—Hans, cariño, hazme el favor de sacar las sobras de la cena —le había pedido amablemente el viejo Doroteo, cocinero de palacio.
—Y asegúrate de revisar que tu hermano... tu hermano... el del ojo raro... —Ivy, una de las doncellas de palacio, intentaba recordar su nombre.
—¿Derian? —Hans soltó una risilla.
—¡Ese! Asegúrate de que tiene la cena en su habitación antes de la hora o se pondrá furioso como la última vez.
—De acuerdo. Ahora vuelvo.
Salió por la puerta del servicio cargado con las bolsas de la basura. Bajó la cuesta hasta la zona de basuras y dejó las bolsas. Suspiró y se pasó la mano por la frente.
Podía disfrutar durante escasos minutos la maravillosa tranquilidad que le proporcionaba el cielo mezclándose con el bosque.
Sentía que respiraba otra vez.
Los colores fríos del cielo y la brisa de la noche calmaban su pulso y llenaban sus pulmones nuevamente. Recordó que, cuando era más pequeño, se pasaba noches en vela mirando el cielo, las estrellas y las constelaciones. Recordaba que las apuntaba y observaba con cariño. También que se escapaba varias noches al bosque a estudiar las plantas y alimentar a los animales. Apuntaba todo sobre su curiosa vegetación y hacía pequeños dibujos de animales salvajes.
Esos recuerdos le hacían sonreír con nostalgia.
Debía darse prisa para volver. Tenía que comprobar que su hermano había recibido su cena. Volvió a mirar al cielo y se sintió perdido, perdidamente pequeño, y solo. Aquella sentencia iba a acabar con él y, llegados a ese punto, solo quería que fuera cuanto antes. Cerró los ojos e inhaló con fuerza, exhaló y volvió su cuerpo hacía la cuesta que llevaba de vuelta.
Llamó a la puerta y le abrió Ivy, con una sonrisa. Entró con la cabeza gacha y caminó hasta la cocina. Ivy y el señor Doroteo cruzaron miradas y suspiraron. Dejó allí el delantal que llevaba y salió hacia las habitaciones.
Tenía que comprobar si su hermano había recibido su cena en hora. Y, cuando lo hizo, aprovechó para rondar los pasillos vacíos y oscuros. Llegó hasta un gran ventanal. Posó su cansada mirada en el cielo y vio con sorpresa que ya no veía ninguna estrella, el cielo estaba cubierto de nubes. Escuchó el crujir de la madera detrás de él y se dio la vuelta.
—Ivy, vuelve con el señor Doroteo y los demás, estoy bien... —se detuvo al instante.
—Su Majestad quiere que vayas inmediatamente al comedor, hermanito —dijo Edgar, uno de sus hermanos, sonriendo.
Tragó saliva y asintió torpemente. Pasó a su lado y escuchó una risa. Sus hermanos solo reían cuando él iba a ser castigado. Aligeró su paso hasta cruzar las puertas del comedor. La figura de su padre sentado en la silla presidencial de la mesa hizo flaquear el paso decidido que llevaba. Se acercó a él con cuidado e hizo una reverencia, saludándolo con respeto. Hans no creía que se mereciera respeto.
—Irás a la montaña antes del amanecer y recogerás varias plantas que puedan tener fines médicos para curar los dolores de estómago, ¿entendido? —exigió severamente mientras se levantaba.
—Pero, su Majestad, el tiempo está cambiando. Mañana el frío no dejará salir a nadie de su casa... —dijo preocupado Hans.
El Rey solo tuvo que mirarle para que se diera cuenta de que ni el mismo Dios afirmando su palabra haría que cambiara de opinión.
—Saldrás, entonces, antes de lo previsto. Se te permitirá llevar a tu caballo, pero serás acompañado por dos guardias —sentenció finalmente—. Ahora ve a prepararte.
—Sí, Majestad —volvió a inclinarse y salió de la sala.
Regresó a su pequeña celda dentro del horario estipulado de salidas por servicios al castillo. No tenía tiempo de ocio, pero sacaba cualquier minuto de donde fuera para ver el cielo estrellado en la noche, la frondosa vegetación en la mañana o para charlar con Ivy y Doroteo en la tarde.
El guardia de turno lo revisó y lo empujó dentro de la celda, luego volvió a su sitio a seguir comiendo. Hans odiaba a ese hombre, odiaba a todos sus guardas en realidad, pero ese era el peor. Miró en las dos pequeñas baldas de piedra de su celda y encontró su primera libreta. Ahí estaban la mayoría de estudios sobre plantas. Cogió su pequeña mochila y metió la libreta dentro. Cogió sus pinturas y sus plumas, preparó alguna cosa más para su expedición y, cuando se quiso tumbar a descansar, dos guardias le esperaban en la puerta.
—Es hora de salir —ordenó uno de ellos mientras abría la celda.
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𝐓𝐨𝐫𝐦𝐞𝐧𝐭𝐚 ━ ʜᴀɴsᴏғғ
Fanfiction«¿Por qué me has traído aquí?», dijo. «Te morías», respondió. 🖇️ HISTORIA EN PROCESO, aunque si me pides una opinión honesta, no sé qué estoy haciendo. 7 831 palabras inicio: agosto de 2020 fin: