Capítulo 1
En un pequeño pueblo donde las campanas de la iglesia resonaban con la promesa de salvación, vivía una joven llamada Eliora. Su corazón era un refugio de humildad y su voz, un eco de la palabra divina. Con una fé que irradiaba más que el sol del mediodía, Eliora se había convertido en una bendición para su gente, conocida por su don celestial de liberar a los afligidos de sus demonios internos.
En las profundidades de la noche, donde las estrellas titilan como testigos silenciosos de los actos de los hombres, Eliora se arrodillaba en su humilde habitación, sus manos entrelazadas en oración.
La paz de aquel momento sagrado fue interrumpida por un estruendo que sacudió la tierra. Hombres vestidos de negro armados con espadas irrumpieron en su hogar, sus rostros ocultos bajo yelmos de hierro. Eliora y así otras mujeres de fe diversa fueron arrancadas de sus vidas por manos malvadas. Secuestradas y llevadas a un lugar donde el tiempo parecía haberse detenido, se encontraron en un reino gobernado por la espada y la sombra, un lugar donde los demonios no eran solo leyendas susurradas en la noche, sino una realidad palpable.
El príncipe heredero, un alma atormentada por un enemigo invisible, era su prueba más grande. Pero antes de enfrentarse a él, debían pasar por una serie de desafíos, cada uno custodiado por un ser endemoniado. Diez almas perdidas, diez batallas por librar.
Las primeras diez mujeres, cada una portadora de su propia creencia y poder, enfrentaron la oscuridad y perecieron. La maldad no les concedió misericordia, y sus finales fueron tan terribles como injustos. Al día siguiente, otras diez siguieron el mismo destino, y luego veinte más, en una masacre que manchó la tierra de rojo.
Eliora, encerrada en una celda con una monja, pasó las noches en vela, orando y ayunando, pues sabía que solo a través de la oración y el ayuno podría enfrentar al mal que se cernía sobre ellas. A pesar del miedo que anidaba en su pecho, su confianza en Jehová nunca flaqueó.
Los guardias que pasaban por su celda no podían evitar sentir curiosidad por la mujer que, de rodillas, no dejaba de invocar a su Dios. La monja (su compañera de celda) aunque intentó unirse a ella en oración, sucumbió al sueño, dejando a Eliora sola en su vigilia.
Al cuarto día, las últimas diez mujeres fueron llevadas ante el mal.
Una bruja, cuyos ojos destellaban con el conocimiento prohibido; una santera, con amuletos que colgaban de su cuello como promesas de protección; una sacerdotisa, cuya fe había sido corrompida por el poder; una ocultista, que murmuraba encantamientos en lenguas antiguas; una satánica, con tatuajes que contaban historias de pactos oscuros; una chamana, cuya conexión con los espíritus de la naturaleza le otorgaba aparentemente una sabiduría ancestral,una curandera, cuyas manos habían sanado a muchos sin necesidad de palabras, una budista, cuya serenidad y meditación eran su forma de enfrentar el mal, una monja cuyo hábito era tan blanco como la pureza que había jurado defender, y Eliora, la única luz en medio de tanta oscuridad.
La tarea era clara: liberarlos o morir en el intento..
Una tras otra, las mujeres enfrentaron al endemoniado y fallaron. Él las burlaba, las golpeaba, y finalmente, las asesinaba con una crueldad que helaba la sangre. Eliora, testigo de esta atrocidad, lloraba por las almas perdidas, por la violencia desatada ante sus ojos.
Cuando llegó el turno de la monja, Eliora le había advertido que se reconciliara con Dios, pero la monja, confiada en su fe, no escuchó. Su intento de exorcismo fue interrumpido brutalmente cuando el demonio, a través del hombre poseído, la atacó con su propia cruz y la asfixió, proclamando que ni ella ni su Dios podrían vencerlo.
Con lágrimas en los ojos y un dolor que atravesaba su alma, Eliora se preparó para su turno. Aunque el miedo la acechaba, su confianza en el Señor era inquebrantable. Cuando llegó el turno de Eliora, los nobles rieron, creyendo que sería otra víctima fácil. Se acercó al endemoniado y, mirándolo directamente a los ojos, le desafió con la autoridad de su fé, algo en su interior se encendió. Con una voz que resonó en los cimientos del castillo, exclamó: “¡Sal de este cuerpo en el nombre de Jesús!”
El hombre ante ella comenzó a convulsionar,y gritaba de manera desgarradora y el demonio fué expulsado, liberando al hombre de su tormento. Eliora, con cada palabra y cada gesto, demostraba que su poder no provenía de ella, sino de algo mucho más grande.
La batalla espiritual estaba a punto de comenzar, y aunque el desenlace aún era incierto, la determinación de Eliora era clara: ella lucharía hasta el final, armada con la palabra de Dios y la fuerza de su convicción.
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"La Espada de la Fe: La Leyenda de Eliora"
Historische RomaneEn un mundo donde la oscuridad se cierne sobre la humanidad, una mujer de fe inquebrantable es llamada por Dios para enfrentar el mal en su forma más pura. Eliora, bendecida con el don divino de expulsar demonios, es secuestrada y llevada a un lugar...