Capitulo tres.

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Observé cómo tomaba asiento; sus muslos, al sentarse, eran el doble que los míos, robustos y firmes, como los que esperarías de un atleta profesional. Me podía imaginar su dieta. Fui resbalando mi mirada a su torso; sus pectorales sobresalían, parecían dos montañas, y su abdomen marcado mostraba cada músculo definido con precisión. Su cuerpo era el mejor de entre todos los clientes que había tenido. Lentamente, fui subiendo más y más hasta que di con su mirada. Casi pude sentir que me atragantaba; me había estado observando mientras me deleitaba con su cuerpo.

—¿Te vas a quedar parado allí? —dijo cortante, con una voz que resonó en la habitación.

Por un momento, pensé que mencionaría el hecho de que lo estuve analizando descaradamente. Sentí mis mejillas enrojecer mientras buscaba una respuesta rápida.

—¡Ah, sí, uh, empezaré de inmediato! —asentí. Quizás mis acciones se habían disfrazado por el hecho de ser fisioterapeuta, pero eso ni yo lo creía.

Sentí cómo la tensión en el aire aumentaba. La sensación de haber sido descubierto me seguía quemando por dentro. ¿Cómo pude distraerme así y ser tan irrespetuoso? Parecía que no recordaba lo maldito que podía ser en el ring. No debía olvidarlo.

Dejé mi bolsa en la mesa cercana a la puerta, saqué un pequeño cobertor y una crema terapéutica. Mis manos temblaban ligeramente. Respiré suavemente, ignorando las señales de advertencia de mi cuerpo.

Me giré y lo vi recostado boca arriba, su figura imponente ocupando gran parte de la camilla.

—Voy a colocarle un campo —anuncié mientras colocaba el objeto en su cadera, cubriéndolo en el proceso.

—¿Hay alguna molestia en específico? —pregunté con la voz notablemente insegura, tratando de respirar adecuadamente y no ser irrespetuoso nuevamente.

—Averígualo —respondió de manera distante, apoyando ambas manos detrás de su cabeza de manera relajada mientras soltaba un suspiro. Realmente no le importaba, pero mis nervios seguían de punta. Debía ser más cuidadoso; esta persona realmente podría romperme con un simple golpe si se lo proponía.

La conversación no continuó. Era lo mejor; no habría sabido qué contestar si hubiera sido uno de esos clientes conversadores. La tensión acabaría conmigo.

Detrás de mí, tomé la crema terapéutica y, con cierta duda, avisé:

—Le haré un masaje para aliviar sus dolores musculares. Empezaré por sus hombros...

Di la vuelta al mismo tiempo que lo vi colocar lentamente sus brazos a los lados. Tenía los ojos entrecerrados, mirándome atentamente. Intenté no caer en pánico. Me coloqué en la esquina superior de la mesa y observé cómo cerraba los ojos. Mis latidos se relajaron un poco mientras ponía algo de crema en mis manos y comenzaba a masajearlo. Note al instante. Su piel era firme.

Pasé mis manos por su pecho, más duro de lo esperado, y no pasó mucho tiempo antes de que llegara a sus brazos. Su piel, cálida y tersa delataba el hecho que la cuidaba adecuadamente.

De vez en cuando miraba su rostro, raramente pacífico. Parecía sumido en un estado de relajación, lo cual me tranquilizaba un poco. Él estaba bien y yo continuaba; en algún momento me había quedado ensimismado, deleitándome de nuevo con él. Sus tatuajes realmente le daban un toque impresionante. Cada movimiento mío hacía que los músculos debajo de los tatuajes se contrajeran ligeramente, añadiendo vida.

Después de un rato, rompí el silencio.

—Flexionaré su pierna —dije, notando que mi voz había cambiado, más firme y segura.   Trabajar me había dejado en una mejor postura. Él no reaccionó al sonido, casi pensé que estaba dormido, si no fuera por cómo movió su pierna y le ayudé, sintiendo la dureza de sus músculos bajo mis dedos.

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⏰ Última actualización: Aug 04 ⏰

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