Capítulo 9

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—Disculpa, ese reno es algo... especial.

No hace falta que me lo jures, pensó Hans.

El hombre frunció el ceño y Hans escuchó al animal alejarse de vuelta al camino del río.

—Siento... que te haya traído hasta aquí. No tengo ni la menor idea de por qué lo ha hecho —Se rascó la nuca—. Espero que no vengas de muy lejos. No tiene que haberte hecho mucha gracia.

No, no mucha, no, volvió a pensar Hans. ¡Pero, tranquilo, sólo me ha condenado a una muerte segura! He limpiado baños más engorrosos que ese destino.

El otro miró al cielo y luego a las montañas.

—El sol está apunto de tocar la cima, calculo que serán las cinco y media —informó mientras se volvía a buscar una bolsa cargada de plantas y utensilios—. Si vienes de algún sitio a menos de media hora puedo llevarte, si no, puedes venir conmigo; mañana por la mañana te llevaré a tu casa.

Hans parpadeó.

—¿Has dicho cinco y media? —preguntó Hans, nervioso.

El extraño se sorprendió al oírle hablar por primera vez.

—Eso he dicho, sí.

—No puede ser... —Hans volvió a mirar al cielo, por si se había equivocado, por si eran las dos de la tarde, eso le vendría muy bien.

—¿Tenías algo que hacer? —Debajo de la tela, apretó los labios—. Si necesitas que te ayude, quizá pueda hacer algo.

Hans lo pensó. Miró la bolsa que pendía de su hombro y habló:

—Lo cierto es que estaba aquí por un recado; unas plantas... —empezó, subiendo la cabeza para mirar al otro—. Pero la nota en la que estaban especificadas ha salido volando al río durante el paseo.

—Lo siento —susurró—. ¿Y no sabrás cuáles eran? ¿O para qué eran?

—Pues verás es algo... —Pensó dos veces lo que iba a decir— es algo complicado.

Y Hans recurrió a la trama de un libro que leyó cuando era un adolescente. Le contó la vida del protagonista, rodeado por una familia abusiva y atrapado en su casa por orden de un juez hasta la muerte del último de sus seres queridos. Y lo contó de forma tan realista que, al terminar, tuvo que asentir varias veces para volver a su realidad. Luego se dio cuenta de que esa era prácticamente su realidad y casi se ríe. Casi.

—Es horrible. Y por mi culpa ese estúpido reno ha fastidiado tu única oportunidad de salir de ese lugar —suspiró pesadamente, con la vista fija en Hans y después de unos segundos añadió—: Un momento...

Hans observó al hombre descolgarse la bolsa del hombro y rebuscar en ella.

—No puedo dejar que te vayas con las manos vacías, quién sabe que te harán si te descubren escapándote sin motivo. 

A Hans le recorrió un escalofrío. Entonces se arrepintió de haberle contado una historia tan parecida a su desagradable realidad.

—Así que aquí la tienes: hoja de cristal —Sostenía en las manos una flor preciosa de color blanquecino con el tallo y las hojas todavía consigo.

—No conozco esa flor... —dijo Hans asombrado, había pocas flores que no conociera.

—Es tan rara que pensé que no podría ver dos en un mismo año, pero esta es la segunda. La primera la encontré hace dos semanas —Ambos contemplaron la flor durante unos segundos.

—Es absolutamente increíble, ¿pero en qué me ayudará? —quiso saber Hans.

—Claro —reaccionó él mientras la guardaba en una bolsa—. Verás, esta flor se llama hoja de cristal porque sus hojas son extremadamente frágiles y se rompen con facilidad. Un poco de polvo de esas hojas y puedes sanar la fiebre más alta. Pero sin embargo (y aquí está el truco) la flor de esta planta puede matar a alguien de forma sutil en un periodo de tres días.

—Espera, ¿cómo?

—Si no la conoces bien, probablemente mueras intentando hacerte una infusión.

—Pero, ¿cómo? ¿Cómo mueres?

—Sí, ahí está otra maravilla de esta flor: no se sabe. Es casi... personal. He oído muchas historias, cada una acaba de forma diferente. Y es imposible detectarla tras la muerte. Es la flor asesina por excelencia —Sonrió.

—No podría estar más de acuerdo —dijo incrédulo Hans.

—Siéntales a tomar un té esta noche y en tres días serás libre.

Libre.

¿Quién se encarga de llevarle la comida al Rey?

—Hagamos una cosa —La voz del extraño le saca de su trance—; te doy la flor y yo me quedo con las hojas.

—De acuerdo —respondió de inmediato.

—Y puedo llevarte a... quiero decir: y te llevo a casa. Es culpa mía que estés aquí perdido.

—Sí, tendrías que controlar mejor a ese anim... —Hans se interrumpió con un carraspeo de garganta—. Pero ahora estamos en paz.

Vio al otro relajar los hombros y soltar aire. No hablaron mucho más. Salieron del jardín y caminaron hasta encontrarse con el reno. Pasaron a su lado y él empezó a seguirles. Fue un tranquilo paseo por el borde del río, sin palabras, porque el ruido del agua era demasiado alto. Llegaron hasta la altura por la que Hans había bajado y subieron. Para sorpresa de Hans, llevarle a casa significaba llevarle sobre el reno.

—Gracias, ¡pero una es más que suficiente! —dijo, asintiendo varias veces.

Después de un par de minutos, los dos cruzaban el bosque a lomos del reno. Hans se aferraba a la espalda del hombre con los ojos cerrados. Iban mucho más rápido que cuando fue él solo por el río.

—Eh, oye, abre los ojos —Escuchó—. Abre los ojos o te lo perderás.

Hans lo dudó, pero después de un par de segundos, abrió los ojos.

Y gracias al cielo que los abrió.





chicos, tengo tremenda hyperfixation con hazbin hotel, pero las voces me han obligado a continuar esto antes de subir sobre eso lmao

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⏰ Última actualización: Apr 23 ⏰

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𝐓𝐨𝐫𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚 ━ ʜᴀɴsᴏғғDonde viven las historias. Descúbrelo ahora