Act. 2

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Otro día, otro drama... o al menos eso le gustaría decir. Su día iba tan triste y aburrido como siempre. Quizás por eso, mantener una conversación con Lando le parecía más interesante de lo habitual. No es que Lando fuera especialmente interesante, pero bueno, algo es algo.

—¿Entonces... irás a la fiesta? —preguntó Lando. Olvidélo no era tan interesante.

—No lo sé, lo más probable es que no. Tengo un ensayo pendiente para mi clase de penal —respondió Carlos con simpleza.

—Oh, vamos, hermano. Paso todos los días escuchando tus quejas de que nunca te pasa nada interesante, y ahora que te estoy dando la oportunidad de que tengas algo de acción, tu solo decides correr —Lando tenía algo de razon razón.

—Asisto a demasiadas fiestas al año, y todas son igual de aburridas —se intentó defender Carlos.

—Ya te he dicho que las galas empresariales de tu familia no son fiestas. Es más, ni siquiera creo que se puedan catalogar como "entretenimiento" —replicó Lando.

—Claro que son fiestas. Hay comida, alcohol, personas lindas, como en una fiesta —Carlos se dio cuenta de que estaba entrando en una discusión absurda. ¿Por qué se estaba enredando en esto?

—¿En serio acabas de ocupar el término "personas lindas"? ¿Cuántos años tienes? ¿80? Esas no son fiestas; no hay gente bailando piel a piel, tomando hasta quedar inconsciente o haciendo cosas indecentes. Vamos, podrías conocer a alguien — Y miró a Lando como si acabara de descubrir el secreto de la vida. —Tal vez, si tienes suerte, tu Romeo esté ahí, mi querida Julieta — añadió con una sonrisa.

—Eres un idiota. Mejor di que quieres ahorrarte lo del taxi de regreso —Lando soltó una risa seca. Sabía que había dado en el clavo.

—Olvídalo, mañana... —Carlos no pudo terminar de hablar porque, sorpresa, acababa de estamparse contra alguien y ahora estaba en el suelo.

¡Joder! —exclamó Carlos, sintiendo algo húmedo y pegajoso expandirse por su pecho. Lando le ofreció su mano para ayudarlo a levantarse, aunque Carlos sospechaba que lo estaba disfrutando un poco demasiado.

Me lleva la chingada —dijo una voz desconocida, y Carlos sintió que, por primera vez en el día, algo interesante estaba a punto de suceder. ¿Alguien más hablaba español?.

Carlos buscó rápidamente al dueño de ese reclamo y... ¡Oh, Dios! Literalmente tenía a un dios delante de él: pelinegro, de piel canela, espalda ancha, ojos oscuros, y un buen y redondo...

—¿Se encuentran bien? —La pregunta de Lando sacó a Carlos de su pequeño momento de ensoñación. Se enderezó, dándose cuenta de que no era el mejor momento para quedarse embobado.

—Sí, no se preocupen. ¿Tu amigo está bien? —preguntó el guapo desconocido. Carlos sintió que algo se revolvía en su estómago, y no estaba seguro de si era mariposas o solo su desayuno siendo digerido.

—Sí, no es nada. Le acabas de dar su anécdota del día... posiblemente de su vida —Lando sonrió con satisfacción. Carlos sintió cómo el calor subía por su rostro. ¿En serio? ¿Así es como su amigo lo trataba?

—Vaya, eso es... halagador —murmuró el desconocido guapo, sintió como su cerebro se había convertido en puré de papas. Este era el momento perfecto para defenderse, pero no hallaba como.

—Espera, yo te conozco. Eres amigo - conocio de Lance, ¿cierto? —Lando le preguntó al desconocido como si no fueran ajenos.

—Sí, un placer soy Sergio Pérez, pero mis amigos me dicen Checo —respondió él otro con una sonrisa y una mano extendida.

Entre Tragedias Y Otras DesgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora