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    A veces se puede iniciar una historia con una gran tragedia, otras veces con un alboroto que afecta el mundo. Aunque pocas veces se inicia con el grito de alguien ajeno...

       -¡TODOS ABORDOOOOO!- gritó el maquinista en la estación de tren. Pues ya era hora de partir hacia el destino que muchos quieren llegar...algunos a Francia, otros a las Filipinas e incluso uno que otro a Kiribati, sin embargo, siempre existe alguien que buscaba algo diferente. Él no quería ir a cualquiera de los países nombrados en los carteles colgados del techo de la estación. Aquellos con letras iluminadas con neón rojo y verde, indicando los viajes de ida y de vuelta...los tabloides que indicaban las horas que transcurrían en todos esos momentos; tres de ellos con el destino que buscaba el viajero, aunque prefería el más temprano. 

    La mayoría de la gente viaja porque está ligada a su vida ya sea por trabajo, vacaciones, familia, emergencia...todo centrado en este punto de aquí...la estación de trenes, incluso un lugar tan común es el centro de absolutamente todo.

      Sin embargo nuestro viajero siempre busca algo...o quizás ya lo encontró, tal vez deba entregarla...uno nunca sabe, al igual que todas las singularidades, son únicas en su tipo. Pero se deben centrar en lo importante. Caminando entre las personas y los charcos no es muy a menudo. Sus botas para lluvia se hallaban algo desgastadas pero eso siempre le pasaba como a los otros treinta pares anteriores. Siempre debía ser precavido con el suelo húmedo teniendo cuidado de no resbalarse para caer sobre el agua del piso.

        Al detenerse en una columna de piedra blanca cercana, tomó su pañuelo de su bolsillo y comenzó a limpiar la humedad de sus botas. Tanta humedad era malo para los pies, solo esperaba que en el tren no estuviera mojado como el camión o el taxi. Sus ojos por otra parte buscaban entre la gente una taquilla para poder comprar un boleto. Hasta que por fin vio unas letras rojas y bajo ellas una reja. Al dirigirse tuvo suerte de ser el primero. Adentro se hallaba una señora de mediana edad, la cual podía verle algo extraña. Su cara reflejaba cansancio pero sus arrugas y su ceño fruncido le daban un aspecto demacrado.

           -Hola buenos días quisiera un boleto a Estocolmo...-dijo una voz  llena de alegría.

      La recepcionista lo miró...miró aquel sujeto. Un joven alto, poco pálido, de piel muy delgada; se podían ver remarcados los huesos de sus cara. De cabellos oscuros y ojos marrones. Llevando un sombrero estilo panamá de color verde oscuro algo desgastado, una gabardina de tintes negros y una camisa blanca abotonada. En su mano diestra se hallaba un maletín de color rojizo.

          -Cien monedas por favor...-dijo la mujer, tratando de hablar el idioma del viajero con acento extranjero...aunque siendo sinceros él era el extranjero.

     El tipo buscó en su gabardina pero no hallaba nada...a decir verdad, ¿Trajo dinero?, el sujeto con una risa nerviosa empezó a buscar por toda su ropa, danzando torpemente mientras buscaba dinero y sin darse cuenta se salió de la fila en la que se encontraba. Al revisar su chaqueta pudo encontrar su billetera, para su infortunio alguien más había tomado su lugar en la fila. Al intentar hablar con el sujeto, el pobre viajero se resbaló con el agua en el suelo de aquel lugar...tanta humedad en el piso era incomodo sobre todo proviniendo de todos los dormidos en la estación.

    Acomodándose su sombrero verde, observó a cada una de las personas con nubes en sus cabezas lloviznando. Eso era bastante problemático...muchos dormidos empapando el suelo, dejando su humedad por donde quiera. Cuando se refería a un dormido, eran todas las personas que el viajero ve a diario. La mejor manera de identificar un dormido era bastante obvia...pues poseen una gran nube en sus cabezas. Lamentablemente para el viajero, nadie veía eso...era extraño. ¿Cómo nadie puede notar algo tan obvio?

la fórmula del sonido visible.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora