase. Todo era una forma rebuscada de masturbación mental. Y sin embargo parecía tan real, se sentía incluso más real que las pocas experiencias físicas que había tenido.
Paró otra vez para azotarla con un látigo de tiras, en el culo y en la espalda.
-Normalmente a una novata la obligamos a correrse, pero tú ya eres sumisa... Así que te prohíbo correrte sin mi permiso. ¿Lo entiendes, perra?
-Sí, Señor.
-Quiero que me llames Amo.
-Sí, Amo.
Y se la volvió a meter, mientras le seguía hablando.
-Te vamos a encerrar en una mazmorra para domarte. ¿Te excita la idea?
-Sí, Amo, sí, encerrada, quiero que me domen.
-Y los guardias podrán follarte cuando quieran, y tú no te podrás negar.
-Sí, Amo.
-¿Alguna vez has fantaseado con que te obligan a prostituirte?
-No, Amo.
-Quiero que lo imagines, que te imagines siendo una puta, que vienen hombres desconocidos a follarte y tienes que someterte a ellos. Di que eres mi puta.
-Sí, Amo. Soy una puta, soy su puta. - Cristina no podía ver nada, seguía esposada, estaba acercándose al orgasmo, y sintió cierto placer al humillarse verbalmente.
El placer y la excitación eran mucho mayores que en cualquiera de sus relaciones anteriores. Sentirse dominada, por fin, después de tantas fantasías, tenía ese efecto en ella. Pero de pronto el capitán Ogawa cambió de ritmo en sus movimientos, y la cercanía del orgasmo se esfumó. En otra situación ella se lo habría dicho, habría pedido que siguiera con el ritmo anterior, pero no se atrevió a hablar.
Cristina fue cambiada de postura, ahora tendida de costado, y el capitán se tumbó junto a ella para metérsela alcanzando de nuevo el anterior ritmo. Ella no podía dejar de jadear y soltar algunos gritos medio ahogados, él no jadeaba ni decía nada. Con una mano empezó a apretarle una teta y luego la otra, y después la sujetó por el cuello.
-Recuerda que no tienes derecho a correrte sin mi permiso. Eres una esclava, no tienes derecho a nada.
-Sí, Amo, soy una esclava, no tengo derecho a nada
El Amo parecía saber cuando se acercaba al orgasmo y entonces variaba el ritmo y la postura para prolongar el acto. "No sé qué decir", pensaba Cristina, "No sé cómo suplicar para que mi Amo me de permiso, no lo he hecho nunca". La siguiente vez que sintió que estaba a punto de llegar se atrevió a hablar.
-Por favor, mi Amo, por favor, voy a correrme, no puedo más, por favor le pido permiso, mi Amo...
-Adelante, puedes hacerlo.
El capitán aceleró el ritmo y Cristina por fin se corrió en varias oleadas de placer. Le temblaban las piernas, su mente estaba en blanco. Después seguía sin atreverse a hablar, los guardias volvieron a entrar en la carreta y se la llevaron sin quitarle la capucha ni las esposas.
De vuelta a la carreta con las otras dos prisioneras, ambas supieron lo que había ocurrido con Cristina.
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Nuestros dominios
De TodoEn el futuro, un juego de realidad virtual completamente inmersivo, donde pueden hacerse realidad las fantasías más locas y todo lo que sucede es voluntario. Incluso la esclavitud. Contenido para adultos, sexo, BDSM, todo lo que sucede en esta histo...