Tarde como siempre, Farfadox se encontraba despierto, luchando contra la oscuridad de su propia mente en noches que parecían eternas. El peso de la ausencia de sus padres, brutalmente arrebatados de su vida, lo ahogaba en un mar de emociones turbulentas. Cada noche, se refugiaba en su habitación, un santuario de dolor y confusión, donde sus lágrimas eran las únicas compañeras de su agonía.
La mirada perdida de Farfadox se posó en el cofre con llave, un tesoro de secretos y emociones guardado en un rincón de su cuarto. Allí reposaban sus libros más íntimos, testigos silenciosos de su tormento interior, desde el ardiente odio hasta la más profunda melancolía. Con un suspiro pesado, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, buscando un pequeño respiro en la familiaridad de la cerámica fría bajo sus pies descalzos.
El ritual de preparar su chocolatada era un consuelo momentáneo en medio del caos emocional. Cada objeto en la cocina tenía su propia historia, como la taza con el estampado del pollo asado, un regalo de su primer cumpleaños en la ciudad. Cada recuerdo parecía un rayo de luz en la oscuridad que lo rodeaba, aunque fuera solo por un instante.
Mientras esperaba que la chocolatada se calentara en el microondas, sus ojos se posaron en la ventana del salón, iluminada por la luz de la luna. Una sombra pasó velozmente por fuera de la casa, congelando su sangre en las venas. Aunque trató de convencerse de que era solo su imaginación, la sensación de peligro persistía en su mente atormentada.
Con manos temblorosas, encendió la luz del salón y exploró cada rincón en busca de alguna señal de intrusos. Al no encontrar nada fuera de lo común, se acercó a la ventana y escudriñó los alrededores en busca de tranquilidad. Al ver que todo parecía en calma, cerró las cortinas con un suspiro de alivio y regresó a la cocina, donde finalmente podría encontrar un breve consuelo en su chocolatada.
Farfadox subió las escaleras con paso tranquilo, aferrándose a su taza de chocolatada como si fuera un ancla en medio de la incertidumbre que lo rodeaba. Al llegar a su habitación, se dejó caer en la cama y se sumergió en la luz fría de la pantalla de su celular, dejando que el tiempo se desvaneciera en el flujo interminable de mensajes y notificaciones.
Las horas pasaron lentamente, pero Farfadox apenas notaba el tiempo transcurrido mientras se perdía en el mundo virtual. Fue entonces, en las primeras luces del alba, cuando el sonido desesperado de golpes en su puerta lo sacó bruscamente de su ensimismamiento. Con una mezcla de curiosidad y cautela, bajó las escaleras, imaginando la posibilidad de que fuera su amigo Shad, quizás con una invitación sorpresa a desayunar juntos.
Al abrir la puerta, se encontró con la nada. Ningún alma a la vista, ni siquiera a los lados. Pero cuando su mirada descendió, se topó con una pequeña canasta que yacía en el umbral, conteniendo mantas y una nota. Con un estremecimiento de sorpresa, se inclinó para recoger la nota, apartando las mantas con gesto distraído, hasta que sus ojos se posaron en algo inesperado: un bebé.
La sorpresa y el shock lo paralizaron por un instante, dejándolo sin aliento ante la extraña escena que se desplegaba ante él. ¿Qué hacía un bebé fuera de su casa a esas horas de la madrugada? Con manos temblorosas, desdobló la nota y comenzó a leer su contenido, esperando encontrar respuestas a este misterio inquietante.
"Estimado Farfadox
Como científica, te confío la custodia temporal de este bebé como parte de un proyecto de investigación en desarrollo infantil. Su bienestar es crucial para nuestro trabajo. Agradezco tu colaboración."
" ¿¡Que mierda!? ¿¡Como que proyecto!?, ¿¡como que bebé?!"El grito repentino de Farfadox resonó en la tranquilidad de la noche, despertando a su vecino más cercano, quien se asomó por la ventana con curiosidad para averiguar qué estaba pasando.
Les dejo esto y me voy a dormir, mándenme suerte para el trabajo de mañana;]