Pasteles y sorpresas

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Gun tenía unas enormes ganas de llorar, su cuerpo temblaba y era presionado por dos pequeños cuerpos casi sobre él. Que, al igual que él, estaban asustadas, lloriqueando en un tono bajo que le había pedido mantener, pellizcando la piel de sus brazos.

Sentía un fuerte punzón en la cabeza, que le hacía sentir que en cualquier momento caería al suelo desmayado. Pero no debía, no ahora, aquellas dos pequeñas confiaban en él, además había recibido una amenaza de un extraño hombre vestido de negro que lo había arrastrado hasta ese baño con la punta de una pistola en sus sienes.

La habitación se encontraba en total oscuridad, podía escucharse gritos de algunas personas, balas, golpes y cristales rompiéndose. Aún podía mantener las lágrimas en sus ojos, pero no estaba tan seguro de poder contenerlas una vez saliera del baño.

Debió haberlo previsto desde que vio entrar a aquel hombre vestido de un pulcro traje, de la mano de dos pequeñas niñas y tres guardaespaldas. Era su final, el lecho de su muerte, pero nada habría podido hacer; negarles el servicio solo le hubiese traído más problemas.

Gun siseó cuando un par de dedos volvieron a pellizcarle el brazo y luego fue mojado por pequeñas lágrimas.

—Quiero ir con papá —dice en susurro una de las gemelas en sus brazos.

—Shh, Juli. Papá pronto vendrá, no te asustes, solo esperemos un poco —le responde la otra entre susurros.

—Tranquilas —les dice con voz baja, tratando que su voz no delatara su miedo—, las cuidaré hasta que su padre venga —con cuidado afianzó su agarre en los pequeños cuerpos. Liberó feromonas para tratar de tranquilizarlas y obligarlo a mantener la calma.

Eran gemelas, dos pequeñas que no debían pasar de los cinco años, pero, por alguna extraña razón, parecían menos asustados que él, como si no fuese la primera vez que son encerradas en un cuarto oscuro. Si fuese cualquier otro niño, estaría seguro de que no pararía de gritar y llorar para ser llevado con su madre.

Unos fuertes golpes en la puerta le hicieron sentirse pequeño, aferrándose a los pequeños cuerpos. Luego la luz entró en totalidad cuando la puerta fue abierta.

—Niñas —dice una voz femenina que las pequeñas reconocieron inmediatamente, por lo que se alejaron de él.

—Tía Junjun —gritaron las dos niñas.

Gun se sintió aturdido en todo momento. Tratando de analizar el cómo pasó de estar sirviendo una taza de café caliente, a estar sentado en la esquina del baño, sentado sobre el frío piso.

—¿Te quedarás ahí? —le cuestiona la mujer que había visto entrar detrás del hombre de traje que llamó su atención.

Atemorizado de que pudiese tener algún movimiento sorpresa, se levantó lentamente. Cuidado cada movimiento, incluso se asustó en el momento en que la mujer se acercó a él con movimientos bruscos y lo arrastró hasta afuera del baño.

Parpadeó seguidas veces, tratando de analizar la pesadilla en la que se encontraba. La puerta de cristal estaba hecha añicos en el suelo, las ventanas con bordes pastel que había tardado tanto tiempo en decorar, ahora escaseaban de cristal. El refrigerador de pastelillos estaba en el suelo, el cristal roto y los pastelillos dentro se encontraban embarrados en el suelo, con pisadas sobre ellas. Las tasas que celosamente había guardado en un gabinete de madera que era parte de la pequeña cocina, estaban estrelladas en el suelo, con cristales que —apostaría— se encontraban junto a los cristales de la puerta.

Las mesas y sillas volcadas. Todo estaba dañado, su sueño y su trabajo estaban en el suelo, hechos pedazos. Reparar todo el desastre costaría mucho dinero, algo que no tenía. Aunque la cafetería estaba en sus mejores momentos, no tenía el presupuesto para cubrir el desastre hecho. Además, las reparaciones tomarían tiempo, tendrían que cerrar y perderían aún más.

Una Historia Más •||OFFGUN||•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora