Pasión Ardiente.

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| M A T Í A S      A N T O N E L L I |




El humo de mi cigarrillo se pierde entre el viento que hay constantemente. El porro se va acabando no porque lo fume, sino por sí solo. Las cenizas caen sobre la superficie caliente siendo parte de suelo. Cuando decidí fumar a los casi ocho años de edad la idea de ser un niño rebelde y malcriado se apoderó de cada resquicio de mi ser, poseer la manipulación necesaria para hacer cualquier cosa a mi favor sin importarme los segundos mucho menos los terceros, el habito de fumar marihuana o un cigarrillo normal era un placer, conforme los años el placer, el gusto por llenar mis pulmones de humo y morir a temprana a edad, se estaba desvaneciendo como neblina.

Si bien, aún sigo fumando uno que otro porro pero no la misma cantidad de antes. Algunos fuman por diferentes circunstancias, yo lo hago porque me veo más atractivo de lo que ya soy.

La piel me arde bajo el tacto inocente e infernal de la lumbrera mayor. No tenía en mente viajar puesto que tengo mucho trabajo, pero como lo ha dicho Alanna, «Te estas volviendo un viejo amargado y asqueroso sin llegar a ser gordo y baboso» agregando la voz chillona que posee.

"La misma mujer que te ha vuelto loco."

Fue de improviso el viaje pero ya estoy acá disfrutando de la hermosa playa en Monte Carlo, con varias femeninas paseándose en bikini ocultando lo necesario, dejando ver lo más provocador que se les ha regalado.

—¿Más, señor?— pregunta el mesero con una jarra de cristal llena de limonada mezclada con alcohol. Miro mi copa.

—Deja la jarra, trae una laptop— ordeno. El hombre con traje pulcro hace lo que digo yéndose al interior del hotel.

Dejo caer a propósito el cigarrillo al vaso de Margarita de Alanna, se pondrá furiosa aunque no me importa. Sirvo del líquido, doy un sorbo refrescando mi lengua seca y amarga. Acomodo bien mi cuerpo sobre la silla playera con cojines blancos y cómodos. Poco más tarde el hombre trae una laptop y se va.

—¿Dónde está tu mujer irritable?— vuelvo la cabeza hacia la izquierda bajando los lentes observando al crío adolescente sentado junto a mí vistiendo una camisa desabotonada azul.

—Vuelves a llamarla así y te mandaré de buceo con los tiburones, mira que el mar lo tengo frente— los ojos del adolescente se posan en los míos. Nos retamos por unos segundos hasta que él decide apartar la mirada de la mía soltando un soplido.

—¿Te duele que te digan la verdad, Matías?— río irónico ante sus palabras medio acertadas.

—A mí no, a ella sí. ¿Sabes? Todas las noches me exige que te obligue a ti y a Renny llamarla por su nombre, o al menos por su apellido— le veo de reojo,  inclino el respaldo de la silla hacia adelante.

—¿Yo qué?— la mencionada se acerca a mí dejando un beso sobre mi mejilla para luego sentarse en la misma butaca que Darren —Hazte a un lado— exige la castaña golpeando al chico.

—Alanna se queja que la llamemos irritable y salamandra— comenta el chico sirviéndose de la limonada de la jarra. Renny suelta una fina y calculadora carcajada.

—No debería, así es ella. Aunque todo el mundo se queja por decirle sus verdades— señala. Niego con la cabeza, tecleo en la laptop revisando algunas inversiones en Toronto y respondiendo algunos email pendientes de hace cuatro o tres días.

La inútil de mi secretaria no puede hacer lo que le pido, debo contratar a otra eficiente en su trabajo. Por lo menos mi asistente hace un mejor desarrollo que ella, aunque también tengo ganas de despedirla.

—Así como  ustedes se enojan que les diga que dejen de comportarse como unos críos y madurar— afirmo. Muerdo el interior de mi mejilla retractandome de lo que acabo de decir, no porque los ofenda y moleste, sino por estar defendiendo a Alanna.

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