CORRUPTO III

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—¡Promételo, maldita sea!

Gun tenía el deseo de morir, no estaba preparado para enfrentar las consecuencias de sus actos. Su padre le había gritado toda la madrugada, el sol comenzaba a aparecer por las ventanas de las casas.

Un nuevo golpe en su mejilla cayó. Su labio estaba roto, sus mejillas rosadas por las constantes bofetadas y sus rodillas estaban matándolo. Había permanecido en una postura de penitencia, pidiendo perdón por sus obras.

—No volverá a pasar.

—Maldita sea, te eduque para que seas un hombre de familia, no un maricón.

Un nuevo golpe en su cuerpo. Podía soportarlo, lo haría.

—Ese maldito bastardo. Él fue quien te sacó del buen camino, y por supuesto, te corrompió. Trató de convertirte en uno como él.

Off...

—Quería a un hombre para su maldita secta de hombres débiles —su padre maldecía en alto, caminando por toda la sala—. Pero no, tú no serás uno de ellos.

Gun fue levantado con brusquedad, abofeteado y arrastrado hasta afuera de la casa. Lanzado al asiento del coche, que había sido preparado para salir momentos antes.

Quizás sería abandonado en algún bosque para no continuar como una vergüenza familiar, tal vez terminaría exiliado en algún lugar de la república y su familia negara haber tenido un hijo.

—Bajá.

Sus ojos se ampliaron, ante sus ojos estaba la institución de la que ya mucho se decía, pero pocos podían afirmar, porque adentro nadie tenía voz.

La Castañeda le aterraba con solo verla. No podía pertenecer a un manicomio; su familia sentiría más vergüenza de él. Aún pertenecía a la universidad, necesitaba terminarla, graduarse y tener una vida.

Todo era culpa de su frágil corazón.



****




¡Oh Santo Dios!

Gun no sabía qué día era, perdió la cuenta en el día doce, en el que se suponía que sería la tarde del día trece; perdió la conciencia. Su tratamiento lo destrozaba con cada día que pasaba.

Su cabellera castaña se había perdido, ahora su cabeza estaba rapada, todo con el fin de obtener el tratamiento de incorporación a la normalidad. Sus sienes le dolían por horas cada vez que las terapias con electricidad terminaban, se sentía como un pedazo de carne que trataban de cocinar.

Ahora, estando de rodillas, rezando el padre nuestro. Pedía dejar de sentirse atraído por el que sería el esposo de su hermana, también le pedía a gritos a Dios que, por favor, lo sacase de ese lugar. Era aterrador a todas horas, había enfermos deambulando por los pasillos, llorando, hablando solos y gritando.

Por las noches debía cuidarse de los enfermos del área «J» al que pertenecía, «los jotos», porque había depredadores, animales humanos que se atrevían a meterse a su cama para tocarlo.

Los doctores lo golpeaban por cualquier minuciosidad, si olvidaba que no era su hora caminar por el patio, si su estancia en la capilla se extendía más de lo que debía, si no respondía a las preguntas que le hacían o si no comía.

Para Gun, estar en ese lugar era una completa tortura. Lloraba por su cruel destino, pero sabía que era el precio por su pecado. Amar a un hombre como una joven de la alta sociedad.

Una Historia Más •||OFFGUN||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora