Latido IX | ¿Cuándo será el momento indicado?

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El agua se deslizaba por mi espalda desnuda, bajaba por mi trasero y, finalmente, descendía directamente hacia la bañera. Me estaba dando una ducha rápida, y el agua estaba a la temperatura perfecta. La espuma del jabón se revolvía por todo mi cuerpo, sobre todo en el abdomen. Luego, cada resto se lavaba con el líquido cristalino que caía sobre mí. El vapor no se quedó atrás, pues los vidrios de la ventana y el espejo estaban completamente empañados, impidiendo reflejar correctamente mi figura.

No había pasado mucho tiempo desde que Muma había regresado a casa. El único problema fue que cuando la miré a los ojos, estaban llenos de lágrimas. Le pregunté qué le pasaba, o quién la había hecho llorar. Sin embargo, ella negó con la cabeza y, un segundo después, me abrazó con todas sus fuerzas. Aún no lograba enterarme de lo sucedido, y eso me enfurecía más; no permitiría que dañasen a mi abuela, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Me volvería loco si le pasara algo, tanto que hasta llegaría a ser irreconocible, porque ella significa todo para mí en esta vida.

Cerré la ducha, me acerqué a la puerta donde había colgado una toalla de bata, me la coloqué y, tras hacerlo, salí del baño. Mis pies descalzos dejaban huellas húmedas en el camino que hice hasta mi habitación. Al pisar la alfombra gris, sus suaves pelillos me acariciaban la piel. Se sintió tan bien que incluso arrastré los pies para sentir un poco de cosquillas. Me fijé en la hora, ya casi era medianoche, así que encendí la lámpara que había sobre la mesita; siempre lo hacía, todas y cada una de las noches.

Muma me había preparado una infusión, específicamente mi favorita. Tomé un sorbo y observé la luna que se reflejaba en el cielo nocturno, como si fuera la única luz blanca en esos momentos. Hoy había luna llena, lo que, según mis libros, hacía que los lobos salieran y aullaran hacia ella.

Me senté en la cama, con algunas gotas de agua que aún se escurrían por mi cabello. Dirigí mi atención hacia el cajón de la mesita. Cuando lo abrí, saqué la carta que la abuela me había dado. La inspeccioné detenidamente, pero era simple, sin ningún detalle o algo escrito en ella. Tenía unas ganas inmensas de abrirla y leer lo que decía, pero no podía hacerlo, aún no era el momento adecuado. A regañadientes, volví a guardarla en el cajón y lo cerré.

Mi mirada se centró en los árboles del bosque, a lo lejos. Apenas se distinguían, pero aún así, yo podía percibirlos; en especial los más altos. La noche avanzaba, y la luna llena iluminaba el cielo con una luz blanquecina. La carta de mi abuela seguía en el cajón, llamando mi atención. Me costaba concentrarme en otra cosa, así que decidí distraerme leyendo algo. Busqué debajo de mi almohada el libro que tenía que continuar, para así poder devolverlo más rápido. Me sumergí en la historia, pero mis pensamientos seguían divagando hacia la carta.

—No, Bahir, lo prometiste —me dije a mí mismo. Respiré hondo, y solo alejé esos pensamientos para poder centrarme en la lectura.

Me quedé leyendo durante media hora, aproximadamente, hasta que finalmente me dormí, con el libro apoyado sobre mi abdomen y en una posición bastante incómoda. Aun así, mi respiración se volvió serena, suave, tranquila.

***

Dicen que en ciertos momentos, cuando uno ya ha cruzado el umbral del sueño, el mundo continúa moviéndose sin que podamos notarlo. Y eso fue exactamente lo que ocurrió.

El tic tac del reloj era lo único que se escuchaba en la habitación, mientras todo lo demás estaba en silencio.

La ventana guillotina estaba parcialmente abierta, dejando que una leve brisa penetrara en el lugar. El graznido de los cuervos se escuchaba a lo lejos, y desde el bosque, una pequeña luciérnaga volaba entre los troncos de los árboles, en dirección a la casa. Cruzó el herbazal, esquivando las hojas y los tallos que se balanceaban con el viento nocturno y evitando que la golpearan. Voló de un lado a otro, rodeando los obstáculos que había alrededor de la casa: neumáticos de tractores, fierros de metal oxidados y quebrados, el molino de viento, cables de luz e incluso partículas de polvo que se esparcían por todas partes.

La estación del último latidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora