Act. 1

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Max daba vueltas sobre su propio eje, recitando su monólogo personal mientras trataba de no parecer una bola de nervios. No podía entender cómo había gente que podía hablar con alguien tan casualmente. ¿Por qué era tan complicado para él?

—Por Dios, Max, solo ve, dile hola y empieza una conversación como la gente normal. —A veces se olvidaba de la presencia de Daniel.

—Lo haría, pero no estamos hablando de una conversación cualquiera... Estamos hablando de quizás una de las mejores memorias que pueda tener mi futuro esposo. —Se pasó la mano por el cabello, acomodándolo con nerviosismo—. Debo causar una buena impresión.

—Bueno, pues creo que eso será otro día, porque tu "esposo" se está marchando. —Volteó rápidamente y vio que, efectivamente, su lindo pelinegro se estaba alejando.

—Maldición, será para mañana entonces. —Dijo mientras se tumbaba al lado de su compañero.

—Llevas diciendo eso casi un año, Max. Hay cosas que no debes pensar demasiado.

Aunque le doliera aceptarlo, Daniel tenía algo de razón. Max no podía renunciar a su vida planificada tan fácilmente. Eso mismo era lo que lo atraía del español, esa aura de tranquilidad y monotonía que desprendía. Se sentía como una maldita polilla atraída por la luz; vaya, eso había sido bastante profundo, pensó. Quizás podría usarlo en el futuro.

—Lo sé, pero no puedo simplemente decirle "Hola, no me conoces, pero yo a ti sí porque te he observado desde hace un tiempo. Me siento como un insecto atraído por la luz que desprendes, ¿me das tu número?"

—Espera, ¿por qué un insecto? —Daniel le lanzó una mirada de asco.

—Mmm, bueno, en mi cabeza sonaba mejor... —Max levantó los hombros, restándole importancia.

—Pues creo que hay algo mal en tu cabeza. ¿Quizás te caíste de pequeño?

—Mi padre solía abofetearme de pequeño. ¿Eso cuenta? —Vio la pequeña expresión de horror en el rostro de Daniel. ¿Acaso eso era malo?

—Mmm, sí, quizás eso lo explique. Te recomiendo que no le digas eso. Podrías asustarlo. —Max miró la alarma de su teléfono que acababa de sonar. Genial, ahora tenía que enfrentarse a su maestro de Física General. Al menos mañana tendría otra oportunidad. No era como si alguien fuera a acercarse a su español primero, ¿verdad?

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Carlos escuchaba a Lando hablar sobre su aventura del día, verdaderamente se preguntaba cómo era que el britanico lograba llegar vivo al final del día. Era sorprendente y aunque nunca lo iba a aceptar en voz alta adoraba eso, el único detalle era que eso le recordaba lo bastante aburrido que era.

No tenía anécdotas memorables, experiencias emocionantes... ni siquiera tenía algún problema por el cual preocuparse. Era en teoría el hombre perfecto a costa de una vida tan monótona, pero él estaba comprometido a cambiar su situación, solo tenía que encontrar una oportunidad con cierto músico castaño de nacionalidad extravagante.

Dio una mirada a su alrededor esperando que su suerte jugará a su favor y pudiera al menos verlo pasar.

—Me ofende que no me pongas atención solo porque estás buscando con quién clavar un palo. —Lando dijo con una falsa indignación.

—No sé de qué hablas, no estoy buscando a nadie con quien clavar.

—Pues entonces deberías, amigo. Estoy a punto de ponerte en un altar y empezar a rezarte por lo virgen que eres. —Carlos no pudo evitar reír.

—Debo aceptar que, aunque es una oferta tentadora, eso puede cambiar en cualquier momento. — ¡Bingo!, pudo ver a cierta persona cerca de las jardineras.

Entre Tragedias Y Otras DesgraciasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora