El escritor.

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Y allí está el escritor, el poeta. Sentado frente a su escritorio ya viejo color marrón, en su gran estudio, de su enorme mansión que compró con sus novelas, sus poemas, sus cuentos y sus ensayos.

Allí se encuentra el escritor, el poeta y como pocos o varios de su gremio, viven solos. Entre su demencia romántica y su depresión; viendo cómo pasan los días dependiendo de cómo baje el licor de la botella. Fumándose a la muerte, sosteniéndola entre sus dedos, entre sus labios, pero sostiene la calada y saca el humo; amargándose la vida y retomando la nostalgia poética.

Allí se hallaba el escritor, el poeta solitario y desolado, renunciando al amor, a la compañía. Ahora escribe una novela, una historia y relata cómo llegó a ese punto de quedarse solo; embriagándose y muriéndose mientras coge otro cigarrillo.

Cómo empezó todo. Desde que su mejor amigo lo traicionó o cuando los amigos que siempre estarían allí, los encontró en la calle y ni siquiera lo voltearon a ver. Tal vez desde que aquél primer amor no le correspondió, tal vez aquel amor que marcó su adolescencia se fue con un profesor de danza, o tal vez desde que su segundo mejor amor, ese amor que suele ser el que salva de la muerte, nunca volvió, lo rechazó. O puede que empezó cuando su primera relación sexual la hizo sin amor o las miles de mujeres que pasaron sobre su cama, que ya era más un restaurante de carretera.

O tal vez empezó todo su desprecio de la compañía, desde que comenzaron a fallecer sus familiares; sus abuelos, su madre, su padre, sus hermanos, sus tíos. De ver como todos iban creciendo, teniendo hijos, y él, el poeta solitario, el desolado, el escritor seguía teniendo mujeres de pasada, tantas mujeres como los poemas que escribía, o como los cigarros que se consumía por día, o los tragos de whisky que tomaba.

O tal vez todo empezó, cuando dejó caer sus sueños, sus metas. No fue jamás futbolista, tampoco historiador, tampoco fisioterapeuta. Se rindió muy temprano el poeta desolado.

Todavía recuerda cuando su familia se negó a su habilidad de escritor, de poeta. La primera vez que lo publicaron en un periódico, la vez que tuvo su primera novela en sus manos; su primer sueldo, su primer autógrafo, su primer viaje de promoción de la novela.

Pero allí estaba el escritor sentado en sus escritorio, con sus miles de cuadernos empolvados esperando a que vuelva a escribir o a releer un poema o le escriba una carta a un ex amor. Y todavía no puede recordar en qué momento se quedó solo.

Fue entonces cuando despertó el joven escritor y escribió una carta rápida, espontánea, sin tapujos y sincera para pedirles perdón a aquellas personas que las apartó por su impulsividad, terquedad y falta de valor para seguir adelante.

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