Capítulo 5

260 15 3
                                    

A pesar de las diferencias que tenía con mamá, siempre supe que me quería como a nadie. Era su única hija, y a pesar de que mamá no fuera tan cariñosa, siempre supe que la tendría cuando la necesitara.

Y en estos momentos era cuando más necesitaba un abrazo suyo. Pero no poder contarle mi situación con Mike me estresaba, y demasiado.

La noche estrellada, cuando las estrellas se ceñían de manera perfecta a aquel cielo oscuro. Le confesé a Mattheo, aquello que me tenía tan inquieta. ¿Quién diría que le estaría hablando de mis sentimientos a alguien que era prácticamente casi un desconocido? Con lo reservada que era, con la gente que no conocía.

Pero algo en Mattheo me hizo pensar que podía confiar en él. Algo me hizo sentir que mi secreto estaría a salvo bajo su sombra.

—Ann, ¿qué escribes ahí?

Enzo trató de arrebatarme mi cuaderno, pero hice un movimiento rápido y lo subí sobre mi cabeza estirando el brazo. Olvidando que él era mucho más alto que yo, por bastantes centímetros.

Así que de un momento a otro lo agarró.

—¡Enzo, devuélvemelo! —histérica, le grité a Enzo.

Me miró confuso, como si de verdad pensara que lo que estaba escribiendo era realmente serio, puesto a que mi tono de voz había sido bastante elevado y había conseguido que algunas miradas se posaran sobre nosotros en aquella sala común.

—De acuerdo, cálmate —me devolvió mi cuaderno.

Era el cuaderno donde anotaba todo aquello que sentía, o que pasaba por mi mente.

Claramente era sobre Mike.

—Ann, ha llegado una carta para ti —Theo entró por la puerta de la sala común con una carta en las manos.

Miles de ideas pasaron por mi mente. Mamá, papá, la abuela.

Mike.

Mi corazón anhelaba que fuera de él, pero mi cabeza me repetía una y mil veces que; si en alguno de los casos fuera una carta suya, definitivamente no sería una buena idea leerla.

Suspiré pesadamente y la agarré.

De: Mike Bones.
Para: Anne Greenwood.

Mis manos comenzaron a temblar, por instinto. Mi corazón comenzó a acelerarse y por mi cabeza pasaban millones de imágenes sobre él escribiendo aquella carta. Sentí como me comenzaba a faltar el aire y mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

—Anne, ¿estás bien? —preguntó Theodore.

En aquel momento, solo pensé en una persona, una persona que estaba segura que podría ayudarme.

—¿Podéis llamar a Mattheo, por favor?

(...)

O sea, te deja antes de que vengas a Hogwarts, pero cuando estás aquí, ¿se dedica a mandarte cartas? —Mattheo trataba de entender la situación.

Parecía algo estúpido al decirlo así, me podía dar cuenta. Y realmente era estúpido. Asentí lentamente tratando de entenderlo yo también.

Estaba sentada en mi cama, y Mattheo de pie justo en frente de mí, caminando de un lado de la habitación hacia otro, con la carta en las manos.

—Déjame decirte que es un idiota.

—¡Oye!

—¿Qué? Es la verdad —dijo—. No sabe lo que quiere, entonces.

Me quedé callada.

Tenía razón.

—¿La has leído? —señaló la carta. Yo negué —¿Quieres hacerlo? —volvió a preguntar, y yo me encogí de hombros.

Tal vez, luego. -Mattheo Riddle.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora